A pesar de que la fenecida Unión Soviética y los
Estados obreros deformados de Europa del Este, fueron los perdedores de la
Guerra Fría porque no supieron yacer incólumes frente a los laboratorios
propagandísticos de Occidente y –para colmo- fueron incapaces de solventar sus
estridentes contradicciones internas, el socialismo real obtuvo logros
innegables en cuanto al bienestar social y erradicación de la pobreza. Evidentemente,
el deporte de alto rendimiento fue uno de los estandartes de la URSS para
demostrar con creces la superioridad de la democracia proletaria sobre el
capitalismo. Aquello que una vez Ronald Reagan tildó como el “Imperio del mal”,
fue el paradigma deportivo terráqueo durante décadas y le quitó el sueño a
Estados Unidos en más de una competencia internacional. La campaña de silencio
de la prensa reaccionaria en contra de las conquistas de los atletas de los
Estados obreros, estuvo activada durante toda la Guerra Fría y todavía en la
actualidad prosigue en su obcecada actitud mezquina, envidiosa. Bien sea para
quebrar la frágil memoria de los más adultos o para negar la información a las
noveles generaciones, el capitalismo decadente se ha empecinado en “borrar del
mapa” el legado deportivo del socialismo real y así ocultar una herida que
sangra en demasía. ¡Cómo duele! Nunca le perdonaron esa titánica labor a la
URSS y ahora la negación cómplice es el pasaporte al olvido.
La Revolución de Octubre, en 1917, sacó a un país
de la ignorancia, la miseria y el atraso más abyecto. Lo convirtió en una
superpotencia en 1945 y en un referente olímpico después de 1952.
LA HAZAÑA SOVIÉTICA Y LA HUMILLACIÓN AL IMPERIALISMO
En el campo deportivo, la Unión Soviética
desarrolló una ambiciosa estrategia de masificación que dio sus frutos al cabo
de unos años. El deporte en el socialismo, como el trabajo, es una actividad
enriquecedora del ser humano y su intelecto, no un castigo. Desde el principio,
la Unión Soviética puso todo el empeño para situarse en el panorama
internacional de la alta competencia y las Olimpíadas siempre fueron el
objetivo.
Desde las Olimpíadas de Atenas en 1896 y hasta
Berlín 1936, los únicos países –del más tarde pujante ámbito socialista- que
figuraban en el tablero eran: Hungría, Rusia, Estonia, Checoslovaquia,
Yugoslavia, Polonia y Rumania. Hungría (en Londres 1908) acumuló 3 medallas de
oro, 4 de plata y 2 de bronce; y Rusia 2 medallas de plata. En Estocolmo 1912,
Hungría se anotó 3 de oro, 2 de plata y 3 de bronce; Rusia 1 de plata y 3 de
bronce y Estonia media medalla (*). En Amberes 1920, Estonia obtuvo 1 de oro y
dos de plata; y Checoslovaquia 1 de bronce. En París 1924 reapareció Hungría
con 2 de oro, 3 de plata y 4 de bronce; Checoslovaquia con 1 de oro, 4 de plata
y 5 de bronce; Estonia con 1 de oro, 1 de plata y 4 de bronce; Yugoslavia con 2
de oro; Polonia con 1 de oro y 1 de plata; y Rumania –también- con 1 de oro y 1
de plata.
Hasta Berlín 1936, sólo Hungría se perfilaba como
el país más prometedor –sexto puesto- al aquilatar 10 medallas de oro, 1 de
plata y 5 de bronce. Muy atrás le seguían Checoslovaquia (puesto 13), Estonia
(15), Polonia (19), Letonia (24), Yugoslavia (27) y Rumania (27). Estos 6
últimos países no juntaron más de 25 distinciones en la justa de Berlín y en
cambio los magiares habían aglutinado 16. En resumen, solamente Hungría, Rusia,
Estonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia y Rumania, 7 países de la después
célebre Cortina de Hierro, se daban el “lujo” de ir a unas Olimpíadas y ganar
preseas (**).
No fue sino hasta Helsinki 1952, que la Unión
Soviética debutó en una cita estival y quedó ¡de segundo lugar! La URSS sumó 22
de oro, 30 de plata y 19 de bronce, para una adición global de 71 medallas, 5
menos de las alcanzadas por Estados Unidos (76), primer lugar en Finlandia.
