Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona
Strategic Culture Foundation
Desde un comienzo estuvo claro que la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de nacionalizar el 51 por ciento de Yacimiento Petrolíferos Fiscales, YPF en la cual Repsol, la abanderada de España, poseía una parte mayoritaria, desataría una avalancha de condenas en Occidente. La medida fue anunciada por la presidenta argentina el 16 de abril recién pasado, además se supo luego de unos días que el gobierno argentino estaba considerando a YPF Gas del mismo modo. España y Occidente como un todo, vieron de inmediato la agenda de renacionalización de Argentina como un desafío directo, en parte, debido al hecho que si el país prosigue impunemente con sus planes, unos cuantos de sus pares lo imitarían.
Debemos tener en mente que América Latina fue el epicentro de las reformas neoliberales que azotaron el mundo durante la década de los años 80. En esa época, los políticos, la gente de los medios de comunicación y los factores financieros –comunidad que está en la nómina del oscuro gobierno de Bilderberger –anhelosamente suscribieron la universalidad de la solución ofrecida por la liberalización del mercado. Con una justificación general derivada de una doctrina radical, se detectaron campañas privatizadoras en varias partes del continente desde México hasta Argentina y Chile alcanzando niveles típicamente precipitados en países dominados por regímenes dictatoriales. El patrón original chileno de desplazar al gobierno legítimo, pavimentó el camino para las reformas depredadoras –combinación de acusaciones mediáticas y interrupciones deliberadas en el suministro de artículos de primera necesidad a la indignada población, cosa que fue extensamente repetida por las fuerzas neoliberales a través del mundo. La realidad que eventualmente enfrentaron las naciones cuyas economías habían sido reajustadas de acuerdo con las recetas del agreste mercado, fue la pérdida de sus soberanías económicas agregado al injusto enriquecimiento de los secuaces de los gobiernos liberales, los apoderados reformistas internacionales y las omnipresentes corporaciones transnacionales.
El mito de la superioridad del capitalismo neoliberal se mantuvo durante dos décadas, matizadas con crisis económicas recurrentes, agitación socioeconómica y rivalidades por los recursos energéticos o rutas de transporte que con frecuencia degeneraron en guerras como en Irak, Afganistán, Libia y Siria. Hoy en día, la tendencia promete continuar esta vez como una agresión relámpago de Israel y Estados Unidos contra Irán.
Figuras sobrias y nacionalistas en las filas de la clase política del mundo están penosamente conscientes del riesgo de una futura dictadura militar global norteamericana. Las naciones que aprecian su soberanía, por un lado, están realizando serios esfuerzos para mantenerse lejos del Imperio y por el otro, por temor a ser arrastradas en sus aventuras internacionales y también debido a que se dan cuenta que si ceden ante el orden económico neoliberal impuesto por Washington les acarreará consecuencias desastrosas. La tendencia se manifiesta en América Latina donde los países del ALBA han aislado de la privatización a sectores clave de sus economías y gradualmente los modernizan sobre la base de infusiones presupuestarias. Al invertir en infraestructuras vitales, los regímenes populares de Bolivia, Venezuela y Nicaragua retienen el control sobre estas junto con el privilegio de definir los correspondientes objetivos del desarrollo.
Observadores occidentales alegan que atraída por el campo “radical” la Argentina de Cristina Fernández de Kirchner de manera frecuente adopta enfoques económicos populistas típicos de Hugo Chávez.
Lo importante es que el líder venezolano logró una reputación de ser un leal amigo de Argentina durante la presidencia de Néstor Kirchner, ayudando al país en el punto más agudo de su crisis, cuando Venezuela otorgó préstamos, realizó inversiones y estimuló la economía argentina absorbiendo de manera masiva las exportaciones agrícolas del país. No cabe duda que el gobierno de Cristina Fernández tomó cabalmente en cuenta la experiencia económica populista cuando tomó la decisión de recuperar los activos de YPF contrariando los inminentes clamores de Repsol y desde otros lugares de Occidente.
La privatización de YPF fue una fea maniobra que causó un daño considerable a la economía argentina, esta se realizó bajo el gobierno de Carlos Menem y produjo prolongadas especulaciones en que él mismo o miembros de su entorno íntimo se habían beneficiado personalmente con la medida. Lo siguiente ilustra el impacto que causó en los intereses nacionales de Argentina la privatización que produjo la creación de Repsol-YPF. Durante estos últimos años el país decayó al nivel de importador energético. Durante el 2011 –por vez primera en un cuarto de siglo—Argentina importó más petróleo que lo que exportó, al tiempo que Repsol-YPF recortaba las inversiones en exploración.
Cristina Fernández de Kirchner señaló de manera tajante que la operadora española se limitó a maximizar las ganancias a partir de la explotación de los recursos energéticos argentinos.
