Las recientes declaraciones del presidente de Ecuador, Rafael Correa, en La Sorbona (París, Francia), acerca de una presunta desaceleración de la integración continental, dispararon preguntas y reflexiones sobre el momento político y económico que vive América Latina y el Caribe.
Durante su discurso en la universidad parisina, Correa afirmó que en la región “existe una restauración conservadora para contrarrestar proyectos alternativos”, como UNASUR, Mercosur o ALBA -aún con sus matices entre sí-. Por ello, mencionó que la Alianza del Pacífico (bloque regional integrado por México, Colombia, Perú y Chile), “es lo mismo de siempre: no querer crear una gran nación sudamericana, sino tan sólo un gran mercado; no querer crear ciudadanos latinoamericanos sino sólo consumidores”[1].
Esta no es la primera vez que Correa alerta sobre el tema. En octubre pasado, durante una visita a Cochabamba, Bolivia, había manifestado similar posición en la previa a una reunión de mandatarios del ALBA, a la cual Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, no pudo asistir. Allí, Correa dijo que "no nos engañemos. Se ha avanzado mucho, hay algunas cosas irreversibles, pero muchas cosas pueden ser perfectamente revertidas, pues hay una restauración conservadora que se nota en la región. Hay que estar más atentos que nunca; optimistas, pero muy realistas"[2].
Ocho años después, la contraofensiva
Ahora bien, y siguiendo el análisis de Correa, la pregunta a hacerse en este momento de definiciones que se vive en el continente es cual es el papel que representa actualmente la Alianza del Pacífico, ocho años después de la derrota del ALCA (Mar del Plata, noviembre de 2005).
Con más de una veintena de “países observadores” -entre ellos EEUU, Reino Unido, Alemania y Japón, entre los más destacados a nivel mundial; y Uruguay, Paraguay y Honduras, como miembros observadores de la región, entre otros-, la Alianza del Pacífico suele definirse como un bloque “no político”, sino “comercial y financiero”. ¿Qué esconde esta posición “apolítica”? Una profunda toma de posición en desmedro de las instancias de integración regional que rehuyen de los “consejos” de Washington (ALBA, en primer lugar, como la de más autonomía; UNASUR y CELAC, luego; y Mercosur por último). También, una peculiar vista de la “integración comercial”, afirmada en los Tratados de Libre Comercio con potencias y la menor intervención estatal en la economía local, entre otros puntos.
Costa Rica y Panamá se encuentran en este momento con posibilidades ciertas de acceder a la membresía plena del bloque que analizamos, demostrando que la Alianza del Pacífico es vista con gran simpatía por aquellos gobiernos conservadores del continente que visualizan lo que se juega en esta disputa entre un proyecto más autónomo y contestatario al neoliberalismo, y otro que pretende un nuevo realineamiento continental a dicho paradigma.
La ausencia de Chávez, y los desafíos de la integración
Una primera conclusión. Los liderazgos influyen –y mucho- en cuestiones de integración regional. Lamentablemente, la notoria ausencia de Hugo Chávez, desde inicios de su enfermedad en 2011, inclinó la balanza negativamente en este sentido. Incluso esto se acrecentó: desde su muerte en marzo, a esta parte, también hemos visto un reimpulso cotidiano –en cumbres, reuniones, cónclaves, etc- del bloque de países de la Alianza del Pacífico. Uno de los puntos más altos ha sido la reciente reunión en Nueva York, en el marco de la Asamblea General de la ONU, de los presidentes de los países de la Alianza del Pacífico con unos doscientos empresarios norteamericanos, a fin de que estos últimos conozcan los “beneficios” de invertir en estos países[3].
Segunda conclusión. Noviembre de 2005 fue hace ya ocho años: el triunfo contra el ALCA fue contundente, pero no se puede vivir de “victorias pasadas”. ¿Por qué? Porque el imperialismo tomó nota rápidamente del nuevo momento que se vivía en su otrora “patrio trasero”, y modificó su estrategia para con nuestros países. No tuvo un reflejo defensivo, sino lo contrario: contribuyó a la desestabilización de diversas experiencias (Honduras 2009, Paraguay 2012), amplió la presencia de bases militares, fortaleció el ilegal e inhumano bloqueo a Cuba, y jugó continuamente a intentar esmerilar a las experiencias de cambio más radicales (Venezuela, Bolivia, y Cuba, principalmente).
Tercera conclusión. La “nueva” derecha latinoamericana se ha aggiornado, al menos discursivamente, apelando a determinados símbolos populares y a reconocer algunos logros de los gobiernos posneoliberales. Juan Manuel Santos no es Álvaro Uribe en Colombia; Henrique Capriles no es Manuel Rosales en Venezuela; Sergio Massa no es Carlos Menem en Argentina. Intentan presentarse como una novedad, amparándose en símbolos populares que anteriormente habían desdeñado –el caso Simón Bolívar como nombre del Comando de Campaña de la MUD en Venezuela es emblemático, luego de que el cuadro del Libertador fuera “desaparecido” de Miraflores en el efímero golpe de abril de 2002-. Intentan mostrar continuidad con aquellas políticas que el pueblo apoyó ampliamente en estos países: misiones sociales en Venezuela; Asignación Universal por Hijo en Argentina; Bolsa Familia en Brasil, por ejemplo; pero quieren un nuevo realineamiento continental que rehuya del “bloque del ALBA”. Si no se comprende este viraje de la “nueva” derecha –igual o posiblemente más peligrosa que la de los 90- no se podrá intervenir en forma adecuada en la coyuntura.
Cuarta y última conclusión. Es necesario un reimpulso de ALBA, UNASUR y CELAC. Hay que reflexionar sobre los dichos de Correa y los últimos episodios que vive nuestro continente: reflexionar sobre la “guerra económica” que los empresarios y la derecha venezolana llevan adelante; reflexionar sobre el ataque mediático internacional a Ecuador luego de haber denunciado la contaminación de Chevron; reflexionar sobre el constante asedio a la Cuba Socialista. Reflexionar y actuar. Son estos países, y sus liderazgos, los que más han impulsado la verdadera integración de nuestros gobiernos y nuestros pueblos. El imperialismo también ha tomado nota de ello en este tiempo: de ahí su ataque a estas experiencias. Los gobiernos autónomos de América Latina tienen que, apoyándose en los elevados pisos que se han conquistado en estos años en materia de derechos sociales, políticos, y económicos, reimpulsar las instancias independientes de los designios de Washington para continuar apostando a una integración diferente: solidaria, popular, al servicio de las necesidades de las grandes mayorías de nuestros pueblos.
[3] “Alianza del Pacífico busca atraer inversiones estadounidenses”. Diario El Tiempo, Bogotá, Colombia, 25/09/2013. Ver online en: http://www.eltiempo.com/