Bajo el titulo de Los Bakuninistas en acción, Engels publica en el periódico Der Volksstaat en octubre y noviembre de 1873 una amplia reseña de los acontecimientos producidos en España con motivo del levantamiento desarrollado durante el verano del mismo año, muy especialmente sobre los hechos producidos en Alcoy, sede del Consejo Federal “aliancista”. Por la importancia histórica del documento, (en parte) lo insertamos a continuación.
Para facilitar la comprensión de la siguiente memoria, consignaremos aquí unos cuantos datos cronológicos.
El 9 de febrero de 1873, el rey Amadeo, harto ya de la corona de España, abdicó. Fue el primer rey huelguista. El 12 fue proclamada la República. Inmediatamente, estalló en las provincias vascongadas un nuevo levantamiento carlista.
El 10 de abril fue elegida una Asamblea Constituyente, que se reunió a comienzos de junio, y el 8 de ese mes fue proclamada la República federal. El 11 se constituyó un nuevo ministerio bajo la presidencia de Pi y Margall. Al mismo tiempo, se eligió una comisión encargada de redactar el proyecto de la nueva Constitución, pero fueron excluidos de ella los republicanos extremistas, los llamados intransigentes. Cuando, el 3 de julio, se proclamó la nueva Constitución, ésta no iba tan lejos como los intransigentes pretendían en cuanto a la desmembración de España (…) en “cantones independientes”. Así, pues, los intransigentes organizaron al punto alzamientos en provincias. Del 5 al 11 de julio, los intransigentes triunfaron en Sevilla, Córdoba, Granada, Málaga, Cádiz, Alcoy, Murcia, Cartagena, Valencia, etc., e instauraron en cada una de estas ciudades un gobierno cantonal independiente. El 18 de julio dimitió Pi y Margall y fue sustituido por Salmerón, quien inmediatamente lanzó las tropas contra los insurrectos. Estos fueron vencidos a los pocos días, tras ligera resistencia; ya el 26 de julio, con la caída de Cádiz, quedó restaurado el poder del gobierno en toda Andalucía y, casi al mismo tiempo, fueron sometidas Murcia y Valencia; únicamente Valencia luchó con alguna energía.
Y sólo Cartagena resistió. Este puerto militar, el mayor de España, (para la época) que había caído en poder de los insurrectos junto con la marina de guerra, estaba defendido por tierra, además de por la muralla, por trece fortines destacados y no era, por tanto, fácil de tomar. Y, como el gobierno se guardaba mucho de destruir su propia base naval, el “Cantón soberano de Cartagena” vivió hasta el 11 de enero de 1874, día en que por fin capituló, porque, en realidad, no tenía nada mejor qué hacer.
De esta ignominiosa insurrección, lo único que nos interesa son las hazañas todavía más ignominiosas de los anarquistas bakuninianos; única que relatamos aquí con cierto detalle, para prevenir con este ejemplo a los españoles contemporáneos.
El informe que acababa de publicar la comisión de la Haya sobre la Alianza secreta de Miguel Bakunin ha puesto de manifiesto ante el mundo obrero los manejos ocultos, las granujadas y la vacía fraseología con que se pretendía poner al movimiento proletario al servicio de la presuntuosa ambición y los designios egoístas de unos cuantos genios incomprendidos. Entretanto, estos megalómanos han dado ocasión en España de conocer también su actuación revolucionaria práctica. Veamos cómo llevaban a los hechos sus frases ultrarrevolucionarias sobre la anarquía y la autonomía, sobre la abolición de toda autoridad, especialmente la del Estado, sobre la emancipación inmediata y completa de los obreros. Por fin podemos hacerlo ya, pues ahora, además de la información de la prensa sobre los acontecimientos de España, tenemos a la vista el informe enviado al Congreso de Ginebra por la Nueva Federación Madrileña de la Internacional.
Es sabido que, en España, al producirse la escisión de la Internacional, sacaron ventaja los miembros de la Alianza secreta; la gran mayoría de los obreros españoles se adhirió a ellos. Al ser proclamada la República, en febrero de 1873, los aliancistas españoles se vieron en un trance muy difícil. España era un país atrasado (es) industrialmente y, por lo tanto, no podía hablarse de una emancipación “inmediata” y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tenía que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible estas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención “política” activa de la clase obrera española. La masa obrera lo sentía así; en todas partes presionaba para que se interviniese en los acontecimientos, para que se aprovechase la ocasión de actuar, en vez de dejar a las clases poseedoras el campo libre para la acción y para las intrigas, como se había hecho hasta entonces. El gobierno convocó elecciones a las Cortes Constituyentes. ¿Qué posición debía adoptar la Internacional? Los jefes Bakuninistas estaban sumidos en la mayor perplejidad. La prolongación de la inactividad política hacíase cada día más ridícula y más insostenible; los obreros querían “hechos”. Y, por otra parte, los “aliancistas” llevaban años predicando que no se debía intervenir en ninguna revolución que no fuese encaminada a la emancipación inmediata y completa de la clase obrera; que el emprender cualquier acción política implicaba el reconocimiento del Estado, el gran principio del mal; y que, por lo tanto, y muy especialmente la participación en cualquier clase de elecciones era un crimen que merecía la muerte. El citado informe de Madrid nos dice cómo salieron del aprieto.
