“Por el valor que tiene para la historia del movimiento obrero español, a continuación damos a conocer un informe de Engels sobre España, que corresponde a finales de 1872, en el que se recogen los hechos más importantes de la primera etapa del movimiento internacionalista en España. Incluimos igualmente la parte que corresponde a España de otros informes suyos de carácter general. Engels, aunque había dejado de ser el secretario corresponsal para la Península Ibérica, enviaba con frecuencia al Consejo General de la Internacional, establecido en Nueva York, amplias informaciones sobre los problemas más importantes”.
“En España, la Internacional ha sido fundada desde su origen como un puro anexo de la sociedad secreta de Bakunin, la “Alianza”, a la cual debía servir como una especie de campo de reclutamiento y al mismo tiempo de palanca que le permitiría dirigir todo el movimiento proletario. Más adelante se verá que su Alianza, tendía abiertamente a reducir la Internacional en España a esa actitud de subordinación.
Como consecuencia de esa dependencia, las doctrinas especiales de la Alianza (abolición inmediata del Estado, anarquía, antiautoritarismo, abstención de toda acción política, etc.) se difundían en España presentándolas como doctrinas de la Internacional. Al mismo tiempo, todo miembro importante de la Internacional era inmediatamente admitido en la organización secreta y se le hacía creer que este sistema de dirigir la asociación pública por medio de la sociedad secreta existía en todas partes sin oposición.
La cosa remonta a 1869, y el primer personaje que introdujo la Internacional en España al mismo tiempo que la Alianza fue el italiano Fanelli, que era miembro del Parlamento italiano, a pesar de sus convicciones abstencionistas. En junio de 1870 ha tenido lugar el primer Congreso de la Internacional española en Barcelona. En este Congreso fue adoptado el plan de organización desarrollado posteriormente por la Conferencia de Valencia (septiembre de 1871) y que estuvo en vigor, dando los más excelentes resultados.
Como en todos otros lugares, la participación real tomada por la Asociación (y la que se atribuye) en la revolución de la Comuna de París ha situado a la Internacional en España en un lugar eminente. Este lugar que ocupó la organización y las primeras persecuciones intentadas por el Gobierno aumentaron mucho las filas de la Internacional en España. No obstante, en la época de la Conferencia de Valencia no existían en ese país más que trece federaciones locales, aparte de algunas secciones aisladas.
Según el acuerdo del Congreso de Barcelona, la Conferencia de Valencia confirmó dejar al Consejo Federal en Madrid y su composición era, más o menos, la de antes; sin embargo, una individualidad importante, Tomás González Morago (delegado al Congreso de la Haya), no había sido reelegido. Cuando durante las primeras persecuciones en junio de 1871 el Congreso Federal tuvo que buscar por algún tiempo un refugio en Lisboa, Morago abandonó su puesto en el momento del peligro, y esto fue la causa de su exclusión en el nuevo Consejo Federal.
Desde ese momento empieza la guerra secreta, que terminaría en ruptura abierta. Inmediatamente después de la Conferencia de Valencia tuvo lugar la Conferencia de Londres (septiembre 1871). Los españoles enviaron como delegado a Anselmo Lorenzo, que por vez primera informó a España que la Alianza secreta no era una cosa admitida por todas partes en nuestra Asociación y que, al contrario, el Consejo General y la mayoría de las Federaciones eran directamente opuestos a la Alianza allí donde su existencia era conocida.
Poco después, Sagasta comenzó las persecuciones contra la Internacional, a la cual declaró fuera de la ley. Morago, que entonces era miembro del Consejo local de Madrid, deserta de nuevo de su puesto y presenta su dimisión. Pero las amenazas del Gobierno no fueron seguidas de ninguna acción seria: el derecho de reunión pública, ciertamente, era rechazado a la Internacional; pero las secciones y consejos continuaron teniendo sus reuniones sin ser molestados. El único efecto de esa intervención gubernamental fue un enorme crecimiento del número de adherentes a la Internacional. En el Congreso de Zaragoza (abril de 1872), la Asociación contaba con 70 federaciones locales regularmente constituidas, mientras que en otras cien localidades el trabajo de organización y de propaganda se proseguía activamente. Había, además, ocho corporaciones organizadas en uniones en todo el país, bajo el control de la Internacional, y la gran Unión de los trabajadores de España, mecánicos, hiladores y tejedores, estaban a punto de ser constituida.
En ese intervalo, la guerra secreta con la Internacional había sido proseguida en España y comenzaba desde ese momento a tomar otro aspecto más importante. El rencor personal de Morago (que ejercía una gran influencia en Madrid, no obstante sus deserciones repetidas) contra los miembros del nuevo Consejo Federal designado en Valencia, no fue la sola fuerza motriz de esa guerra. Las resoluciones de la Conferencia de Londres, sobre la parte pública de la Alianza y sobre la acción política de la clase obrera, habían excitado la cólera de los jefes de la Alianza secreta, y particularmente de los hombres de los grados superiores de iniciación secreta que recibían sus instrucciones directamente de Bakunin, y de los cuales uno de ellos era Morago. Esta cólera se expresaba en la circular de la Federación Jurasiense de Sonvillier que pedía la convocatoria inmediata de un Congreso extraordinario. Sobre esta cuestión el Consejo Federal de España, de acuerdo con muchas secciones, vacilaba en enfrentarse con el Consejo General y la Conferencia de Londres y eso constituía un nuevo crimen. Además, en enero de 1872, Paul Lafargue llegaba a Madrid y, estableciendo relaciones amistosas con los miembros del Consejo Federal, les convenció pronto, con numerosos ejemplos, que todo el asunto del Jura era una intriga basada en la calumnia, para desorganizar a la Internacional.
