“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Cumplió cien años de promulgado el Plan de Ayala, documento que confirió legitimidad a la Revolución Mexicana, en su vertiente agraria encabezada por Emiliano Zapata. Contrario a la versión de los hacedores de historietas y telenovelas, los que quieren reducir a secuela de asonadas lo que fue la primera revolución social del siglo XX, Zapata y su ejército de campesinos enarbolaron una causa concreta y la plasmaron en el documento cuyo centenario se conmemora. Sus orígenes se remontan al violento despojo que caracterizó a la conquista española y su causa buscó la restitución de las tierras y aguas para los pueblos despojados. A cien años de distancia, como sucede con el resto de los postulados revolucionarios, casi nada queda para celebrar y sí mucho que lamentar: el campo abandonado y los campesinos expulsados; la soberanía mermada por la dependencia alimentaria; la economía nacional sin soporte productivo y el bienestar postergado hasta quién sabe cuándo.
Calderón llegó a Chinameca, Mor. sitio del artero asesinato de Emiliano Zapata, (no sin la consabida sobreprotección militar) a levantar la ceja y vanagloriarse de que “su gobierno” ha llevado la modernidad al campo mexicano y que su guerra contra el crimen organizado es, igual que la de Zapata, una lucha de principios y ajena a caudillismos obsoletos. Tal vez esos principios se refieran a los del siglo, porque los que norman la acción de la humanidad brillan por su ausencia.
Por su parte, Andrés Manuel estuvo en Ayoxuxtla, Pue. localidad en la que fue suscrito el conmemorado plan. Se reunió en un campo deportivo con varios miles de campesinos y con las representaciones de las organizaciones progresistas del campo, para suscribir un plan para la recuperación del medio rural mexicano, conforme a los ideales zapatistas hoy tergiversados y traicionados por la tecnocracia y la mercadolatría de panistas y priístas. El planteamiento es el de priorizar la atención al campo para recuperar su capacidad de alimentar al país y de generar bienestar a los campesinos; para respetar a la naturaleza y detener su degradación, y para que los jóvenes no tengan que emigrar o perderse en las conductas antisociales.
Producir en México lo que consumimos, elemento sustantivo de la seguridad alimentaria, implica un cambio profundo en rechazo al modelo neoliberal vigente y un replanteamiento realista del Tratado de Libre Comercio, que nunca debió de haber sido suscrito. Para implantar su concepción mercantilista de la actividad rural, los neoliberales pretendieron borrar la historia que reivindicaba la tenencia social de la tierra para sustento de la propia sociedad, que dio base a la reforma agraria revolucionaria; modificaron la Constitución para convertir la tierra en mercancía (Salinas) y a sus pobladores en sujetos prescindibles que habría que expulsar hacia las ciudades o hacia el exterior: dejaron al campo en el abandono y le dieron de puñaladas con las importaciones de alimentos. Pero la historia es terca y el hambre de los campesinos más; la economía no se queda atrás y se manifiesta en la terrible ociosidad de las capacidades productivas y la falta de crecimiento de la oferta de alimentos y de empleo.
El Nuevo Proyecto de Nación se plantea la recuperación de la iniciativa histórica campesina para producir en un esquema que contempla la relación hombre-tierra de manera multifuncional: ofrece alimentos a la sociedad y obtiene bienestar para sus productores; hace producir a la tierra y la protege de la degradación; en resumen: reincorpora la actividad rural al equilibrio de las fuerzas productivas nacionales.
El campo no aguanta más. Los priístas primero y los panistas en consistencia dictan cotidianamente la sentencia de muerte del campo mexicano. La tarea es, en todo caso, revertir tal sentencia contra sus sustentadores. Que nos quede claro.
De última hora: saludo la reconciliación entre las fuerzas de la izquierda en el PRD. El proyecto de recuperación de México lo reclamaba con urgencia.
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