En varios análisis anteriores venimos considerando las consecuencias de la política actual de injerencia de los Estados Unidos, realizada dentro de un contexto de progresiva pérdida de poder e influencia en el escenario global, y como esta circunstancia convierte esa política en intentos desesperados de mantener a cualquier precio su capacidad de control, con consecuencias cada vez más imprevisibles y en general opuestas a sus intenciones originales.i
Así, unido a los rotundos fracasos militares en Afganistán e Irak, el nuevo método de desestabilización indirecta utilizado sistemáticamente, a través de la promoción, financiación y armado de grupos mercenarios que actúan como rebeldes frente a los gobiernos que Washington quiere desestabilizar y remplazar, o de la utilización de la fuerza por medio de factores interpuestos quienes pondrán el esfuerzo (y los muertos) para defender esos interés; viene fracasando sistemáticamente.
Primero destruyeron el Estado-nación libio, su gobierno, sus instituciones y sus infraestructuras básicas utilizando el poder de bombardeo (78.000 misiones en dos meses) de sus aliados de la OTAN, mientras proporcionaban armas y recursos a cualquier facción que pudiera combatir contra Kadaffi, quienes constituyeron las tropas de invasión que ni EE.UU. ni sus aliados quisieron arriesgar de su parte. El resultado final fue la instauración de un seudo gobierno central títere a los intereses de Occidente y la balcanización de un territorio que se había mantenido unificado gracias a los esfuerzos de negociación y convencimiento hacia los poderes tribales que Kadaffi había mantenido durante años.
Luego intentaron el mismo tipo de aventura en Siria, alentando y proporcionando recursos y armas a todo tipo de facción (mercenaria o local) que estuviera dispuesta a acabar con el gobierno legítimo de Bashar Al-Assad. La resistencia del gobierno y del ejército sirio desbarató los planes de tumbar las instituciones, y poco a poco las facciones promovidas y financiadas desde Washington y la Unión Europea (con la ayuda de las monarquías del golfo) han sido derrotadas militarmente. El último golpe a las intenciones intervencionistas fue diplomático, cuando el gobierno de Obama amenazó con atacar militarmente a Siria (con el pretexto de la existencia de armas químicas, similar al utilizado en el caso de Irak y Saddam Hussein), la intervención de Rusia logrando un acuerdo de eliminación del arsenal químico del gobierno sirio, dejó sin pretextos el posible y proyectado ataque con misiles crucero.
Los intentos más recientes han sido realizados en Ucrania y Venezuela. En el caso de Ucrania, a partir del estímulo y financiación de los movimientos de protesta contra el gobierno de Víctor Yanukovich (logrado por elección popular) y la compra de diputados corruptos, Occidente (en este caso encabezado por la UE con intereses directos en el control de Ucrania), llevaron a cabo lo que hoy se denomina como golpe suave. Violentando toda la legislación vigente el senado ucraniano destituyó al gobierno y fue constituido una especie de autonombrado gobierno de transición, compuesto por políticos corruptos, fracciones de la derecha y sobre todo y más peligroso, por una facción de ultra-derecha representante del viejo nazismo hitleriano. Se constituyó un gobierno apoyado desde fuera por EEUU y la UE de una gran debilidad real, ya que no tiene apoyo popular y ni siquiera cuenta con la lealtad de las fuerzas armadas ucranianas. Inmediatamente la República de Crimea, integrante del estado ucraniano realizó un referéndum, se independizó y solicitó su anexión a la Federación Rusa. Esta última, considerando que la región es vital para sus intereses militares estratégicos (en su puerto de Sebastopol está anclada la flota rusa que tiene acceso por allí al Mar Negro y en consecuencia al Mediterráneo) aceptó de buen grado esa anexión, a pesar de las protestas de Occidente, y sus amenazas de tomar represalias contra Rusia.
Inmediatamente las provincias de Sur Oeste siguieron el camino de Crimea, movimientos separatistas organizados en milicias tomaron edificios públicos, realizaron referéndums (contra los designios del gobierno central de Kiev y de las potencias occidentales que los condenaron) y decidieron convertirse en estados autónomos, intentando también su anexión a Rusia. El gobierno de Kiev ha intentado contener por la fuerza estos movimientos separatistas, pero sus expediciones militares, realizadas por un ejército que se resiste a representar sus intereses, solo vienen provocando incidentes aislados de dudosos resultados. De la misma manera que en Libia, la intervención de las potencias extranjeras, descabezando el gobierno que lograba mantener unido un país de grandes tensiones internas, solo ha empujado a Ucrania a la desaparición del Estado-nación y a la balcanización.
