La historia de la Revolución Boliviana ofrece numerosas enseñanzas
de gran utilidad para las luchas emancipatorias que libran nuestros
pueblos. Sus logros iniciales fueron inmensos, imposibles de subestimar.
Pero carecieron del sustento político, económico e ideológico necesario
para garantizar su irreversibilidad. La revolución empezó a
gestarse pocos meses antes, en 1951, cuando el Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) liderado por Víctor Paz Estenssoro triunfa
en las elecciones presidenciales de ese año. Poco después se produce
un golpe de estado, promovido por la oligarquía minera, que instala
una Junta Militar con el objeto de impedir el acceso al poder del jefe
del MNR, que debe exiliarse en la Argentina. Lo que sigue es una creciente
inquietud social y política que se traduce primero en una impetuosa
movilización de mineros y campesinos y, poco después, a lo que la
teoría marxista denomina una “dualidad de poderes.” Es decir,
una profunda grieta en el estado burgués que, debilitado por la rebelión
de “los de abajo”, pierde su capacidad para reclamar y obtener la
subordinación a sus mandatos y que, por lo tanto, no puede impedir
el surgimiento de un formidable antagonista, un poder real, efectivo,
no formal ni constitucional sino un poder constituyente basado
en el inmenso apoyo popular del bloque formado por los campesinos y
mineros en armas. Tal como lo advirtiera Lenin, situaciones de este
tipo son altamente inestables y rápidamente se definen en una u otra
dirección. Eso fue precisamente lo que ocurrió el 9 de Abril del
1952, en la masiva insurrección popular que tuvo como epicentros La
Paz y Oruro. Allí el ejército fue derrotado y desmantelado, reemplazado
por milicias populares de mineros y campesinos, al mejor estilo de la
Comuna de París. Estas jornadas, bañadas por la sangre de por lo menos
medio millar de muertos, abrieron el camino para la conformación de
un gobierno provisional al mando de Hernán Siles Suazo, otro de los
dirigentes del MNR, y el más importante dirigente sindical de ese tiempo,
el minero Juan Lechín Oquendo, quienes fueron literalmente instalados
en el Palacio Quemado por las masas a la espera del retorno al país
de quien consideraban su legítimo presidente, Víctor Paz Estenssoro.
La derrota y disolución del ejército fue uno de los grandes logros
revolucionarios de los sucesos de Abril de 1952. Pero hubo otros: poco
después, en Julio de ese mismo año, se aprueba una nueva legislación
otorgando el sufragio universal a las mujeres, los analfabetos y los
indígenas. En Octubre se nacionalizaron las minas, y principalmente
las de estaño, tradicionalmente en manos de una tríada de grandes
propietarios conocida como “los barones del estaño”: Simón Iturri
Patiño, Carlos Víctor Aramayo y Mauricio Hochschild. Con la nacionalización
estas empresas pasaron a formar parte de una nueva corporación estatal
minera, la COMIBOL, al paso que el gobierno asumía el monopolio de
la exportación del estaño. Al mismo tiempo se lanzan programas para
promover la industrialización del estaño en Bolivia y fomentar
las actividades petroleras en el Oriente boliviano y en el Sur y, más
generalmente, afianzar la soberanía nacional sobre los recursos naturales
del país y construir caminos que permitieran unir el Occidente del
altiplano con los llanos orientales. De enorme importancia es el reparto
agrario, que se institucionaliza con la Ley de Reforma Agraria de Agosto
de 1953, y que permite la destrucción del latifundio, concentrado
en las regiones andinas, y la distribución de la tierra a los indígenas,
a la vez que favorece la sindicalización de los campesinos. La creación
de la COB (Central Obrera Boliviana) tuvo lugar días después del
triunfo de la insurrección. La COB fue uno de los pilares fundamentales
de apoyo al nuevo gobierno por su activa participación en todas las
ramas del aparato estatal. Su líder histórico, Juan Lechín Oquendo,
fue elegido Secretario General de la COB y nombrado Ministro de
Minas y Petróleo del nuevo gobierno. Fue uno de los líderes populares
más conscientes de que sin armar adecuadamente a las milicias populares
la estabilidad del nuevo gobierno se vería comprometida. Lamentablemente,
sus palabras cayeron en saco roto.
