Huelga general en la España de 1909

(Guerra del Rif)

“Después del desastre de 1898, la monarquía española necesitaba un campo de acción para su ejército, hipertrofiado de generales, jefes y oficiales. Ya en 1900 consiguió, no sin muchos conciliábulos en Francia, una faja de terreno en Guinea (Muni) y una ampliación de los territorios de Río de Oro. Marruecos se ofrecía como ocasión de glorias y fáciles ascensos para ese ejército al que Alfonso XIII reservaba la tarea de guardar “el orden social”. En Marruecos tendría el Ejército guerra fácil y buen campo de maniobras, aunque para ello hubiera que invocar hasta el testamento de Isabel Católica. No faltaban “africanistas” para justificar este género de empresas. Por último, por razones que pronto veríamos Gran Bretaña veía complacientemente la obstinación de los gobiernos de Madrid no resignándose a perder las ambiciones coloniales”.

El gobierno español seguía en la más perfecta inopia mientras se desarrollaban las negociaciones franco-británicas. Ante los hechos consumados no le cabía otro remedio que aceptarlos: el artículo 6º (secreto) de los acuerdos franco-británicos decía:

“Si España, invitada a adherirse a la Declaración, juzgase preferible abstenerse de hacerlo, el acuerdo concluido entre Francia y Gran Bretaña no dejará por eso de entrar en vigor inmediatamente.”

Verdad es que D. Gabriel de Maura ha sostenido que la zona concedida a España era nociva por sus excesivas dimensiones, pero este argumento tenía todo el aspecto de una justificación “a posteriori”.

Como es natural, el acuerdo en cuestión no estaba destinado a proteger los intereses de España, sino los de las partes signatarias y, en este caso concreto, los de Inglaterra. Razón tenía el embajador Don Pablo Azcárate, al enjuiciar el fenómeno, en un trabajo publicado en París en 1947: “Lo que movió a Inglaterra a imponer esta condición fue su interés en evitar que la costa norte de Marruecos frente a Gibraltar cayera bajo la dominación efectiva de una gran potencia como Francia con medios y posibilidades de poner en peligro el control absoluto del estrecho que tenía Inglaterra gracias a la posesión del Peñón.”

La acción más neta y pronta vino del Partido Socialista, que organizó un mitin de protesta el día 11 de julio, con intervención de Iglesias, Mora y otros. Pablo Iglesias fue categórico: “Los enemigos del pueblo español no son los marroquíes, sino nuestro Gobierno. Hay que combatir al Gobierno empleando todos los medios. En vez de disparar hacia abajo los soldados deben disparar hacia arriba. Si es preciso, los obreros irán a la huelga general con todas sus consecuencias, sin tener en cuenta las represalias que el Gobierno puede ejercer contra ellos”.

Al fin se forma un comité de huelga en Barcelona, con representantes del Partido Socialista, de los grupos anarquistas y de las Sociedades de resistencia. Este Comité se relaciona con las otras ciudades de Cataluña y escribe a Madrid, Valencia, Zaragoza, Bilbao, etc., anunciando que fijaba para el día 26 de julio.

También se dirige a los republicanos de Lerroux, que rechazan colaborar, lo que hace decir a Vidal y Ribas “la clase obrera sola en la batalla”.

Barcelona fue sola a la huelga el día 26. El Partido Socialista, en el plano nacional, había preferido fijar la orden de huelga para el 2 de agosto; la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos y la detención de Iglesias y Caballero, así como otras medidas represivas, desbarataron este proyecto de huelga.

El 26 de julio la huelga era total en Barcelona, a excepción de los tranvías —conducidos por obreros no sindicalizados— que fueron apedreados y algunos de ellos incendiados. Se declaró el estado de guerra y el gobernador civil, Sr. Osorio y Gallardo, renunció a sus funciones.

En Sabadell, Mataró y Manresa fue proclamada la República. En Figueras, la población impidió la salida de reservistas (de 600, sólo se presentaron 2).

En Sabadell, un mitin reunió a 20.000 personas en la plaza del Vallés, pese a la prohibición gubernamental. A los gritos de “Antes la insurrección que la guerra”, se impidió la salida de trenes y se cortaron las comunicaciones. Por la tarde del día 26, en un nuevo mitin, un reservista dirigió la palabra a la multitud: “Yo declaro que no iré jamás al Rif, y que si quieren obligarme a batirme me batiré mismo contra los causantes de la guerra y contra los opresores del pueblo.”

Las noticias venidas de Melilla agravaron la situación; se decía también que habían sido fusilados en Melilla diez soldados del batallón de Reus que en el momento de embarcar en Barcelona habían gritado ¡Abajo la guerra! Y ¡Mueran los déspotas! Por otra parte, el espíritu combativo de la mayoría de los reservistas y la desorientación de los republicanos de Lerroux, abandonados de sus jefes, contribuyeron a hacer más explosiva la situación. Las barricadas comenzaron a surgir aquí y allá en diferentes puntos de Barcelona, como en Gracia, Sans, San Martín, etc., para hacer frente a las fuerzas de policía y Guardia Civil. Numerosas armerías fueron tomadas por asalto y las citadas barricadas fueron ocupadas por obreros armados. El centro de Barcelona, las Ramblas, la calle de Bailén, Caspe, del Pino y Hospital, la plaza de Santa Ana, etc., se hallaban cruzadas de barricadas. La huelga era efectiva en 65 localidades catalanas, en Alcoy y otras. En Sabadell, Mataró, Granollers y Palafrugell, los comités revolucionarios dirigían la situación después de haberse apoderado del Ayuntamiento. En Sabadell, después de ocupar el Ayuntamiento, el día 27 de julio, 1.500 hombres armados estaban dispuestos a marchar sobre Barcelona; pero el Comité de huelga de la capital dijo a los delegados de Sabadell que no necesitaba refuerzos.