En Venezuela, a pesar de la promoción y financiación de movimientos de protesta que comenzaron cerrando calles con neumáticos y basura incendiados y que continuaron (hasta la fecha) en verdaderos actos de terrorismo, donde se incendian autobuses, edificios estatales, universidades, guarderías infantiles y transportes de combustibles y alimentos, y que están apoyados por francotiradores; no les ha sido posible masificar las protestas. Y a pesar de una orquestada campaña realizada por los medios corporativos internacionales que intenta presentar al país al borde de la guerra civil y con una violencia supuestamente provocada por la represión gubernamental, los esfuerzos del gobierno bolivariano por llegar a conferencias de paz interna, apoyados por la UNASUR (Unión de Naciones de Sudamérica) y el Vaticano, han logrado contener este intento de golpe suave.
En definitiva, los resultados de la intervención continuada de los Estados Unidos y sus aliados para cambiar gobiernos en países que no les son obedientes, en general solo están logrando diseminar por el planeta un caos incontrolable, de consecuencias siempre imprevisibles, dejando solo un saldo negativo de muertos y destrucción en los países afectados, pero sin lograr los objetivos por los cuales estas intervenciones han sido realizadas. Ni los objetivos concretos ni el refuerzo del poder imperial son abastecidos.
Otra vez Libia
Ya la balcanización a la que está sometido el territorio que antes fuera el estado Libio estaba dando muestras de su situación de caos, cuando una facción armada atacó un consulado estadounidense y mató a tres de sus diplomáticos, o cuando otra facción diferente tomó la sede del gobierno central en Trípoli por estar en desacuerdo con sus políticas y su constitución ministerial.
Pero en estos días la situación ha subido de nivel. El general Jalifa Hafter, un caudillo local que cuenta con tropas, armas y hasta apoyo aéreo, acaba de tomar la sede del parlamento libio, luego de enfrentarse a las tropas del gobierno central, intentando imponer sus puntos de vista respecto a combatir y eliminar las milicias musulmanas que se encuentran diseminadas por el archipiélago de poderes distribuido a lo largo y ancho del territorio libio.
Nadie ha sido capaz de detenerlo. Los Estados Unidos se han apresurado a declarar que ellos no tienen nada que ver con este general, y han condenado sus acciones. El gobierno central habla de un posible golpe de estado.
La confusión es bastante grande, pero algunas cosas quedan claras. Una de ellas es la constatación a través de las fotos y videos que han registrado los sucesos, que las tropas combatientes están armadas de la particular forma que caracteriza las intervenciones de nuevo cuño. No hay tanques ni tanquetas militares, lo que prolifera son las camionetas rústicas de origen civil (generalmente pick-ups de doble cabina), artilladas con cañones ligeros o con ametralladoras pesadas, o incluso con lanzacohetes. Son las mismas armas que fueran proporcionadas por Occidente y las monarquías del golfo a todo aquel que estuviera dispuesto a combatir a Kadaffi. La otra cosa que se reafirma es el grado de balcanización actual de Libia. Innumerables facciones, cada una con sus propios intereses y su propia agenda, son la cara visible del caos reinante. Esto refuerza los datos acerca de que el territorio libio solo está exportando el 20% de los hidrocarburos que antes producía, ya que pozos, refinerías y oleoductos están en territorios gobernados por tribus o facciones que no negocian con las transnacionales que impulsaron la caída de Kadaffi para controlar estos recursos.
El futuro para los estados balcanizados no se ve nada propicio. Las fuerzas que provocaran la intervención han desatado las furias y no tienen capacidad para controlarlas. Si esta nueva doctrina Obama mantiene la continuidad de estas estrategias, solo parece haber un futuro con mayor caos reinante. Lo peor es que es muy difícil ser optimista y creer que alguien recobrará el sentido común y dará marcha atrás, la trampa del sistema parece ser que solo conoce el método de huir hacia adelante, repetir y repetir más de lo mismo.
Si no se dieran acontecimientos especiales no muy previsibles (como suele ocurrir en los procesos históricos) capaces de alterar todo el panorama efecto mariposa tendremos que templarnos para seguir soportando el hundimiento de un sistema imperial que acelera su propia caída, y que amenaza con arrastrar al resto del mundo en ella.