“Los mismos que desconociendo los acuerdos de La Haya, sobre la acción de la clase trabajadora, y rasgando los Estatutos de la Internacional, introdujeron la división, la lucha y el desorden en el seno de la Federación española; los mismos que no vacilaron en presentarnos a los ojos de los trabajadores como unos políticos ambiciosos que, con el pretexto de colocar en el poder a la clase obrera, pugnaban por adueñarse del poder en beneficio propio; esos mismos hombres que se dan el titulo de revolucionarios, autónomos, anárquicos, etc., se han lanzado en esta ocasión a hacer política; pero la peor de las políticas, la política burguesa; no han trabajado para dar el poder político a la clase proletaria, idea que ellos miran con horror, sino para ayudar a que conquistase el gobierno una fracción de la burguesía, fracción compuesta de aventureros, postulantes y ambiciosos, que se denominaban republicanos intransigentes.”
Pero, tan pronto como los mismos acontecimientos empujan al proletariado y lo colocan en primer plano, el abstencionismo se convierte en una majadería palpable y la intervención activa de la clase obrera en una necesidad inexcusable. Y éste fue el caso en España. La abdicación de Amadeo había desplazado del Poder y de la posibilidad inmediata de recobrarlo a los monárquicos radicales; los alfonsinos estaban, por el momento, más imposibilitados aún; los carlistas preferían, como casi siempre, la guerra civil a la lucha electoral. Todos esos partidos se abstuvieron a la manera española; en las elecciones sólo tomaron parte los republicanos federales, divididos en dos bandos, y la masa obrera. Dada la enorme fascinación que el nombre de la Internacional ejercía aún por aquel entonces sobre los obreros españoles y dada la excelente organización que, al menos para los fines prácticos, conservaba aún su Sección española, era seguro que en los distritos fabriles de Cataluña, en Valencia, en las ciudades de Andalucía, etc., habrían triunfado brillantemente todos los candidatos presentados y mantenidos por la Internacional, llevando a cortes una minoría lo bastante fuerte para decidir en las votaciones entre los dos bandos republicanos. Los obreros sentían esto; sentían que había llegado la hora de poner en juego su potente organización, pues por aquel entonces todavía lo era. Pero los señores jefes de la escuela bakuninista habían predicado, durante tanto tiempo, el evangelio del abstencionismo incondicional, que no podían dar marcha atrás repentinamente; y así, inventaron aquella lamentable salida, consciente en hacer que la Internacional se abstuviese como colectividad, pero dejando a sus miembros en libertad para votar individualmente como se les antojase. La consecuencia de esta declaración en quiebra política, fue que los obreros, como ocurre siempre en tales casos, votarán a la gente que se las daba de más radical, a los intransigentes, y que, sintiéndose con esto más o menos responsables de los pasos dados posteriormente por sus elegidos, acabaron por verse envueltos en su actuación.
Entretanto, la situación política iba acercándose cada vez más a una crisis. Los viejos tragahombres del republicanismo federal, Castelar y comparsa, se echaron a temblar ante el movimiento, que les rebasaba; no tuvieron más remedio que ceder el Poder a Pi y Margall, que intentaba una transacción con los intransigentes. Pi era, de todos los republicanos oficiales, el único socialista, el único que comprendía la necesidad de que la República se apoyase en los obreros. Así presentó en seguida un programa de medidas sociales de inmediata ejecución, que no sólo eran directamente ventajosas para los obreros, sino que, además, por sus efectos, tenían necesariamente que empujar a mayores avances y, de este modo, por lo menos poner en marcha la revolución social. Pero los internacionales bakuninistas, que tenían la obligación de rechazar hasta las medidas más revolucionarias cuando éstas arrancan del “Estado”, preferían apoyar a los intransigentes más extravagantes antes que a un ministro. Las negociaciones de Pi con los intransigentes se dilataban; los intransigentes empezaron a perder la paciencia; los más fogosos de ellos comenzaron en Andalucía el levantamiento cantonal. Había llegado la hora de que los jefes de la Alianza actuasen también, si no querían seguir marchando a remolque de los intransigentes burgueses. En vista de eso, ordenaron la huelga general.
En Barcelona se pegó, entre otros, este cartel:
“¡Obreros! Declaramos la huelga general para demostrar la profunda repugnancia que nos causa ver cómo el gobierno echa a la calle el ejército para luchar contra nuestros hermanos trabajadores, mientras apenas se preocupan de la guerra contra los carlistas”, etc.
Continuaremos narrando (en otro artículo) los hechos de esa época nefasta española.
Cito a Don Miguel de Unamuno: “Cuantas cosas no se hubieran resuelto si Simón Bolívar nos libertara a nosotros los españoles”.
¡Viva la III República socialista!
¡TodosSomosChávez¡ ¡ChávezViviráYVencerá!
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¡Bolívar Vive!