Desde ese momento su destino estaba señalado. El Consejo local provocó una querella contra los editores de La Emancipación, que eran los miembros del Consejo Federal Local de Madrid. Esa expulsión fue anulada por el Congreso de Zaragoza, pero el objetivo inmediato había sido alcanzado: imposibilitar, por querellas entre personas, el mantenimiento del Consejo Federal en Madrid. En efecto, el Consejo Federal fue trasladado a Valencia y su composición cambiada por completo. De los miembros del Consejo anterior que fueron reelegidos, Mora se negó en seguida y muy pronto Lorenzo presentó su dimisión por las divisiones que surgieron. Los miembros que quedaron eran, muchos de ellos, miembros de la Alianza secreta.
Después del Congreso de Zaragoza, la ruptura entre los hombres de la Alianza y los que preferían la Internacional se hizo cada vez más visible. Finalmente, el 2 de junio de 1872, los miembros del antiguo Consejo Federal (Mesa, Mora, Pauly, Pagés y otros) que formaban al mismo tiempo la mayoría de la Sección madrileña de la Alianza, publicaron una circular dirigida a todas las secciones de esa misma sociedad secreta, anunciando su disolución como sección de la Alianza e invitándolas a seguir su ejemplo. El día siguiente se vieron, bajo un falso pretexto y en violación abierta de los reglamentos, excluidos de la Federación madrileña de la Internacional. De 130 miembros, sólo 15 estaban presentes para ese voto. Catorce formaron entonces una nueva Federación, pero el Consejo Federal se negó a reconocerlos; el Consejo General, por apelación, los reconoció sin consultar el Consejo Federal español y esta decisión fue sancionada por el Congreso de La Haya.
El motivo que el antiguo Consejo Federal tenía para no consultar el Consejo español sobre este asunto era el siguiente: El C.G., teniendo por fin pruebas suficientes de la existencia y de la acción de la Alianza en España y del hecho que la mayoría, si no la totalidad, de los miembros del Comité español eran miembros de ella, había escrito a ese Consejo pidiendo explicaciones e informaciones sobre la sociedad secreta. En su contestación, con fecha del 3 de agosto de 1872, el Consejo español se declaraba abiertamente por la Alianza, asegurando además que la Alianza era disuelta. Dirigirse a un Consejo que, en un conflicto entre la Internacional y una sociedad secreta formada en sus filas, se había declarado ya por la Asociación secreta, hubiese sido evidentemente más que superfluo, y el Congreso de la Haya sancionó plenamente la acción del Consejo General.
Para asegurar la elección de hombres de la Alianza General, en una circular privada que no comunicó nunca al Consejo General, recurrió a maniobras que hubiesen bastado para anular los poderes de los cuatro delegados enviados por la Federación española.
El estado de cosas en España, pues, era actualmente el siguiente:
No existen en España más que dos federaciones locales que reconocen abierta y plenamente las resoluciones del Congreso de la Haya y el nuevo Consejo General: la nueva Federación madrileña y la Federación de Alcalá de Henares. A menos que éstas no acierten en atraer hacia ellas la mayor parte de la Internacional española, formarán el núcleo de una nueva Federación en España.
La gran mayoría de la Internacional española está siempre bajo la dirección de la Alianza, que domina en el Consejo Federal y también en los consejos locales más importantes. Pero hay muchos síntomas de que las resoluciones del Congreso no han dejado de producir un gran efecto sobre las masas españolas. El nombre de la Internacional tiene allí un gran peso y su expresión oficial, el Congreso, una gran importancia moral. Así los hombres de la Alianza tienen mucho que hacer para convencer las masas de que están dentro del derecho. La oposición empieza ser seria. Los obreros de las fábricas de Cataluña, con un sindicato de 40.000 (para la época) miembros, están tomando la dirección y piden la convocatoria de un Congreso extraordinario de España para oír los informes de algunos delegados a la Haya y examinar la conducta del Consejo Federal. El órgano de la nueva Federación madrileña, La emancipación —quizá el mejor periódico que tenía la Internacional donde quiera que sea—, descubre cada semana la Alianza y, según los ejemplares que mandé al ciudadano Sorge, el Consejo General puede convencerse de la inteligencia teórica de los principios de nuestra Asociación con los cuales ese periódico sigue la lucha. El director de esa, José Mesa, es sin duda el hombre más superior que tenemos en España, tanto por el carácter como por el talento, y verdaderamente uno de los mejores hombres que tengamos dondequiera que sea.
He tomado la responsabilidad de avisar a nuestros amigos españoles de no precipitarse en obligar a que se celebre el Congreso extraordinario, pero, en lo posible, de preparar los espíritus a ello. Mientras tanto, comuniqué a La Emancipación los informes del Congreso y otros artículos y sigo haciéndolo porque Mesa no puede hacerlo todo, a pesar de su energía admirables. Si nuestros amigos de España están bien secundados por la acción del Consejo General, no dudo que superaremos todos los obstáculos y sacaremos de la influencia de los bluffs de la Alianza una de las mejores organizaciones que existen en el seno de la Internacional”.
F. Engels, exsecretario por España.
Londres, 31 de octubre de 1872.
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