En Zaragoza y Madrid, los obreros manifestaron, siendo cargados por la fuerza pública, que había recibido severas instrucciones de La Cierva. En Valencia, una manifestación recorrió la ciudad el día 28 gritando ¡Muera Maura! ¡Abajo la Guerra! En Reus, Vendrell, Tudela y Calahorra, se cortó el paso a los trenes que conducían fuerzas de represión encaminadas a Barcelona. En Sabadell, los obreros se apoderaron del cuartel de la Guardia Civil, cuyos números tuvieron que refugiarse en la estación. Dos regimientos de dragones se negaron a abrir fuego contra la multitud.

¿Y en Barcelona? Los huelguistas, dueños de la ciudad, no supieron o no pudieron sacar partido de la situación. El sempiterno anticlericalismo se manifestó por inútiles y contraproducentes incendios y asaltos de edificios religiosos, aunque sin los crímenes ni robos que la prensa de la derecha conservadora, (cuando no) para no perder una costumbre bien establecida, quiso atribuir a los insurrectos.

Desde el día 29, el Gobierno comenzó a concentrar fuerzas del Ejército contra Cataluña partiendo de Zaragoza y Valencia y el movimiento fue bajando de tono. El 30 de julio, la artillería barría literalmente el edificio de la Casa del Pueblo de Barcelona.

En verdad, Cataluña se había lanzado sola a un movimiento revolucionario no secundado por el resto del país. Un comentador socialista decía semanas después:

“Habríamos podido apoderarnos fácilmente del Ayuntamiento y hacer prisionero al capitán general. Se habría podido nombrar un Comité revolucionario. Se habría podido hacer todo lo que se hubiese querido.”

“Todo lo que hubiera podido hacerse en estas condiciones debía quedar limitado a Cataluña. Ahí estaba el peligro.”

La decisión del Partido Socialista, expresada en su manifiesto del 28 de julio, fue excesivamente tardía; además, acostumbrado a la acción legal, las agrupaciones no recibieron orientaciones de la dirección desde el momento en que la Cierva intervino la correspondencia y suspendió los periódicos socialistas.

Fernández Almagro, al relatar los acontecimientos, comenta:

“Pero la sedición, languideciendo el viernes 30, y cayendo casi del todo el sábado día 31, no resultó aplastada por un Estado eficaz en su reacción, sino consumida por si misma.”

Aquella insurrección, “sin quererlo”, se saldaba con las siguientes bajas: Guardia civil; un teniente coronel muerto, 1 comandante, 3 capitanes, 3 tenientes y 39 guardias heridos. Ejército: 3 muertos y 27 heridos. Población civil: 82 muertos y 126 heridos. Cruz Roja: 4 muertos y 17 heridos.

Luego vino la represión. Según La Correspondencia Militar, más de mil procesos fueron instruidos en dos semanas. El 28 de agosto comenzaron los fusilamientos. Entre ese día y el 13 de octubre fueron fusilados los obreros José Miguel Baró, Antonio Malet y Ramón Clemente y el guardia de seguridad Eugenio del Hoyo que se había negado a disparar contra los revolucionarios. El 13 de octubre era fusilado el director de la “Escuela Moderna”, Francisco Ferrer Guardia, anarquista puramente teórico, cuya participación en los sucesos nunca pudo ser probada. Se trataba de una ejecución por delito de opinión y semejante medida tenía forzosamente que producir gran conmoción en la opinión de todos los países.

El Bureau de la Internacional Socialista había publicado ya un comunicado a primeros de agosto, en el cual se decía: “En España, los trabajadores se han levantado contra una guerra, cuyas cargas recaían todas sobre la parte más pobre de la población”. Recordando las resoluciones del Congreso de Stuttgart “invitaba a los trabajadores de España y Francia a emprender vigorosa campaña para detener las expediciones a Marruecos”.

“El Partido Socialista… luchará ahora, bien sólo, bien al lado de toda fuerza democrática que se proponga este doble fin (restablecimiento de garantías y desaparición del Gobierno) a condición de que sus actos sean serios y honrados y de que no se encuentren en contradicción con las aspiraciones del proletariado consciente.”

El nueve de octubre se vio el juicio militar contra Ferrer. El fiscal dijo que no acusaba un hecho aislado “sino el promotor de un movimiento revolucionario, la síntesis de todos los elementos que han tomado parte en éste”.

El trece de octubre se cumplía la sentencia de muerte. Una ola de indignación recorrió España y toda Europa. Los diputados republicanos protestaron en las Cortes por boca del valenciano Sr. Azzati. En el ayuntamiento de Madrid, después de un escándalo mayúsculo, los socialistas y el republicano Dicenta abandonaron el salón de sesiones.
Cito a Don Miguel de Unamuno: Que gran cosa sería que Simón Bolívar nos libertara a nosotros los españoles.
¡Viva la III República Socialista!
¡Bolívar y Chávez Vivirán por siempre!


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Manuel Taibo


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