Por momentos parecía que España salía de los moldes de la era aristocrática-feudalista; la política comenzaba a hacerse en la calle y sus protagonistas empezaban a contarse por decenas de millares. En cuanto a la clase obrera, representaron ya papel de primer orden; pero el extremismo “bakuninista” no contribuyó en nada a arreglar la situación. Privó a los gobiernos de la alianza o de la presión de los trabajadores, ignorando así la verdadera situación de España.
España era (es) un país atrasado industrialmente y, por lo tanto, no podía (no puede) hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tenía que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La II República brindaba la ocasión para acortar en lo posible estas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera española. El sindicalismo es una forma de organización del proletariado… El sindicalismo es una institución salvadora en la que cada despojado, cada injuriado, cada víctima de la injusticia social, debe hallar, no el apoyo compasivo sino solidaridad positiva, verdadero compañerismo, fuerza necesaria para su satisfacción y justificación.
La conmoción revolucionaria que experimentó España durante esos años fue también una revolución de las conciencias. Las mayores posibilidades de difusión oral y escrita del pensamiento, la incesante problemática de la vida política y social, dieron lugar a la cristalización de diversas corrientes del pensamiento. Hemos visto cómo las teorías del Estado liberal se expresaron en hombres que eran representantes del liberalismo moderado. En cuanto a políticos como Miguel Maura, Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Francisco Largo Caballero o Juan Negrín y Casares Quiroga se trataba de políticos pragmáticos, más que de ideólogos. El ejemplo de la monarquía liberal británica siempre les influenció sin llegar a comprender su verdadera naturaleza. Se empeñaron en hacer prevalecer las doctrinas de importación británica sobre la realidad española.
Estos politiqueros puestos de espaldas al pueblo, bajando a sus ideas particulares, encuentran que no es exacto que el valor esté representado principalmente por la lucha y el trabajo. Aunque el trabajo es lo que principalmente crea el valor: que mientras una cosa no empieza a ser valor sino desde el momento en que el trabajo del hombre ha entrado en ella. A pesar de que, cuando examinamos un objeto elaborado, encontramos que hay allí el trabajo del hombre que lo ha construido, más una materia prima independiente de éste mismo trabajo, es lo cierto que esta materia prima es también el resultado de un trabajo anterior; por lo tanto, que cuando buscamos el valor de las cosas nos encontramos con que no es más que la suma de cantidades de trabajo de que es resultado. Importando poco que en el orden de los fenómenos venga ese valor modificado por la ley de la oferta y de la demanda, y ese valor venga a tomar la forma de precio. El valor no pierde por eso ni su naturaleza ni su carácter.
Anteriormente hemos leído ideas sobre el carácter social de la propiedad. Con seguridad, fue Pi y Margall en 1873 el único dirigente político de la Primera República que veía más allá de los simples cambios de forma de gobierno y que no se había quedado ni en la Declaración de Derechos de 1789 ni en la Constitución de 1812.
En esa agonía decimonónica insertada ya en la cronología de ese siglo antepasado, ocupaba lugar notorio —además de los postreros y geniales fulgores de un Costa o un Galdós— lo que se ha llamado generación del 98, así como las corrientes intelectuales que la seguían de cerca. Por lo tanto la Generación del 98 impactó las nuevas ideas.
En el orden universitario, la incorporación de los catedráticos expulsados por la monarquía contribuyó a revigorizar la Universidad. En suma, la temática intelectual de España empezaba a renovarse hasta sus cimientos. En esta renovación actúan, además de la transformación de la realidad española, ciertas ideologías importadas y corrientes universitarias teñidas de agnosticismo y pragmatismo.
Evidente es también el fenómeno de las transformaciones operadas en el panorama intelectual español desde el 98 hasta la guerra civil, al que no eran ajenos la profunda conmoción económica y política del desastre colonial, con la agravación de las tensiones sociales, y la exigencia de un relevo de clases, (aun hoy) así como el ensanchamiento del horizonte del saber humano y sus aplicaciones, el papel intelectual crecía en importancia.
Esa corriente que se ha dado en llamar institucionista acusa los rasgos generales de una preocupación por la renovación de la cultura, por atemperar el ritmo cultural del nivel del país al nivel de la época en Europa. Dentro de esos rasgos estaba el sentido de la libre discusión y del libre pensamiento, el respeto a la libertad de conciencia, unos métodos, en suma, que chocaban con los tradicionales. No se trataba, desde luego, de revolucionarios, sino de intelectuales vinculados a la burguesía liberal que comprendían que ese problema no tenía ninguna solución con la “tranca” ni con la Guardia Civil.
Todo movimiento revolucionario de los obreros y los campesinos fue aplastado implacablemente en nombre de la “unidad” entre explotados y explotadores. Todos los verdaderos revolucionarios socialistas y anarquistas fueron víctimas de la calumnia, la prisión y el exterminio. Ahora se puede ver los resultados de esa política traidora. Los obreros y campesinos engañados les volvieron la espalda a los políticos republicanos y cayeron en el desaliento, la apatía y la indiferencia. Eso precisamente fue una de las causas que garantizó el triunfo de Franco.
Se fue el siglo XX, pero no para sumirse en el olvido como algunos frívolos de la inteligencia hubieran deseado. Así entra la España tremenda y desgarrada al siglo XXI, con desgarramientos del siglo anterior por haber faltado a la cita que en él les dio la Historia. Y hay más; ni una sola de las fuerzas operantes en este tiempo deja de estar enraizada en el siglo precedente. La España del siglo XX es la madre de la España contemporánea.
¡Que renuncien los sindicaleros burgueses Méndez y Toxo de UGT y CCOO!
¡Pa’ fuera los corruptos Borbones y los farsantes ladrones del PSOE y PePeros!
¡Viva la III República socialista!
¡Pa’lante Comandante! Lucharemos, Viviremos y Venceremos.
¡Gringos Go Home! Libertad para los cinco héroes de la Humanidad.
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