Comentaba con mi esposa el acto de toma de posesión de Juan Manuel Santos y me decía, “Allí hubo una reminiscencia de lo que eran ese tipo de actos en el tiempo del Virreinato de la Nueva Granada y que la oligarquía bogotana en ocasiones como ésta, reivindica como herencia ancestral. No era la toma de posesión de un presidente republicano. Aquel espectáculo, planificado al detalle por el protocolo, más parecía la toma de posesión del virrey Sámano, rodeado de su sequito, su guardia de palacio con sus escudos, mosquetes, alabardas, penachos y entorchados, bandas militares, banda de gaitas escocesas, alfombras, sombrillas, y como único público, la oligarquía en toda su prestancia”. El pueblo no apareció ni como asomado en una esquina de la plaza, rodeada de edificaciones virreinales de estilo barroco: el palacio del virrey, el palacio de la Real Audiencia, el palacio de la Inquisición con sus altas torres y campanarios. Lo único que desentonaba en aquel escenario, era la estatua del Libertador; Simón Bolívar, parado en medio de la plaza con la mirada perdida en el cielo de América para evitar ser deslumbrado por las joyas, pulseras, collares o asfixiado por el tufo oligarca que ascendían del plano de la plaza. Quién lo diría, Bolívar hombre de vivaques, soldados y pueblo, rodeado de oligarcas olorosos a perfumes caros.
La trasmisión del acto comenzó con un video que recogió la visita de Santos a las comunidades aborígenes que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta. Santos, ególatra consumado, copió el acto de la ceremonia de toma de posesión que aimaras y quechuas le han ofrecido al presidente Evo Morales, y en Ecuador, al presidente Correa, llenos de emotividad y espontaneidad multitudinaria, en contraste con el de Santos, solitario y frío. Santos, oligarca de rancia cuna; Evo, indio de noble estirpe aborigen. Fatuidad de uno, sencillez del otro. El escenario esplendoroso de la sierra, el asentamiento de bohíos con sus cúpulas apretujadas, la perfecta interrelación entre aborígenes y naturaleza, fue rota por la presencia ajena del helicóptero y personajes venidos de otro mundo. El rostro huraño, solemne de los indios, contrastaba con la soberbia de Santos que la lleva a flor de piel. En los últimos años, para arrebatarles las tierras en Cauca, Chocó y otras regiones, las etnias aborígenes han sido perseguidas y sus líderes asesinados por los paramilitares.
La toma de posesión en la plaza de Bolívar recibió, como premisa fundamental, el primer párrafo del discurso del presidente del Congreso. En él, aludió al informe de un organismo de las Naciones Unidas que analiza la pobreza y desigualdad en 15 países del mundo, de los cuales 10 son de nuestro continente. Colombia, en dicho informe, sólo supera a Bolivia y Haití. Ante esta evidencia ¿Cómo quedan los elogiosos análisis que a diario los comentaristas de CNN le dedican al “extraordinario crecimiento” de la economía colombiana? ¿A quién creerle, a CNN o a las Naciones Unidas? Colombia es uno de los países de mayor captación de capitales extranjeros. Está demostrado que a mayor inversión extranjera, mayor desempleo y mayor pobreza. ¿Algún país del Tercer Mundo ha salido de la pobreza por la inversión extranjera? Venezuela, luego de cien años de inversión extranjera para la extracción de petróleo y materias primas, alcanzó la cifra de 70% de pobres, que dio origen al 27 de febrero de 1989, “el caracazo”.
Después del párrafo demoledor leído por el presidente del Congreso, lo dicho a continuación, tanto por el senador/presidente, como por Juan Manuel Santos, quedó fuera de contexto. La pobreza del 49%, y el desempleo con cifras del 15%, es la demostración más evidente del fracaso económico de Uribe en sus ocho años de gobierno que, al darle preferencia al presupuesto militar, arruinó al pueblo colombiano, destruyó la seguridad social. Si los miles de millones de pesos, más los miles de millones de dólares aportados por EE.UU. (Plan Colombia), se hubieran invertido en desarrollo social, en Colombia habría paz, la guerrilla habría desaparecido por inanición. Los objetivos sociales y postulados políticos de la guerrilla habrían sido resueltos y Uribe, junto a su amado Obama, tendría el premio Nobel de la Paz, en lugar de un “bunker” en la Policía o la extradición por la Corte Penal Internacional.
Pero, en el empeño de acabar con la guerrilla, Uribe también sale derrotado ¿De qué se vanagloria y a qué se deben los aplausos que le brinda la oligarquía? Resulta que la guerrilla continúa ocupando el 50% del territorio nacional y realiza un promedio de 10 acciones diarias de guerra en los diferentes frentes, así Uribe diga que en Colombia no hay guerra.