Expertos en Argentina advirtieron acerca de la amenaza que las agresivas prácticas de la compañía podrían en el futuro previsible agotar los recursos energéticos del país. Peor aun, numerosos informes señalan que los accionistas españoles que a sabiendas socavaban la seguridad energética argentina, sostenían conversaciones con compradores potenciales, chinos en particular, en una movida para deshacerse de los activos de YPF.
España reaccionó ante la recuperación de YPF empleando como punta de lanza la formación de una suerte de bloque neoliberal de solidaridad. Manuel Soria, Ministro de Industrias, dijo que las medidas inamistosas con las empresas españolas, al margen del lugar del mundo en que ocurran, serían interpretadas por el gobierno español como manifestaciones de hostilidad hacia Madrid y prometió que en seguidamente el gobierno argentino enfrentaría las consecuencias. La ira producida por la “toma” de los activos de Repsol fue manifestada por Estados Unidos, Gran Bretaña, el Banco Mundial y el trío centro derechista de América Latina compuesto por México, Colombia y Chile.
El reclamo por compensación planteado por Repsol por la cantidad de ocho mil millones de euros se convirtió en la noticia del día en los medios occidentales. Los periódicos norteamericanos abundaron en comentarios ofensivos contra Cristina Fernández de Kirchner. El Wall Street Journal rotundamente acusó a la presidenta argentina de “desviación nacionalista” describiendo la nacionalización como un “despojo” y llamó a la expulsión de Argentina del G20. El Washington Post mantuvo el mismo tono y fustigó a la presidenta por un supuesto “populismo autocrático” adelantando que “el aislamiento de Argentina del mundo y del progreso económico de sus vecinos seguirá creciendo.” Hipotéticamente los vecinos serían Perú y Chile.
La propaganda occidental asegura que la nacionalización de YPF a la larga perjudicaría a Argentina por cuanto las compañías extranjeras temerosas por la supuesta radicalización del régimen, se abstendrían de lanzar proyectos en el país y el flujo de inversiones en él disminuirá. Por otra parte, los países del ALBA y Brasil apoyan a Argentina y esgrimen un conjunto completamente diferente de argumentos –siendo el gas y el petróleo esenciales para la seguridad nacional, la apertura del sector energético a las transnacionales significa poner en peligro inminente la soberanía y reducir gravemente la lista de opciones en la toma de decisiones estratégicas.
España, país que tiene toda una historia de trato brutal con los aborígenes de América, en cierto sentido recapturó el continente durante la época de las privatizaciones y al negociar con estados nominalmente soberanos reconstruyó, en el marco del mundo moderno, una situación que le permitía extraer recursos del continente. Se trata de un secreto a voces que el personal de las embajadas españolas participó en las conspiraciones organizadas por la CIA en Venezuela, Ecuador y Bolivia. En España la situación se minimiza como necesaria para abrir nuevas oportunidades para compañías y bancos españoles en América Latina. Repsol-YPF es un crudo ejemplo, sintiéndose lo suficientemente poderosa como para evadir cualquier supervisión, ocultar ingresos, ignorar responsabilidades ecológicas y hasta inmiscuirse en los asuntos internos de Argentina. En cierto número de casos se supo que Repsol patrocinó a grupos subversivos o compró favores de funcionarios públicos, incluyendo a jefes de organizaciones indígenas que de algún modo favorecían la explotación petrolera en tierras aborígenes.
Como era de esperar, el senado promulgó la ley que presentó Cristina Fernández de Kirchner por una amplia mayoría el 25 de abril pasado. Las audiencias en la Cámara de Diputados se celebrarán una semana después y la oposición votará por la nacionalización junto con los seguidores de la presidenta. En realidad, sobraban argumentos para apoyar la iniciativa.
La nacionalización de los recursos energéticos y un control más estricto sobre el sector energético por parte del estado han demostrado ser beneficiosos para las economías de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Argentina tendría que ser capaz de superar los problemas que la coalición occidental pretende oponerle y lograr grandes avances, en especial ahora que cuenta con el apoyo del ALBA y del Mercosur.
El ex presidente argentino y actual senador de la república, Carlos Menem, quien supervisó la privatización del sector energético en los años 90 fue entrevistado en la víspera de la votación en el senado señalando sin vacilar lo siguiente:
--Con seguridad asistiré a la sesión y apoyaré la recuperación del control de YPF por parte del estado.
--Eso suena bastante extraño considerando el hecho que Ud. fue el que privatizó la empresa….
--Eso es correcto, pero ahora estamos en otra época completamente diferente a la que vivíamos antes. Los tiempos cambian, el escenario ha cambiado.
La declaración pasó prácticamente desapercibida por los medios de comunicación. En algunos países los proponentes de la privatización total continúan cultivando ilusiones neoliberales y todavía manejan las economías como si las señales del mundo en el sentido que el modelo ha sido descartado no llegan a ellos.
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