La historia es siempre terca a la hora de mostrar acierto de los políticos o enrostrar sus errores. Categórico, terminante, en la vida social no existe otra forma de resolver conflictos políticos que no sea la negociación. Pensar diferente es gestar el traspié.
Colombia lo demuestra todos los días. Se produce un gran movimiento de protesta de los campesinos. Toman las carreteras. Todos se muestran contrarios al TLC y solicitan su revisión. El gobierno responde con acciones armadas, y, además acusa, tontamente a las FARC de estar monitoreando este conflicto. Todo se acalora y al final el gobierno, tiene que sentarse a la mesa a negociar.
Los efectos son inmediatos se llega a un acuerdo y hay satisfacciones. No sucede lo mismo con el proceso que se desarrolla en La Habana, los contrarios a la Paz de Colombia, exhiben sus prejuicios sus repugnancias ancestrales para tratar de entorpecer el camino de la negociación.
Tampoco contribuyen al optimismo del proceso las provocadoras declaraciones de los voceros de las Farc, y, a veces, tampoco ayuda el propio presidente Santos, porque confunde a la opinión y desconoce la verdad de lo que sucede en la mesa diálogo y cae en pesimismo creciente sobre la posibilidad de llegar a un acuerdo con las Farc.
En negociación se solicita que las partes desplieguen al máximo, principios que animen la cooperación y sobre todo, la reciprocidad como norma, y, advierta sobre la motivación productiva del viejo axioma de colocarse en los “zapatos de la contraparte”. Válido por sensato. Pero, de allí a solicitarle a las Farc que se desmovilicen sin haber recibido suficientes garantías legales es casi un exabrupto. De parte del contrario, la Farc, exigir, como condición para la firma, una Constituyente.
Delicado sigue siendo el tratamiento del tema de la desmovilización, sobre todo, si se considera el antecedente negativo — pues aun ronda el fantasma de la aniquilación de la UP—que produjo muerte violenta entre quienes se desmovilizaron y buscaban reinsertarse en el mundo de la política.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que el proceso cuenta ya con un acuerdo, significativo, que se debe entender como un solido referente marco, de lo posible, y es justo, tenerlo como un avance de lo que ya se ha traspasado.
Hoy está en juicio el tema álgido es la “dejación de las armas”. Asunto en extremo sensible para las Farc, pues con ellas, forjaron su identidad y entregarlas es para ellos sinónimo de rendición, claudicación. Igualmente difícil atolladero, que el gobierno acepte la paz si la guerrilla conserva las armas “por si acaso”.
Temo igualmente, sobre este delicado punto, que las Farc no van a firmar un acuerdo que contemple el desarme total e inmediato. Se dejado conocer que sobre el tema se propicia una proposición similar a aquella que propuso el IRA en Irlanda del Norte.
Su apuesta, y así lo han expresado, es por un lograr un proceso similar al del Ira en Irlanda del Norte, que hizo mayor énfasis en la cesación de todas las formas de violencia, que en la entrega de armas. El Ira tardó siete años en entregarlas luego del Acuerdo del Viernes Santo firmado en 10 de abril de 1998. Tal vez en esa dirección vaya la voluntad Santos que consiste, igualmente, en exigir a las Farc el compromiso de parar los actos violentos.
Este tema es uno de los condicionantes mas duro y quizás factor determinante para lograr el esperado acuerdo final de paz. Para ello es necesario convenir con mucho detalle al definir el contenido de esa proverbial sentencia de “dejar las armas”; fijar el lugar, el como, el cuando; qué condiciones se acepta entre las partes para perfeccionar el trato y considerar de que se estima, bien de: entregarlas, destruirlas, inutilizarlas, cómo, cuándo, condiciones y seguridad de la operación. Y, lógico, por lo trascendente del tema, establecer las garantías mas precisas, sobre el compromiso de las partes para perfeccionar el convenio.
Lo definitivo es que hasta ahora y después de mas de sesenta años de guerrear no se ha logrado nada.
Conviene saber, sin negociación, no hay alternativa posible de paz.