Cuánta razón asiste a los moneros encabezados por Rius al convocarnos para manifestar el hartazgo de la sociedad por la violencia que impera en el país. No más sangre es el postulado, sin otra razón que el repudio a la descomposición del entramado social generada por la proliferación del crimen, de una parte, y por la errónea forma de combatirlo por el régimen, de la otra. Vivimos en tal estado de zozobra que nos sentimos atemorizados hasta para protestar, con el riesgo de quedar atrapados entre los varios fuegos: el de los narcos en competencia, el de la fuerza pública que los combate y el de los enajenados que surgen del caos. Así no se puede vivir o, por lo menos, no se puede llamar vida a esta forma de existir en el pánico y la angustia.
En tal circunstancia tenemos dos alternativas: la del encierro y el individualismo del “sálvese quien pueda”, incluida la fuga al extranjero, o la de la participación activa en rechazo a la violencia. No dudo en afirmar que la primera es la que se busca provocar por quienes ejercen el terrorismo de estado, aquellos que han instaurado un régimen de privilegios contrarios al interés general y que, para mantenerlo, requieren someter al pueblo todo en la pasividad; no de otra forma se explica que el ejército haya tomado las calles después de perpetrado el artero crimen del fraude electoral, so pretexto de la lucha contra los cárteles de la droga. Hay quienes opinan que la estrategia de Calderón es equivocada, yo creo que, por el contrario, obedece a la más precisa intencionalidad para lograr el objetivo desmovilizador, los hechos así lo demuestran. El crimen organizado es tan sólo el argumento.
Asumir la pasividad es, para decirlo rápido, hacerle el juego a la perversidad del régimen. Aceptar la fatalidad de la inseguridad y la violencia es apostar a que las cosas continúen para peor, a que las instituciones se mantengan copadas al servicio de la mafia en el poder, que seguiría enriqueciéndose con cargo a los recursos que son de todos y generalizando el estado de miseria que nos caracteriza, para traficar con la voluntad electoral en absoluta impunidad.
La alternativa válida es la de convertirnos en activistas de la paz, expresándonos en todas las formas posibles, desde la simple portación del emblema propuesto por los caricaturistas, las charlas entre amigos, la asistencia a reuniones convocadas para expresar el rechazo a la violencia, hasta la participación activa en los esfuerzos de organización social para la regeneración del país. Me queda claro que para cambiar este estado de cosas se tiene que ir hasta la raíz; es preciso ser radical y no dar concesiones al crimen en ninguna de sus ramas; ser radical en la decisión de romper el círculo vicioso que se forma entre la decadencia económica y la proliferación de la violencia. No sólo se practica la violencia por los combates entre policías y narcos; la más grave es la que cotidiana y sutilmente cercena la expectativa de bienestar para la gente; es criminalmente violento que un kilo de tortillas cueste hoy diez pesos, cuando hace sólo diez años costaba dos; también es una puñalada que se pierda el empleo y la fuente de ingresos legítimos; para los tecnócratas sólo se trata de números estadísticos de fácil encubrimiento, en tanto que para el ser individual es la diferencia entre la vida y la muerte. Esta es la real violencia que genera más violencia, la que hay que combatir con todo y hacerlo todos o, por lo menos, la mayoría de los mexicanos.
El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) que encabeza Andrés Manuel López Obrador se finca en la decisión de muchos de ser protagonistas en la lucha por la transformación profunda de la realidad nacional; que busca afanosamente la paz y el bienestar como imperativo de justicia y de supervivencia como nación y como individuos. Se busca el poder político en los términos de la verdadera democracia, la que deposita en el pueblo la capacidad de decidir su destino, pero no se agota en ello sino que se condiciona a que el poder político sirva para la mayor felicidad posible para el propio pueblo, comenzando por la eliminación de las causas de la violencia imperante, tanto la de las balas como, principalmente, la del hambre. Es la convocatoria a encontrarnos los millones que estamos dispuestos a vivir en un mundo y en un país con libertad y justicia, en el que nuestros hijos vivan con la seguridad de que con su esfuerzo se puede alcanzar la felicidad real.
Por cierto, agradezco a Oscar Menéndez, distinguido documentalista y mejor amigo, el haberme corregido el error de mi artículo anterior, en el que escribí del periódico Regeneración llamándolo Renovación. Pero lo que más le agradezco es que me haga el honor de leer mis artículos. En esta lucha el escribir es mi trinchera predilecta.
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