Vivimos una compleja coyuntura mundial signada por la crisis capitalista de los países desarrollados (2008-2009) y sus consecuencias relantizantes de la economía mundial. Desde ella es posible prefigurar las tendencias económicas, políticas y sociales del planeta. La globalización en marcha, nos guste o no, ha permitido una grado superior y sorprendente de interconexión e interdependencia de las naciones por lo que trasmitirse o propagarse una honda recesiva entre ellos, no es ya sorpresa alguna. Es un hecho económico verificable.
Las economías capitalistas industrializadas asumieron las categorías neoliberales como política económica en las dos últimas décadas del siglo pasado, ello les permitió enfatizar en la reducción del papel del Estado, la progresiva desregulación de mercados, particularmente el financiero y la liberalización y privatización.
Este proceso al subrayar la liberalización del comercio y del mercado de capitales reforzó la tendencia de acuerdos comerciales que condujo a concretar la conformación de grandes bloques económicos mundiales. Así EEUU le proponía a America Latina la firma de un tratado de libre comercio y lo concretaba con Canadá y México. Los europeos eran capaces de darle vida a la Unió Europea y sorprender con el Euro como moneda única. Japón ya era una potencia por si sola y Rusia, China e India por su población y una extraordinaria dinámica exportadora se sumaban configurando el cuadro de la globalización en el aura del siglo XXI.
La globalización económica era la locomotora, entendida como la integración económica cada vez mas profunda de las naciones, verificada en un ensanchamiento del mercado mundial de bienes, servicios, capital y trabajo. Ello explica que al saltar la crisis financiera reciente del capitalismo a profunda recesión de la economía real, se propagara de manera acelerada e indetenible su carácter global.
He postulado que no sólo por las consecuencias que pueda vivir America Latina en los próximos años por la lenta recuperación o eventual nueva y explosiva crisis de los países industrializados, debemos colocar con toda la urgencia posible en la agenda de nuestros gobiernos y sus lideres y en la conciencia de los 588 millones de habitantes que vivimos en America latina y el caribe, el tema de la integración.
La integración es el desafío para enfrentar la globalización indetenible del planeta y las fuerzas transnacionales que le domina y le dirige para encontrar espacios a la acumulación y la ganancia sin importarle la progresiva destrucción del medio ambiente que ha coloca a la especie humana al borde de una crisis que cuestiona su existencia en el planeta. Es la hora del “nacionalismo continental” que nos propuso ese gran pensador Alberto Methol. La integración o unión latinoamericana no tiene color ideológico, no es de izquierda ni de derecha, ella es solo posible admitiendo y conviviendo con la diversidad y pluralidad de nuestros pueblos y dirigentes. Lo contrario es naufragio seguro.
Las `potencialidades económicas, sociales, culturales y políticas de America Latina le permitirían en un acelerado proceso de integración inédito, ser el nuevo y necesario bloque planetario. Sólo así su voz será escuchada y podrá acceder al mercado mundial compitiendo en calidad y precios sobre la base de la complementación industrial y su productividad en el sector primario exportador, integrando sus mercados nacionales aprovechando los principios de las economías de escala y de especialización, estimándose que en un plazo de 15 años podrá America Latina igualar el PIB de Japón que es el cuarto bloque mundial, estando por encima del PIB de Canadá, India y Rusia y, finalmente facilitándose estar en condiciones de superar las desigualdades e inequidades que explican la ancha franja de hombres y mujeres, niños y ancianos en situación de pobreza ( mas de 200 millones de habitantes) ya que la cooperación, la solidaridad y el reconocimiento de las asimetrías serian principios rectores, colocando lo social, es decir, lo humano, como una prioridad para quebrantar la desigual distribución del ingreso y de la tierra, garantizar el acceso a la educación, la salud , el crédito y cerrar la brecha digital con el norte. Sólo en la integración es posible pensar y avanzar en una nueva arquitectura financiera propia que permita utilizar el flujo de nuestros excedentes en la financiación del desarrollo y el quebrantamiento de las desigualdades del crecimiento regional, sin recurrir a condicionamientos políticos o económicos a los que nos obligó el FMI para acceder a los préstamo del Banco Mundial o del BID en el siglo pasado y, en ese contexto valorar macroeconomicamente, en el largo plazo, una unión económica con una moneda única latinoamericana.
El primer gran paso histórico lo dieron nuestros líderes en la reunión del Mar del Plata, Argentina en 2005, cuando derrotaron la propuesta Norteamericana (Bush) del ALCA. Desde ese momento America latina vive una transición hacia su unión política y económica. ¿Cuanto durara?, ¿se revertirá? ¿Avanzará? La convocatoria a Caracas del 5 y 6 de julio para aperturar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) intenta ser el segundo gran paso de ribetes históricos del desafío de la integración. En Venezuela, patria del gran Simón Bolívar soñador anfictiónico, esperamos a la America Latina con su legado en suspenso que regresa: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo en una sola nación con un solo vinculo que ligue sus partes entre si y con el todo. (…) Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración…” (Carta de Jamaica. 1815).
(Intervención en el Seminario Internacional América Latina en el Siglo XXI: Desarrollo, Integración Regional y Democracia. Santiago de Chile, 5 y 6 de mayo de 2011. Instituto Igualdad.)