A lo anterior hay que agregarle la derrota en la lucha contra el narcotráfico, ahora con mayor producción y exportación de cocaína. Y como colofón, agregarle el balance realizado por “Verdad Abierta.com”, de los últimos cinco años: 1.309 masacres en zonas campesinas; 42.875 homicidios; 40.000 desaparecidos, 2.719 fosas comunes, con 3.299 cadáveres localizados. Frente a este cuadro dantesco y el fracaso económico/social ¿Cómo quedan las elogiosas palabras de reconocimiento a Uribe, que le endosaron tanto el presidente del Congreso, como, Juan Manuel Santos? Uribe es el Nº 82 en la lista de narcotraficantes de la DEA, pero, según los oradores, Uribe es un “nuevo prócer que brillará en el empíreo colombiano”
La impunidad y la corrupción es otra característica del gobierno de Uribe. Impunidad y corrupción que creció como necesidad junto al paramilitarismo. La oligarquía colombiana encontró en el narcotráfico un medio económico y en el paramilitarismo, apoyado en las Fuerzas Armadas, el mantenimiento de su régimen antipopular.
Para colmo, ya el gobierno de Eduardo Santos - tío abuelo del Juan Manuel Santos - había negociado la entrega de la soberanía colombiana. La admiración por los EE.UU. y de manera espacial por el presidente Franklin D. Roosevelt era tan grande, que no encontró mejor forma de demostrarla, sino, entregándole al imperio la soberanía nacional, tal vez en gratitud por haberle arrebatado a Colombia el istmo de Panamá, único caso registrado en Latinoamérica. El imperio, “ni corto ni perezoso”, apretó las tuercas de la dominación, hasta encontrar en Alvar Uribe Vélez la mesa servida para la instalación de siete bases militares.
Ahora, la oligarquía colombiana está asustada por las consecuencias de su entrega al paramilitarismo y el narcotráfico. El anunció de Santos en su discurso, de “lucha contra la impunidad y corrupción en todos los estratos del Estado y de la sociedad” ¿A quién va dirigido? En primer lugar al narco paramilitarismo. Santos, vinculado a la oligarquía de otros países, sabe del desprestigio y aislamiento en que se encuentra Colombia ante la comunidad internacional. Santos pretende limpiar la imagen de Estado delincuente en que el gobierno de Uribe transformó al Estado colombiano. ¿Será posible que los mismos autores y propiciadores de la impunidad y la corrupción, necesarias para ocultar sus delitos, le limpien ahora la cara al Estado y a la sociedad colombiana?
Algo parecido le va a ocurrir con el anunció de restablecer las relaciones diplomáticas y comerciales con los vecinos. Juan Manuel Santos no debe olvidar el aforismo popular: “el que compra es el que manda” En las relaciones con EE.UU, primer importador de materias primas colombianas, ellos ponen las condiciones, fijan los precios. De igual manera, Venezuela como primer socio comercial de Colombia en productos manufacturados, tiene también la facultad de fijar condiciones. El rompimiento de relaciones comerciales y el buscar nuevos socios en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Cuba, Nicaragua, sirvió para demostrar que los productos colombianos venían con sobreprecio y que los transportistas colombianos se apropiaron de las rutas y desplazaron a los transportistas venezolanos. Las gandolas colombianas (tracto mulas), recorrían el territorio venezolano a lo largo y ancho. A los transportistas venezolanos no se les permite ni siquiera pasar de Cúcuta. En un posible restablecimiento de relaciones comerciales, estas cosas deben quedar muy claras: precios justos y preferencia para los transportistas venezolanos. El que compra manda.
Hay algo que Santos debe tener muy presente. De los 30 millones de electores validados por la Registraduría Nacional, sólo 9 millones votaron por él; 21 millones votaron en contra o se abstuvieron. Su gobierno es ilegítimo. Quedan muchos interrogantes en el acto de toma de posesión, plasmados en las imágenes de los rostros impávidos de Lula, Correa, Cristina, Pepe Mujica; en contrate con los rostros de la Chinchilla, Alan, Martinelli, el príncipe de Asturias y el Lobo de Honduras.
Queda en el aire la pregunta, ¿Luego de la soberbia demostrada por Santos en el discurso, habrá ánimo en los vecinos para entablar conversaciones? Santos y la oligarquía colombiana están convencidos que ellos son las víctimas y sus vecinos los agresores. No quieren entender que el origen de los problemas está en Colombia y que los vecinos durante años han soportado a esa infame y trasnochada oligarquía. ¿Qué otro significado tiene el bombardeo del territorio ecuatoriano, y qué significado tienen los señalamientos que durante diez años le han hecho al gobierno de la Revolución Bolivariana? ¿La oligarquía colombiana alguna vez ha reconocido el gasto militar que para Panamá, Perú, Ecuador, Brasil y Venezuela significa mantener movilizados contingentes de tropa en la frontera de sus respectivos países y para colmo, pretenden que esas tropas se involucren en acciones de guerra contra grupos insurgentes? Si como se dice en los señalamientos, los jefes guerrilleros están en Venezuela ¿quienes dirigen las acciones de guerra que, en promedio de diez diarias, realiza la guerrilla contra objetivos militares en el interior del territorio colombiano?
leonmoraria@gmail.com
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