Ahora que fallece uno de los más claros referentes de la Transición, es momento más de recordar lo que venimos diciendo que de improvisar ninguna reflexión.También para que la memoria no nos falle, no vaya a ser que otra vez nos den lecciones de democracia los que son demócratas desde ayer mismo (como rezaba un chiste de aquella época). Aunque seguro que los que le insultaron ahora le alabarán, los tahures que le llamaron tahúr hoy lo miraran con arrobo, y los que pactaron contra él el 23F -del rey abajo todos- dirán que fue un gran hombre que representa el espíritu de la Transición. La que trajo esta democracia. Y, por cierto, no fue el primer Presidente de la democracia. Ese honor le corresponderá a Estanislao Figueras (I República) o a Niceto Alcalá Zamora (II República). O puestos a recordar, a Arias Navarro, porque el primer Presidente nombrado por el Rey fue precisamente el último nombrado por Franco.
Suárez fue un astuto arribista, un superviviente en aquél régimen horrendo donde tanta gente perdió la vida. Un pícaro en un país condenado a serlo de pícaros porque la España del altar, el trono y el dinero decidió amputar la II República, esa que ya hizo en los años treinta escuelas bilingües para el pueblo y empezó a reconocer que España era una nación de naciones. Suárez fue Viceministro General del Movimiento mientras asesinaban a los cinco de septiembre de 1975. No dimitió ni pidió disculpas. Bajo su Presidencia fueron asesinadas más de 200 personas por la extrema derecha o por los cuerpos policiales. Que de pacífica no tuvo nada la Inmaculada Transición. Trajo con maneras de pícaro a Tarradellas para evitar que la izquierda gobernara en Cataluña. Nos legó, pícaramente, esta España de las autonomías que hace agua por todos lados, de la misma manera que la ley electoral que hace de nuestra democracia un fraude para ventaja de los pícaros que vistieron casi toda su vida camisa falangista. No permitió que el pueblo discutiera la Constitución y retrasó las elecciones municipales hasta 1978 (dos años después de las primeras generales porque sabía que iba a ganar la izquierda y no quería que eso sucediera sin tener antes una Constitución consagrada a evitar que el país recuperara lo perdido en todos los ámbitos 1936). Engañó a los suyos y engañó a la oposición, sabiendo que un país que sale de una dictadura es débil con las mentiras. Un embaucador en un país donde una parte importante de la ciudadanía quería dejarse embaucar y creerse mejor de lo que era. Lo mismo que esos políticos que hoy son señalados como lo más granado de la historia de la democracia. Demasiadas imposturas en aquella época.
Suárez era un realista que no tenía ningún proyecto de país -se jactaba de no leer libros-, pero que sabía, por el contrario, leer lo qué podía hacer y qué no hacer en cada momento. Se quedó sentado cuando el 23F (¿Podía hacer otra cosa?) seguramente por las mismas razones por las que Carrillo se negó a tirarse al suelo. Venir de abajo no se te termina de quitar del todo. Y esas maneras campechanas en un país donde los reyes han sido puteros y beben popularmente fino con tapa de jamón ibérico, encajaron bien con el país legado por Franco a la posteridad. Nos hicieron creer que la pelea no era entre franquistas y antifranquistas, sino entre el bunker y los reformistas, de manera que España se acostó falangista y se despertó demócrata. Por eso este reino era el único páis de Europa donde podías ser demócrata sin ser antifascista. Y por eso el antifascimo está en el corazón del constitucionalismo europeo, se celebra en sus días nacionales, se recuerda y se estudia y en este rincón de Europa apenás es una tribu urbana. Gracias a personas como Suárez.
Era un hombre hecho a sí mismo a la sombra de los señoritos y los poderosos, con los que siempre fue obsequioso y ellos con él. Se llevó bien con otro clarinetista, el Rey Juan Carlos (desde que le hizo favores cuando era director de RTVE y Franco jugaba con la carta de casar a su nieta con Alfonso de Borbón, que podía reclamar la corona), y ambos se usaron hasta que el segundo, que para eso ya era Rey, decidió presicindir de sus servicios para entregar su cabeza a los militares. Entonces montó el CDS, y se lo financiaron sus amigos constructores y banqueros. Terminaría vendiéndoselo precisamente al ladrón probado Mario Conde. Suárez, como su país, jugó a olvidarse de todo, como una forma de decir que dios proveerá y si no, también. Pero no contaban con las nuevas cohortes. Suárez se ha ido cuando ya sabemos que la Transición fue simplemente lo que dejaron que fuera los que mandaron, mandan y ya veremos si no siguen mandando. Y cuando también sabemos que sus principales actores -González, Guerra, los padres de la Constitución, buena parte de los políticos regionales de la primera hornada- no fueron sino unos comparsas bien pagados que interpretaron el papel que otros les escribieron. Aqui parece que los únicos que se tomaron en serio acabar con el franquismo son lo que pusieron el pecho, la cárcel y la hacienda todos esos años donde la democracia se empeñaba en tardar tanto.
Mientras Suárez presidía gobiernos de España, el verdadero ADN de la democracia, el republicanismo antifranquista, seguía enterrado en las cunetas o se moría de viejo sin recibir ninguna compensación, ni siquiera la moral de darles las gracias. No fue el antiguo Gobernador de Segovia Ministro de Franco por semanas, ya que su mentor falleció en un accidente de tráfico. De lo contrario, habría firmado, como Fraga, sentencias de muerte en esos juicios amañados propios de las dictaduras militares.
Algunos estarán agradecidos con Suárez. Me temo que las generaciones que hemos heredado esta democracia vacía no lo estamos. No lo están los millones que ayer salieron en las marchas de la dignidad a decir basta al régimen del 78. No hay rencor porque son ya el pasado. Es una cuestión de tiempo. Que a Suárez y a esta democracia de charanga y pandereta les sea la tierra leve.
(Si no queremos que nos coloquen otra Segunda transición, luchemos por una primera ruptura. Quien quiera profundizar, aquí dejo más reflexiones)
http://www.publico.es/culturas/465221/monedero-la-transicion-fue-una-mentira-de-familia-que-ocultaba-un-pasado-poco-heroico