No es difícil palpar las dos tendencias –cualitativamente diferentes y de signo radicalmente opuesto– que se desarrollan en el panorama político colombiano. Por un lado, un régimen que “cambiando todo sin cambiar nada” emplea la demagogia y el populismo para lavarse la cara, mientras profundiza el neoliberalismo en lo económico y el entreguismo en lo político. Por otro lado vemos el crecimiento de las fuerzas de cambio: un movimiento de convergencia entre diversos sectores y agrupaciones sociales incluyendo campesinos, indígenas, afrodesciendientes, sectores urbanos y juveniles, e insurgentes.
Pese a las apariencias, ésta no es una situación simétrica. En verdad, las fuerzas de la reacción ni siquiera son colombianas en el mejor sentido de la palabra –es decir, colombianas patriotas– mientras las fuerzas de cambio han alzado valientemente la bandera de la segunda y verdadera independencia. Hace casi dos años, con motivo del bicentenario, una marcha de considerables números –cuya composición indígena, obrera, campesina, estudiantil mostró contundentemente quienes están verdaderamente comprometidos con la independencia y autodeterminación colombiana– entró en Bogotá y llenó las plazas de una rebeldía alegre en rechazo al régimen uribista (régimen que, por cierto, es padre del actual régimen de Santos a través de una suerte de partenogénesis).
Aquella fue una demostración de fuerza que hoy día desemboca en la formación de un poderoso espacio de convergencia: el movimiento político y democrático Marcha Patriótica. Desde aquel momento en 2010 hasta el presente se ha desarrollado una cascada de acontecimientos alentadores como el Encuentro por la Paz en Barrancabermeja (agosto 2011), el paro nacional universitario liderado por la MANE (octubre y noviembre 2011), los múltiples esfuerzos de las FARC y el ELN para ampliar el diálogo político a través de cartas y gestos humanitarios mientras se mantienen firmes en la lucha por la Nueva Colombia, y el lanzamiento de la Coordinadora de Movimientos Sociales de Colombia (Comosocol). Éstos, junto con el trabajo incansable de Colombianos y Colombianas por la Paz, son algunos de los elementos que muestran que la mayoría de los colombianos optan por una alternativa a la actitud guerrerista y dura de cerviz del régimen continuista de Juan Manuel Santos.
En este sentido merece resaltar que el tema de la paz –o mejor dicho, la solución política al conflicto social y armado que existe en Colombia desde hace más de 50 años– despunta como un anhelo central y urgente de los sectores populares y patrióticos. Con el paso del tiempo y el giro progresista de la región latinoamericana se han desvanecido casi por completo los espejismos de paz planteados por los viejos regímenes oligárquicos. Hoy en día, la aspiración civilizatoria de alcanzar una forma de hacer la política en un terreno puramente político, es decir unicamente a través del discurso y sin violencia –efectivamente “la paz perpetua” de la que soñó Kant– solo cobra credibilidad en los planteamientos y proyecciones que vienen de los sectores populares e insurgentes.
Entonces, ¿la paz como proyecto esencialmente clasista y popular? Nunca ha sido más evidente que la pervivencia misma del régimen oligárquico constituye una guerra, una guerra que deja al pueblo hambriento, sin techo, sin acceso a la salud y a la educación, mientras trata de arrebatarle su dignidad: en última instancia, una batalla a muerte de capital contra pueblo y territorio. La paz, por otro lado, pasa por refundar popular y patrióticamente la nación –con la conciencia de que la paz, como la democracia y la ciudadanía, parte de condiciones económicas y sociales. Tal paz es la meta tanto de la oposición pacífica como de la insurgencia armada.
* Chris Gilbert, profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela, dirigió el documental El Pueblo hacia el Poder: El Movimiento Popular en Colombia (Equipo EdC, 2011).
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