Lo escribo como me lo contaron, otros testigos lo confirmaron.
Suceso narrado por un compañero combatiente de la misma unidad, el cual fue liberado años más tarde:
La tarde de aquel día de 1939 la aprovechamos para dar tierra al cadáver de nuestro comandante herido en combate en los últimos días de la resistencia en el frente de Madrid, con él fuimos capturados los que quedábamos con vida de la unidad.
Mal herido como estaba fue fusilado (lo remataron) en la madrugada por los fascistas.
Los enterramientos en un campo de prisioneros producen una profunda melancolía. Y no es por la existencia segada en un instante del hombre pletórico de vida, sino por la indiferencia con que se acoge la desgracia y la soledad en que queda la victima.
Se deposita un cadáver en el cementerio de la más mísera y apartada aldea, y parece que no queda abandonado; antes bien pudiera decirse pasa de la sociedad humana a formar parte de otra donde reina el silencio, la paz y la verdad, pero donde aún le siguen acompañando las lágrimas, las oraciones y el recuerdo de los seres queridos.
En los campos de prisioneros del fascismo no sucedía nada de eso: en el caso más favorable, unas manos piadosas cavan la fosa, colocan los restos y los cubren con tierra; en ocasiones, algunas palabras de alguien para ensalzar la conducta combativa y socialista de la víctima, y luego la comitiva se esfuma y el muerto queda allí sólo, ¡completamente sólo! Al rato, una bandada de grajos escarba con furia sobre la tierra removida y lanza sus graznidos al aire, protestando de que se le haya vedado el rico mangar; más tarde, una manada de chacales pasea sus aullidos por los alrededores y sigue escarbando; y a los pocos días los pies de quienes hacen la descubierta derriban la cruz que puso un amigo cariñoso… y desaparece la única señal de que allí descansan los restos de un mártir de la revolución.
Con un par de cajones de galletas y unos largueros —que ignoramos de dónde salieron— se construyó un ataúd al cadáver del comandante guerrillero. El cortejo le acompañó a la tumba; un sacerdote rezó un responso; y después de unas breves frases de despedida, que terminaron con: ¡Guerrilla (…) célula de la defensa de Madrid!: ¡Nuestro camarada comandante ha muerto! ¡Viva el comandante! ¡Viva la República española libre y socialista!, un grito de hombres de guerra vibró en el espacio, grito que el eco devolvió atenuado. La tarde caía y pronto las sombras de la noche lo envolvieron todo, todo, ¡absolutamente todo!...
De sus restos nunca más se supo.
Dejó viuda con tres hijos, a esta le hicieron la vida imposible, años más tarde tuvo que emigrar; hijos: uno de 9 años, el otro de 3 tres y medio, una niña de 18 meses.
¡Así terminó la guerra Incivil española (1936-1939)…!
¡Pa’lante Comandante, estamos contigo! Lucharemos .Viviremos y Venceremos.
Hasta la Victoria siempre y Patria socialista.
manueltaibo1936@gmail.com