Hungría quedó de tercero con 42 y Checoslovaquia de noveno, con 13. Para 1952,
Hungría y Checoslovaquia eran integrantes del bloque socialista de Europa
Oriental.
Ya en Roma 1960, la Unión Soviética humillaba al
Imperio al posicionarse del primer puesto con 103 preseas. Estados Unidos
apenas obtuvo 71. En los primeros 15
peldaños de Roma 1960 resaltaban Hungría, con 21 medallas (puesto 6); Polonia
también con 21 (7); Rumania con 10 (11); Checoslovaquia con 8 (12); y Bulgaria
con 7 (14). Los cinco últimos países ofrecen un resultado aritmético de ¡67
medallas! Comparemos ese guarismo con el de Berlín 1936 (41), desglosado más
arriba. Además, en Roma “resucitó” Polonia –con 21 medallas- y Bulgaria se
estrenó en unas Olimpíadas ¡con siete! (1 de oro).
Al transcurrir de los años, la vergüenza deportiva
para el Imperio era más que una afrenta. En Tokio 1964, Estados Unidos ganó “de
chiripa” por 6 distinciones (36 de oro), contra 30 de la URSS y únicamente en
México 1968 logró abultar la diferencia total (107) con respecto a la Unión
Soviética (91). Sin embargo, en los dos encuentros veraniegos posteriores, el
Imperio “mordió el polvo”: en München 1972 ganó la URSS con 50 de oro, 27 de
plata y 22 de bronce; y Estados Unidos se relegó al segundo escalafón con 33 de
oro, 31 de plata y 30 de bronce. En Montreal 1976, la paliza fue descomunal: la
Unión Soviética 125 (49 de oro) y Estados Unidos 94 (34 de oro).
Como a los gringos ya les daba pena ir a unas
Olimpíadas porque los soviéticos los tenían “a sopita”, en Moscú 1980 hallaron
el pretexto idóneo para no seguir poniendo la cómica. Se inventaron lo del
“boicot olímpico”, esgrimiendo la excusa de la invasión de la URSS a
Afganistán. ¿Qué tal? Se ahorraron los pasajes por Aeroflot para no ser el
hazmerreír del deporte universal, en pleno epicentro del mundo socialista.
Durante Los Ángeles 1984, los soviéticos le pagaron
a los gringos con un poco de su propia medicina: otro “boicot”, pero los
“rojos” sí no los perdonaron en Seúl 1988. Estados Unidos recibió –en Corea del
Sur- la más contundente vejación en unos Juegos Olímpicos: quedó ¡de tercero! Por
debajo de la República Democrática Alemana (103 preseas) –segundo lugar- y la
Unión Soviética, líder indiscutible, con la bicoca de 132 (55 de oro). El
Imperio contabilizó sólo 93 (36 de oro). ¿Se entiende por qué Estados Unidos y
otras potencias capitalistas del orbe nunca le perdonarán a la URSS lo que les
hizo en el panorama de la alta competencia? Si bien en 1989 la Unión Soviética
perdió –estrepitosamente- la Guerra Fría política ante Estados Unidos y la
OTAN, un año antes, en 1988, había ya salido victoriosa de la Guerra Fría
deportiva en Seúl.
Las de Corea del Sur fueron las últimas Olimpíadas
a las que asistió la URSS como país. A partir de la disolución del campo
socialista (1989) y la Unión Soviética (1991), bajó mucho el nivel competitivo en
los antiguos Estados obreros deformados del Este, mas en Rusia y otras ex
repúblicas soviéticas se ha conservado en cierta manera. En los primeros 15
lugares de Seúl 1988, estaban: la URSS (primer puesto), la República
Democrática Alemana (2), Bulgaria (5), Hungría (6), Rumania (9) y Polonia (15).
En los primeros 15 de Beijing 2008 estuvieron: Rusia (3) y Ucrania (11). La
herencia deportiva de la URSS todavía se siente 20 años después. Países del
Este que abrazaron la doctrina Fukuyama como la “salvación” y la redención, al
tiempo que desmantelaban la sólida y centralizada estructura de alta
competencia, se esfumaron del “Top 20 olímpico”. El único reducto palpable es
Rusia y sus antiguas repúblicas aliadas, en las cuales 70 años de Revolución
Bolchevique dejaron un legado indeleble de mística y amor por el deporte. Desde
la caída de la Unión Soviética en 1991, Rusia asistió a los subsiguientes
encuentros olímpicos y ostentó siempre el segundo lugar del cuadro final, hasta
2008, cuando la República Popular China fue la excepcional revelación y
desterró a Estados Unidos a la segunda plaza. Si aún prevaleciera el colectivo
multiétnico de “la hoz y el martillo”, la sumatoria de las distinciones
metálicas del conglomerado de nacionalidades ex soviéticas daría la cúspide a
la URSS, desde Barcelona 1992 hasta Atenas 2004, con la salvedad –por supuesto-
de Beijing 2008.