Decíamos más arriba que más allá de sus logros la Revolución Boliviana
no pudo evitar seguir un curso descendente que la condujo hasta su definitiva
derrota el 4 de Noviembre de 1964 con el golpe de estado de René Barrientos
Ortuño, siniestro personaje que como presidente de Bolivia orquestaría,
junto con la CIA y el Pentágono, la cacería y posterior asesinato
del Che en Bolivia. Pero la derrota de la revolución ya latía en su
seno desde mucho antes. En primer lugar, por la política de alianzas
porque aun cuando en su fase inicial el poder real descansaba en manos
de obreros y campesinos armados la representación política de la revolución
le fue confiada al MNR y sus líderes, exponentes de un sector social
que pese a su vocinglería antioligárquica conservaba estrechos lazos
con esa clase y la burguesía boliviana. Peor aún, tanto Paz Estenssoro
como Siles Suazo demostraron ser fácilmente co-optables por la astuta
diplomacia norteamericana. Contrariamente a lo habitual esta no demoró
en reconocer al nuevo gobierno surgido de los hechos revolucionarios
de Abril, pese a que en ese mismo momento preparaba una invasión de
mercenarios para deponer al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala.
La importancia que el estaño tenía para la industria militar de Estados
Unidos y su atesoramiento de reservas minerales estratégicas en el
marco de la Guerra de Corea y el peligro de una Tercera Guerra Mundial
es sin duda uno de los factores que explica actitudes tan diferentes
en uno u otro caso. Mientras Washington tenía muchos países que podían
venderle el café o las bananas que exportaba Guatemala, no había tantos
que pudieran ofrecerle el estaño que requería su aparato industrial
y militar. De hecho, poco más de la mitad de las exportaciones de ese
mineral eran adquiridas por Estados Unidos, lo que colocaba al imperio
en inmejorables condiciones de negociación para imponer sus políticas.
Además, la debilidad estructural de la economía boliviana, sin salida
al mar y lastrada por siglos de opresión y explotación, la tornaba
muy dependiente de los programas de “ayuda” dispuestos por Washington.
Y las debilidades ideológicas de la pequeña burguesía del MNR, so
pretexto de la necesidad de ser “realistas” y no antagonizar a los
intereses imperiales, permitieron cerrar el círculo de la sujeción
al imperialismo. Uno de los elementos cruciales que Estados Unidos manejó
con mucha sagacidd fue la necesidad “técnica” de reconstituir al
derrotado ejército. De hecho, dos años después del triunfo de la
revolución se reabría la Escuela Militar y comenzaba el proceso de
liquidación de las milicias populares. Sería el ejército quien, en
1964, dispararía el tiro de gracia a la revolución. En todo caso
fue esta necesidad de mantener “buenas relaciones” con el imperio
la que signó el inicio del Termidor revolucionario. La Revolución
Nacional no sólo fue una revolución traicionada sino también una
revolución interrumpida. Cuenta uno de sus biógrafos que mientras
Ernesto Guevara, de paso por Bolivia en su segundo viaje por América
Latina, esperaba para ser recibido por un alto funcionario del recientemente
establecido Ministerio de Asuntos Campesinos se encontró con un grupo
de indios que habían llegado al lugar para recoger los títulos de
propiedad prometidos por el reparto agrario. Pero antes de llegar a
la oficina del funcionario a cargo del expediente se los hizo formar
y se los roció con un insecticida. Guevara comentaría, en una de sus
cartas que "el “MNR hace la revolución con DDT.” 2
El
drama de 1952 podría resumirse así: una revolución hecha por obreros
mineros y campesinos, que juntos empuñan las armas y destruyen al sostén
fundamental del decrépito orden oligárquico, el ejército, para luego
