La izquierda mexicana o, por lo menos la parte más significativa de ella, vivió momentos de intensidad el pasado fin de semana, de los que se derivan una noticia mala tirando a regular y otra magnífica tirando a excelente. Como en los tragos, apuro el malo para luego disfrutar el excelente: el PRD no logró salir de su marasmo en el Consejo Nacional celebrado los días 19 y 20 de Marzo; no procedieron los intentos de reconfiguración del proyecto original al mantenerse bajo el control de la burocracia obsecuente a los deseos de Calderón, ahora con Jesús Zambrano (el otro chucho) en la presidencia del partido. La noticia tira a regular por el hecho de que, por lo pronto, se evitó el rompimiento y la desbandada al quedar incorporada Dolores Padierna como secretaria general, de suerte que no será un camino sin obstáculos para los afanes de alianza con la derecha panista, aunque su capacidad para representar la alternativa electoral de la izquierda progresista queda casi totalmente aniquilada. Cabe hacer la precisión de que, a despecho del efecto destructor de la manipulación televisiva que con saña se cebó sobre su figura y la de René Bejarano, su marido, la señora Padierna ha sido una luchadora congruente con la izquierda progresista que me ha merecido respeto y que, a diferencia del resto de las tribus perredistas, cuenta con una amplia base de sustento social; se les critica por hacer lo que se le critica al PRD por no hacer: involucrarse y acompañar a los movimientos sociales reales. A ambos les va a llover recio y no precisamente agua de rosas; ya sabemos cómo se las gastan la oligarquía y sus medios de desinformación.
Pero al mismo tiempo que el PRD se desdibuja como alternativa electoral de la izquierda, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) irrumpe en el escenario con brío arrollador. El domingo 20 de marzo reunió a los dirigentes de los comités constituidos en todo el país en número que rebasó la capacidad del Auditorio Nacional (diez mil almas) para conocer el nuevo Proyecto Alternativo de Nación, después de varios meses de elaboración y aportación de las bases populares. De manera nunca antes vista se conjugó explícitamente la inteligencia de estudiosos y expertos con la expresión de los reclamos de la gente común; no como la amañada fórmula de responder a las encuestas, sino como resultado de la interacción de la propuesta científica y su viabilidad social. El proyecto así elaborado fue presentado en sus diversos aspectos por Armando Bartra, Raquel Sosa, Rogelio Ramírez de la O, Víctor Flores Olea y Héctor Díaz Polanco, para concluir con la intervención de Andrés Manuel López Obrador que delineó en 50 puntos las acciones que aterrizan el proyecto y lo convierten en programa de gobierno.
No puedo en este espacio compendiar el proyecto que, por cierto es de lectura obligada y está disponible en internet en las páginas del Gobierno Legítimo y de MORENA. Sólo voy a referirme a dos aspectos que considero torales. Uno de ellos tiene que ver con la recuperación de la soberanía nacional en su más profunda acepción: la capacidad de los mexicanos para decidir y construir su propio, destino conforme a sus reales intereses y a sus peculiares condiciones. Esta es una prerrogativa insoslayable e irrenunciable de cualquier pueblo que se organice como nación, no como un simple prurito nacionalista o patriotero, sino como resultado de la convicción de que los países u organismos que se han empeñado en imponer modelos, lo hacen conforme a sus propios intereses que, por decir lo menos, son distintos y frecuentemente contradictorios con los nuestros. Así, el proyecto postula fórmulas que son idóneas con la realidad mexicana, las que difieren diametralmente de las “recomendaciones” del FMI y del Banco Mundial, cuya perversidad ha quedado de manifiesto en los treinta años que llevamos de aplicarlas.
El segundo aspecto, íntimamente relacionado con el anterior, se refiere a la necesidad de construir el poder ciudadano como instrumento indispensable para que lo postulado se logre llevar a la práctica. Para nadie sería sorpresa la recia oposición que se ejercerá sobre un gobierno dispuesto a transformar la realidad, que no se limite a cambios cosméticos para que todo siga igual; necesariamente se afectarán privilegios e intereses ajenos, los de la oligarquía criolla y, principalmente, los de sus patrones del gran capital internacional. Se requerirá el decidido respaldo popular y, en caso de claudicaciones, de una aún mayor exigencia ciudadana. Al convocarlo, López Obrador confirma que su propuesta de transformación es sincera; él mismo está sometiéndose a la soberanía del pueblo y organizándola. Para los abundantes malabaristas y malandrines de la política sería una actitud suicida; definitivamente no es el caso de Andrés Manuel.
Lo sustantivo del proyecto es que modifica radicalmente la forma de entender la política, su instauración y su ejecución quedan en la decisión del pueblo todo. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo.
Hay proyecto, hay organización y hay liderazgo. Que cada quien haga su tarea. Que cada quien sea protagonista del cambio. Que nadie se abstenga de participar de la heredad común y en la definición de su destino. Que todos nos volquemos a crear un nuevo país y a construir nuestra propia felicidad.
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