La terrible maquinaria guerrerista de los armamentos y las incalculables consecuencias que hoy llevará tras de sí a una guerra nuclear, hacen que aumente el sentimiento de responsabilidad de los pueblos, de los destinos nacionales y que todo se vuelva predecir para muy pronto la guerra, que no acaba de llegar, afortunadamente y “amargar y no dar”.
En nuestra opinión, tal destino de los pueblos agredidos o invadidos por el imperialismo para saquearles sus riquezas, en Asía y el norte de África no tienen en su favor ninguna forma de conciliación entre sí, ya que representa el infortunio y la muerte; y sí no se trata de ninguna otra diferencia, debemos confesar que, por nosotros, preferimos un desenlace feliz. ¿Por qué no? ¿Por qué preferir la simple desgracia, sólo por ser desgracia, a un desenlace feliz? No hay para ello ningún motivo, a no ser cierta sensibilidad refinada de los países de la OTAN que se alimentan del dolor y del sufrimiento ajeno. Por tanto, si los intereses enfrentados son de tal suerte que no valga la pena el sacrificio del pueblo, (¿por qué financian terroristas y los arrastran a una guerra civil?) ya que podrían alcanzar sus fines conciliándose entre sí, entonces el desenlace no necesitaría ser trágico. El carácter trágico de los conflictos y del desenlace sólo debe manifestarse cuando es imprescindible para producir un conflicto de orden más elevado. Pero, si no existe esta necesidad, nada justifica el dolor y la desgracia de los pueblos.
Ahora bien; de la personalidad de los caracteres resulta la necesidad de que los pueblos deban conciliarse con su propio destino. Unas veces, esta conciliación es religiosa, en cuanto el alma tiene el sentimiento de una alta e inalterable felicidad, tranquilizada por la destrucción de su individualidad terrestre; otras veces, es de género menos elevado y más positivo: cuando los pueblos mantienen hasta la muerte la fuerza e igualdad de su carácter; en una palabra, su libertad personal, conservando su imperturbable energía pese a los acontecimientos y al azar; finalmente, se cumple de manera verídica cuando los pueblos experimentan una suerte cruel, pero adecuada a sus actos. Este desenlace se opera ordinariamente de modo que los pueblos se estrellan contra el poder del imperialismo presente, pese a lo cual intentan realizar sus deseos.
Oprime el corazón de los hombres y mujeres verdaderamente humanos(as) el ver esos pobres hijos del pueblo, arrancados por la fuerza a sus hogares y destinados a ir a matarse con hombres que ningún daño les han hecho, y, por ajenas culpas, verlos recorrer los caminos cantando y de aparente fiesta, mientras sus padres lloran y tienen que redoblar su trabajo para mantener la familia. Esto oprime todo corazón realmente humano, e indigna pensar que se les lleva a lograr con la victoria, si se obtuviese ésta, asentar más aún el reinado de las causas productoras de la guerra y la muerte.
Una cosa parecida pasa con la guerra económica. Y así como a medida que se dejan sentir los incalculables males de la salvaje paz armada (foco de todos los instintos atávicos y embrutecedores) se oyen voces, en un principio aisladas y cada vez más concordadas a favor de desarme y del arbitraje internacional; se oyen también voces de desarme y arbitraje económico. Estos serían beneficiosos a la causa del socialismo que en contra de lo que creen los que no lo conocen sino muy superficialmente, se desarrolla mejor a la sombra de la sombra de la relativa paz económica que con la guerra.
El capital fue concentrándose, combinándose, formando asociaciones, dejando de combatir entre sí para formar un solo ejército que combata por el mayor dividendo posible, en pro del mantenimiento del interés. Y junto a este proceso hay otro, el de la concentración, combinación y asociación de los trabajadores. Son dos clases que van adquiriendo conciencia colectiva de sí en cuanto clases, que van constituyéndose en dos grandes ejércitos para la batalla final.
En el “Análisis de la propiedad capitalista”, del profundísimo economista italiano Loria, hay un pasaje en que, después de haber expuesto con su estilo seco, árido, sobrio, rigurosamente didáctico, la relación entre el movimiento de población y el proceso industrial, después de haber presentado con multitud de datos el horrible fenómeno de la mortalidad económica; después de desarrollar con riqueza de tablas estadísticas, cuyos números están llenos de sombría amargura, la doctrina del hambre sistemática, el autor, como para echar de sí un peso que le abrumaba, rompe la sequedad habitual de su exposición y exclama: ¡he aquí cómo aparece en el fondo del proceso capitalista un festín de antropofagia!
No hay palabra más ambigua que esa de propiedad privada, y que se preste a más abusos. Cuando dicen los que desconocen el socialismo que en este régimen nadie tendrá propiedad privada, se les podría contestar que la tendrá todo el mundo por derecho. La propiedad que se puede y debe apetecer humana y racionalmente es la de disponer cada cual de los medios de producción que necesite para su trabajo sin que dependa para ello, de la voluntad de un acaparador que le explote, y la de disponer de los productos de su trabajo.
Es decir, que quien quiera se apodere de un medio de producción limita la libertad ajena, y que en esto, como en todo, hay que remontarse al origen de las cosas, porque los burgueses, los que se llaman a sí mismos individualistas, pasan por alto el origen histórico de la propiedad privada y, una vez asentado el robo, deducen bonitamente sus consecuencias. Todas las monsergas que nos largan suponen que los actuales posesores de la propiedad individual tienen un derecho indiscutible a ella. Todo lo que tienen fue conseguido bajo expoliación, con créditos blandos que nunca le retribuyeron a la nación. El verdadero fondo de la cuestión no es otro que éste: ¿prescribe el robo, más o menos consciente, una vez reconocido que fue robo? El que, gracias al robo, hubiera hecho el ladrón progresar a la sociedad no justifica a sus herederos, y. sobre todo…, no se indignen ustedes con lo que les voy a decir, que les parecerá una enormidad monstruosa… Es detestable el ladrón y dañino el ladrón, no cabe duda.
“Si no nos unimos no hay porvenir; nunca habrá porvenir. Eso que la burguesía llama el porvenir es una de las más grandes mentiras. El verdadero porvenir hoy es la unidad del pueblo. ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué es de nosotros hoy, ahora? Esta es la única cuestión.”
¡Gringos Go home!
¡Libertad para los cinco héroes de la Humanidad!
Hasta la Victoria Siempre. Patria Socialista o muerte.
¡Venceremos!
manueltaibo1936@gmail.com