cederle el control del estado a los aliados pequeño burgueses del campo
popular y aceptar que sean ellos, y no quienes hasta ese momento tenían
el poder real en sus manos, es decir, las armas, los que fijarían el
rumbo del gobierno surgido de una revolución pero cuyo destino sería,
doce años después, ser víctima de una contrarrevolución. Otros factores
que también operaron fueron los siguientes: (a) el reparto agrario
que al no estar acompañado de intensa labor de organización y educación
políticas terminó por replegar a los campesinos hacia su pequeña
parcela y abandonar la escena política. Ocurrió aquí algo similar
a lo acontecido con los campesinos parcelarios franceses analizados
por Marx en su Dieciocho
Brumario de Luis Bonaparte : el fetichismo que crea la propiedad
privada sobre una ínfima -¡a menudo misérrima!- porción de tierra
los desmovilizó y, peor aún, durante algún tiempo los convirtió
en bases de apoyo de diversos gobiernos anti-revolucionarios, como el
del ya mencionado René Barrientos Ortuño. (b) Por otra parte, los
sectores mineros no lograron establecer una sólida y duradera alianza
con los campesinos, y el progresivo aislamiento de los primeros facilitó,
pocas décadas después, su debilitamiento organizacional hasta
concluir con su desaparición como actor económico o político de relevancia
en la Bolivia contemporánea. (c) El activismo norteamericano para frustrar
procesos revolucionarios, desde fuera –con presiones económicas y
políticas, mentirosas promesas de colaboración, o amenazas veladas
o abiertas de intervención- tanto como desde dentro, atrayendo a su
hegemonía a los sectores de un cierto nacionalismo popular que, en
su ilusión, soñaban con un proyecto nacional sin que al mismo tiempo
fuese socialista y radicalmente anti-imperialista, cosa que una
y otra vez ha demostrado ser imposible. (d) Por último, la violación
en la Bolivia del MNR de una suerte de “ley de hierro” de todas
las revoluciones y/o procesos de reformismo radical: o se avanza resueltamente
hacia nuevas metas que profundicen la estabilidad e irreversibilidad
de los logros iniciales, o el proceso se estanca, languidece y muere.
Pero más allá de este breve balance de triunfos
y derrotas hoy es justo y necesario rendir homenaje al heroísmo y
la abnegación demostrada por el pueblo boliviano en las épicas batallas
libradas sesenta años. Los méritos de los revolucionarios de
Abril no se empañan por la capitulación del fallido gobierno instaurado
por la revolución. La labor de la insurrección no fue todo lo metódica
y radical que habría sido deseable, más allá de las obvias preguntas
contrafácticas acerca de si las cosas podrían o no haber ocurrido
de otra manera. En todo caso lo cierto es que con la clausura
del ciclo revolucionario abierto en aquella ocasión habrían de transcurrir
cincuenta largos años -años de sufrimientos, de miseria y de muerte
para el pueblo boliviano- para que, a inicios de este siglo, se
pusiera fin a tanta decadencia con las grandes movilizaciones populares
que, en 2005, culminarían con la elección de Evo Morales a la presidencia
de Bolivia abriendo así un nuevo y luminoso capítulo en la historia
de ese hermano país.
1 Fidel Castro Ruz, La Historia me Absolverá [edición definitiva y anotada] (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2005), p. 57.
2 Ver Frank Niess, Che Guevara (Madrid: EDAF, 2004), pg. 43. Esta anécdota también la narra el Che en América Latina. Despertar de un continente, una recopilación de sus notas de viaje. (La Habana: Ocean Press, 2003), p.71.En una de sus cartas el Che decía que una revolución que actúa de ese modo con los campesinos “no puede ser una revolución verdadera.”