Hace varias semanas que intentamos realizar un análisis sobre la situación interna de la nación egipcia, que sigue agravándose día a día, dejando un saldo de muertos y heridos en cada nuevo incidente de lo que a primera vista parece un panorama de guerra civil. Pero la dificultad con que nos encontramos para generar un modelo de interpretación de lo que está sucediendo es que a diferencia de lo que sucede en otras regiones del Medio Oriente y el África del Norte, en Egipto aparecen variables internas muy específicas, que son muy difíciles de definir desde nuestra formación occidental eurocéntrica.
Entre esas variables están: el rol del islamismo representado por los hermanos musulmanes, los restos del nasserismo panarabista y socialista, el papel que juegan las fuerzas armadas, la participación incontrolada y espontánea del grueso del pueblo egipcio (la variable que disparara la crisis provocando la caída de Mubarak), y hasta existe entre otras, una variable cultural del viejo Egipto faraónico. Y como en todo tiempo de caos, la cuantificación de estas variables no resulta fácil, ya que el efecto mariposa está presente y aún la más insignificante puede ser el disparador de cambios profundos en la situación general del sistema.
Pero la dificultad principal que se presenta, es la tendencia a manejar las situaciones sociales de países con complejas y propias matrices culturales con nuestras categorías occidentales, que siempre entendemos como universales.
En este caso Egipto representa significativamente el fracaso de tratar de imponer, tal como se viene haciendo en todo el mundo, el sistema de democracia representativa, inventado en la Europa del siglo XVII que consideramos como el mejor y más justo para todos los pueblos. Acompañado de su base ideológica, las categorías que se crearan en la Revolución Francesa (los derechos del hombre, la izquierda y la derecha, la participación popular, etc.). Cuando se intenta imponer estos parámetros en sociedades de matriz cultural diferente, aparecen los problemas. Éstos confunden nuestras ideas y los factores dominantes lo aprovechan para sus intereses, y logran que los progresistas defiendan posturas absurdas.
Un ejemplo es la rápida calificación de los Hermanos Musulmanes como una fuerza de derecha, ya que por lógica a nuestros ojos todo movimiento político o social que intente restaurar valores y formas de vida del Islam (una necesidad imperiosa para una cultura que viene siendo avasallada y perseguida por Occidente en los últimos siglos) no tiene otro remedio que ser calificado de reaccionario y/o conservador. Mi sospecha es que los movimientos sociales islámicos tienen un significado muy diferente en las sociedades donde se desarrollan, y que no tenemos las herramientas adecuadas para evaluarlos en su verdadera magnitud.
Con respecto a la democracia, la situación egipcia es muestra de una gran contradicción. Calificamos automáticamente como autoritarios a los sistemas de gobierno del Medio Oriente y como democráticos a los nuestros, aunque a veces la verdad pueda ser totalmente contraria. A fin de cuentas nuestra democracia representativa de partidos, únicamente da a los electores la posibilidad de votar por candidatos elegidos por una clase política hegemónica, con lo cual la “voluntad popular” queda totalmente relativizada. Y respecto a los sistemas monárquicos, yendo a la historia, vemos por ejemplo que el Califato Omeya fue uno de los sistemas de gobierno más tolerantes conocidos, ya que a pesar de aceptar la autoridad suprema del Sultán, contaba con instituciones sociales (como la Casa de Esclavos o el Consejo de Emires) que permitían una amplia participación de la voluntad popular en el gobierno de la sociedad.
Así la inmensa contradicción. La sociedad “progresista” contemporánea egipcia nace con Gammal Abdel Nasser en 1952 y su gobierno que será nacionalista, panarabista, secular, antiimperialista y socialista. A la muerte de Nasser le sucede Anwar Al Sadat quien desvía totalmente las propuestas de su antecesor, y luego del asesinato de Sadat, se hace cargo del poder Hosni Mubarak que gobierna el país durante casi treinta años en un régimen cada vez más autoritario y corrupto. Ninguno de estos tres gobiernos, un primero considerado en Occidente como “progresista” y los dos siguientes virando hacia la derecha y convirtiéndose en pro-occidentales, fue elegido por el pueblo. Llegaron y se mantuvieron en el poder por la fuerza de las armas.
En 2011 se produjeron las incontroladas y no lideradas por ninguna de las fuerzas políticas tradicionales, inmensas protestas populares, cuya represión y saldo de muertos llevó a que las fuerzas armadas intervinieran, depusieran a Mubarak y llamaran a elecciones por primera vez en la historia egipcia en 2012 (la implantación de la “democracia occidental”). Llegan al poder por voto popular los hermanos Musulmanes, a través de Mohamed Mursi, designado presidente del país.
Y allí viene la situación en la cual no encajan nuestras categorías. Mursi es derrocado por las fuerzas armadas luego de nuevas protestas populares, esta vez contra su gobierno, con inmensas concentraciones de ciudadanos en la plaza principal del Cairo y otras ciudades. Las fuerzas armadas egipcias dan un Golpe de Estado (en la más tradicional definición), destituyen y ponen prisionero a Mursi. A partir de allí los partidarios del gobierno depuesto salen a protestar a las calles para que se restituya al gobernante legítimamente elegido por las urnas. La progresiva represión a esas manifestaciones lleva al orden de miles a los muertos y a decenas de miles a los heridos.
Los medios occidentales (y parte de la izquierda) defenestran a los hermanos musulmanes, y de hecho apoyan un gobierno militar que reprime y genera muertos, por ser supuestamente la solución frente a un gobierno “integrista”. O sea que nuestros principios, como siempre, se aplican cuando convienen a los intereses, sino se dejan olímpicamente de lado, ya que lo que habría que defender para ser coherentes sería a un gobierno llegado al poder por elecciones, derrocado y perseguido por un poder militar absolutamente ilegítimo.
La realidad final en el Egipto de hoy es la terrible represión hacia los hermanos musulmanes. Se detienen a todos sus dirigentes, se les persigue y hasta se les prescribe como fuerza política. Todo ello en manos de una fuerzas armadas que ya de nasseristas tienen muy poco, y que en el fondo están defendiendo la situación económica privilegiada que han logrado obtener en las últimas décadas. El número de muertos y heridos por la represión es mayor del que causara la caída de Mubarak, y la situación no tiene visos de solucionarse.
Los seguidores de los hermanos musulmanes, impulsados por motivaciones no solo políticas o ideológicas sino también religiosas, parecen estar dispuestos a resistir al costo que sea. Las fuerzas armadas parecen dispuestas a seguir persiguiéndolos, hasta posiblemente acabarlos como fuerza social.
El panorama para Egipto es bastante oscuro. Va desde la eventualidad de la instauración de un régimen militar hegemónico impuesto a sangre y fuego, hasta el desarrollo de una guerra civil que puede llegar a desmembrar toda su sociedad. Dejando en medio alternativas no previsibles, cuando alguna de las oscuras variables mencionadas intervengan.