Los atropellos del Estado burgués de los afrikáners obligaron a líderes como Nelson Mandela y al partido CNA (Congreso Nacional Africano), a rebelarse contra las políticas de brutal discriminación que incluían: la prohibición de que los negros ocuparan puestos en la administración pública o de que votaran en elecciones nacionales; la marginación en los medios de transporte público; y el acceso diferenciado entre blancos y negros- a los edificios públicos como los juzgados o las oficinas de correo. Por condenar las aberraciones pretéritas, Nelson Mandela pasó casi 30 años de su vida en la cárcel: el Estado delincuente de Suráfrica, dominado por los afrikáners, lo sentenció a cadena perpetua. El líder de la lucha contra el apartheid no sólo era considerado terrorista por el régimen de Pretoria, sino también por Estados Unidos (**) y otras naciones que apoyaban, de manera directa o disimulada, la exclusión hacia el 70% de la población de Suráfrica. No era de extrañarse que el apartheid fuese mirado con buenos ojos en Washington y sus alrededores: hasta bien entrado el decenio de 1960, en el sur de Estados Unidos se aplicaban medidas muy parecidas a las de los afrikáners y el desprecio a la negritud se palpaba en coordenadas como Alabama, Carolina del Norte, Tennessee o Georgia. Emblemático es el caso de Rosa Parks, en Montgomery, Alabama, quien no se movió de su asiento en el autobús para cedérselo a un blanco y fue apresada por violentar las leyes. Personajes como Martin Luther King Jr. o Malcom X, son el reflejo del modelo de Nelson Mandela y su posterior detención ilegal por parte de los fascistas de África del Sur.
La burguesía internacional -a falta de símbolos propios con credibilidad- ha buscado robarse los arquetipos ajenos y falsificarlos a su antojo, con el objetivo de desdibujar la obra revolucionaria antiimperialista y desaparecerla del discurso actual. El affaire Mandela es uno de ellos: luego de ser condenado por la plutocracia debido a su origen étnico y sus acciones desestabilizadoras en Suráfrica, ahora la derecha hipócrita intenta secuestrar el legado de Madiba y hacer de ello un bochornoso espectáculo. La payasada de un Barack Obama asistiendo al funeral de un gigante como Mandela, no deja de ser una falta de respeto a los que conocemos el prontuario de ignominia del imperialismo estadounidense. Perdón debió haber pedido Obama a Mandela, hace varios años, porque Estados Unidos respaldó y financió a los afrikáners, verbigracia. Peor aún. Tel Aviv, con anuencia de Washington, ofreció ojivas nucleares al régimen de Pretoria para derrotar a sus enemigos en la afamada Guerra de la Frontera (***). ¡La desfachatez de los imperialistas no tiene límites!