Epicteto…
Donde hay conflictos sociales no puede haber consenso. Una sociedad sin conflicto solo es imaginable en la utopía. Ni la sociedad burguesa de Hegel le puso fin a la historia, ni la disolución del comunismo de Estado en la URSS, tampoco. Sin conflicto de clase o de niveles sociales se acabaría el principal eje motor impulsor del progreso. El consenso con problemas (la inseguridad) es un concepto medieval, que resucitó el 9 de Termidor, como antídoto al miedo del Terror, para repartir el poder entre una nueva clase política, llamada entonces de los perpetuos.
Tras la muerte de Stalin, como sucedió con la de Robespierre, el miedo a la libertad aglutinó las ambiciones de represores, y reprimidos en un consenso, donde nadie ganaba todo ni perdía todo. De ese miedo y de ese reparto nacieron los retoños rusos de la URSS, constituidos por un sistema, junto a una oligarquía de partidos sindicados en el Estado, como en el Directorio de los perpetuos. Si se aplica a la política la teoría de los juegos, los que ganan todos los partidos lo pierde el pueblo.
Se ha querido justificar el consenso político internacional, con la caída del carnicero Gadafi desconociendo sus procedimientos de 42 años en el poder, con una razón teórica. El consenso es el moderno hallazgo del bien común, de la voluntad general, de la razón ilustrada o del interés común, que ni un solo pensador en la historia de las ideas pudo concretar. Esos conceptos metafísicos sólo se hacen inteligibles cuando coinciden con el interés, el credo o la razón de la mayoría (utilitarismo). Es decir: ¿no puede haber consenso real, en la democracia política?
Derrotados en la teoría, los consensualitas se aferran a una razón práctica. En los grandes asuntos de Estado, los partidos no deben ser partidistas. Pero todos los asuntos de Gobierno son asuntos de Estado. Se pone como ejemplo de grandeza la política internacional, y el terrorismo. ¿Quiere decir esto que, por ser la visión internacional del Gobierno, todos debían apoyar el pacto de plomo al que proteste? ¿Quiere esto decir que, por ser del Gobierno, no debe de haber otra concepción, otra estrategia, otra táctica contra el terrorismo que la del partido gobernante?
El poder sin elecciones no es más que ideología conservadora, favorable a los gobiernos apoyados en las bayonetas, para que ni siquiera haya simulacro de oposición. El terror es el silbido del solitario que ahuyenta el miedo a peligros imaginarios. A la cobardía se une la falta de inteligencia perceptiva de la realidad.
la primera vez que la República Romana utilizó el término “consensus” en sentido político, fue para reunir a los poderosos, a los ricos, “a los hombres de bien” frente a la plebe que quería participar en las prebendas de la gran potencia romana. Así, cuando Cicerón, en su “Pro Sestio”, párrafo 56, utiliza la expresión “consensus ómnium bonorum” como el bloque de los grandes ciudadanos que pueden frenar en seco las subidas apetencias de los “mali” y “humiliores”, y “tenuiores”. Es decir, el consenso político es siempre una traición al pueblo “sensu lato”; consensuar es trazar los límites de poder que no puede sobrepasar el pueblo entendido como súbdito.
Las ideas claras penetran en la sociedad de forma imperceptible, pero penetran. No se hace idea de las personas, a las que el derrocamiento de Gadafi, tan bien recogido en sus raíces históricas. De hecho, si nos pegamos a la actualidad, podemos analizar hoy, en el debate sobre el nuevo Estado libio, la tendencia del poder para solicitar consenso y, a la vez, el ejercicio del disenso de la oposición (No de ratas, como los llamaba Gadafi). Probablemente, sólo las grandes causas, como la unidad libia, y no los ejercicios de reparto de poder puedan cambiar una tendencia letal e iniciar un camino en el que paulatinamente se abran paso posibilidades, aún lejanas, para el ejercicio de la democracia. La dictadura siempre niega la política. [...]
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