Capítulo aparte merece Cuba, que igualmente se ha
beneficiado de la escuela soviética y se ha erigido como potencia deportiva.
Como consecuencia de la Revolución de 1959, la mayor de las Antillas ya se
“codeaba” en Montreal 1976, con los diez mejores del planeta, al cosechar 13
preseas (6 de oro). En Moscú 1980, Cuba subió a la sexta posición, con 8
distinciones de oro y 20 en conjunto; en los Juegos de 1984 y 1988, Los Ángeles
y Seúl respectivamente, la isla no concurrió. Hoy en día, Cuba sigue dando la
pelea en el medallero olímpico, a pesar del descarado hostigamiento del Imperio
y sus lacayos en contra de su talento atlético.
LA EXTINTA URSS Y LA CAMPAÑA REACCIONARIA DE DESINFORMACIÓN
La antigua URSS y su modelo en el contexto de la
alta competencia, verbigracia, derribaron el mito burgués de que el deporte era
sólo para una élite de “elegidos” y se impulsó una inédita estrategia de
universalización que alcanzara todos los recovecos de la sociedad proletaria.
Magnánimos atletas como Anatoly Bondarchuk, Valery Brumel, Viktor Saneyev,
Sergei Bubka, Emil Zatopek (antigua Checoslovaquia), Irena Szewinska (Polonia),
Marita Koch y Marlies Göhr (República Democrática Alemana), entre otros, son
hijos de la sesuda y estricta planificación soviética consagrada a la actividad
física.
Llama poderosamente la atención que mucha gente
más joven que uno ignore tal epopeya de la URSS y se atreva a afirmar que el
socialismo real no aportó beneficios tangibles a la población de los Estados
obreros deformados. ¿El culpable? La maquinaria mediática de la plutocracia
pitiyanqui, ¿quién más? Incluso, una vez nos comentó nuestro hermano menor
-quien estuvo de visita laboral por Rusia- su parecer al respecto. Según él, a
los que les preguntaba acerca de si preferían la antigua Unión Soviética o la
actual Rusia, la totalidad respondía que optaba por el régimen presente.
Tomando como premisa el resultado de la pretérita “encuesta”, él alegaba que –por
consiguiente- la ex URSS no había servido para nada. ¡Vaya conclusión! Ignoraba
nuestro hermano menor las variables clave que influirían en las opiniones
recogidas de forma muy “espontánea” en Rusia, entre las cuales se halla la edad
de quienes interactuaron con él. Si les preguntó a personas que tienen en
promedio su edad, él tiene 30 años, lo más seguro es que haya platicado con
gente que sólo tenía entre 8 y 10 años cuando cayó el Muro de Berlín y entre 10
y 12 años, cuando desapareció la Unión Soviética. Como le indicamos en su
oportunidad, él debió ser más amplio –y realista- en su muestra e inquirir a
personas mayores de 45 años. De seguro, las ponderaciones habrían sido
radicalmente opuestas. Si te interrogamos por algo que conociste muy poco –o
nada- y te pedimos que lo contrastes con lo que sí manejas muy bien, desde
luego que la probabilidad ganadora la tendrá el presente indicativo… así no sea
tan halagador. ¡Lógico!
En el curso de la Segunda Gran Depresión
Capitalista y a dos décadas del fin de la Unión Soviética, son invaluables –para
la época- los avances del socialismo real en dominios como la salud, la educación,
la ciencia y el deporte. Aún en las naciones donde se restauró el capitalismo
después de 1989, la tendencia abrumadora –día a día- es a extrañar más la
estabilidad y certitud del socialismo real que -con defectos y virtudes-
levantó a naciones enteras desde las cenizas. En definitiva y “olímpicamente”
hablando, al socialismo nunca le quitaron lo bailado.
elinodoro@yahoo.com