Para este humilde servidor, podrían escribirse voluminosos ensayos sobre este tema, pero siempre quedará finalmente un desconcierto, una rabia y una cierta sensación de que a todos nos tomaron por sorpresa aunque ahora abunden los que afirman que “esto se veía venir“. Son los que según mi amigo Reinaldo Iturriza, padecen de “telodijismo“. Una cosa está clara y por la cuenta que nos tiene, bien haríamos en terminar de reconocerla: O el Estado le da poder al pueblo, o se doblega ante el poder de la oligarquía. No hay medias tintas: El que le haga carantoñas a ambos extremos del espectro político con la vana ilusión de quedar bien con todo el mundo, se va a hundir irremediablemente. Sencillamente, el Estado, cualquier Estado, por más que se disfrace con una simbólica balanza y los ojos vendados, será siempre instrumento de una clase. Y este cuento no estaría de mas que nos lo apliquemos los venezolanos para no andar creyendo en “pajaritos preñaos”.
No se porque, Lugo me hace evocar al ingenuo de José María Vargas. Mas tardó aquel pobre hombre cargado de honres académicos, en sentarse en la silla presidencial, que lo que tardó el Coronel Carujo en echarlo. Y cuentan las historias populares que aquel eminente doctor para salvar el honor o quizá creyendo que sus palabras se fundirían en bronce, le espetó a Carujo una melodramática frase: “La historia es de los justos“. A lo que Carujo –militar al fin- dicen que contestó: “No doctor, la Historia es de los fuertes“.
Finalmente, habremos de reconocer que en una sociedad escindida en clases, la nietzscheana “voluntad de poder“ siempre estará presente y quien no la tenga, es preferible que no entre en ese juego terrible que es la lucha por el poder. Es patético llegar a presidente para dejar que otros te despidan sin preaviso ni prestaciones y que encima tú lo aceptes mansamente.
Eso es exactamente lo que le ha pasado al obispo Lugo, que quizá nunca debió dejar de ser obispo, como Vargas nunca debió dejar de ser doctor. Finalmente la oligarquía terrateniente del Paraguay se aburrió de el y lo ha echado limpiamente, si disparar un tiro, sin pena ni gloria. Tenemos que admirar en la derecha la consecuencia con que actúa. No tiene vergüenza, actúa sin recato y cada signo de tolerancia, ellos lo interpretan –por cierto correctamente- como debilidad.
El domador, si no es imbécil, entra en la jaula de los leones con un látigo y no con caramelos, por eso de esta lamentable bufonada, nosotros debemos de aprender que a los majunches, ni el agua ni la sal.
Personalmente, no me desvelo por la suerte del “ex presidente“ Lugo, puesto que el mismo parece sentirse cómodo en su nuevo rol histórico. Me preocupa si, la suerte del pueblo paraguayo y con el, la de toda nuestra América que tiene que aprender bien la lección, reivindicando la unidad y la consecuencia frente a esa manada de bestias que nos brindaron el deplorable espectáculo de un linchamiento moral que ellos llamaron juicio. Quiero creer que al menos este drama servirá para elevar la conciencia y los niveles de organización del pueblo paraguayo y de todos nosotros.