El bueno, el malo y el peor

En plena era de la información lo que predomina es la confusión. El avance tecnológico permite el conocimiento casi instantáneo de lo que sucede en casi cualquier parte del mundo, aunque siempre determinado por el interés del proveedor de dicha información. El derecho a la información queda satisfecho en gran medida: todo mundo tiene acceso al conocimiento de la noticia. Lo que queda pendiente y con mucho es el derecho y la capacidad de informar. Este, que debería ser la preocupación central de la legislación en materia de telecomunicaciones, es soslayado e ignorado en la actual discusión legislativa en la materia. El afán por destruir el poder mediático quedó en calidad de quimera, mientras que la terca realidad se impone sobre el intento democratizador para confirmarle a la derecha el monopolio de la información masiva. Al común de la gente sólo nos queda el derecho de descreer o de creer lo contrario de lo que se divulga por los medios, aunque la mayoría se concreta a dar por bueno lo que aparece en la televisión. La realidad absoluta no existe; todo depende del cristal con que se mire y la derecha tiene el monopolio del cristal, sólo el suyo cuenta para generar la información. Todos los recursos tecnológicos para informar se prostituyen para desinformar. La confusión cunde.

Michoacán es el mejor ejemplo del imperio de la confusión. Desde luego que hay buenos y hay malos, pero nadie sabe, a ciencia cierta, quiénes son lo uno o lo otro. El caso del Dr. Mireles es emblemático: en muy breve plazo ha pasado de una frontera a la otra en ambos sentidos; hoy le toca ser el malo y está recluido en un penal de alta seguridad como el peor de los malhechores; hace unos meses era el campeón de la lucha por la seguridad. El único elemento de que dispongo para creer que es de los buenos es el hecho de que el gobierno lo coloca entre los malos. Igual me pasa con el famoso cabecilla apodado “la Tuta”, cuya transformación ha seguido el paso de ser un delincuente a perseguir a convertirse en un enemigo a eliminar, peor que el famoso Chapo Guzmán o los Zetas. Mireles se afana por acabar con la Tuta, es encarcelado y se genera una reacción popular demandando su libertad. La Tuta es perseguido por todos y no logran su captura o su eliminación, seguramente por que cuenta con algún respaldo de la población. Cuál es el bueno y cuál el malo, la verdad “quién sabe”.

Lo que me queda claro es quién es el peor. El gobierno federal y su comisionado, el virrey Castillo, que disponen del monopolio de la violencia legítima, tendrían que ser los primeros en respetar el estado de derecho y ser transparentes en su actuación. Nada más lejos de lo que en realidad acontece. El Sr. Castillo, frustrado técnico penalista, recibe la encomienda política de restablecer la paz y la seguridad en Michoacán, sin contar con la más mínima experiencia para hacerlo. Como mal técnico supone que la política es el arte de saber engañar a los demás y en tal suerte actúa, en absoluta violación al derecho y a la ética. Manipula la ley y la información a su antojo y sin responsabilidad. El resultado es obvio: Michoacán es un desastre y va por más.
Cambio de tema, aunque no de materia. Los pasados lunes y martes se realizó en México la reunión del Consejo de la Internacional Socialista (IS), evento que sería inaugurado por Peña Nieto según había anunciado el PRI, miembro junto con el PRD del organismo mundial. Parece que no fue así y digo “parece” porque el evento pasó casi desapercibido por la prensa mexicana. El asunto es que, para abundar en el manejo de la confusión, el gobierno mexicano, y por ende su partido, es campeón del capitalismo neoliberal, miembro acucioso de la OCDE que es, por decirlo de algún modo, la internacional capitalista, diametralmente opuesta a la socialista, pero el PRI es formalmente miembro de la IS. El que lo entienda que lo explique, por favor.

Malo pudiera ser el tal Robben que, haciendo honor a su apellido, nos robó la posibilidad de triunfo sobre la escuadra holandesa en el mundial de futbol; con un clavado simuló un inexistente faul que el árbitro decretó en tiro penal que ni Memo Ochoa, el bueno, pudo parar. Ni modo.



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Gerardo Fernández Casanova


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