Terminó la Copa Mundial de Futbol. La Presidenta Rouseff soportó, estoica, el júbilo de su colega alemana, la señora Merkel, que se alzó con el campeonato, dejando a Brasil en un muy triste cuarto lugar. No pasaron ni 24 horas y ya la sucesora de Lula da Silva se encontró en su cancha y con su balón: la VI Cumbre de los BRICS (acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que marca un sonoro 5 a 1 contra el poder unilateral pretendido por Washington. Los BRICS representan casi un tercio del PIB mundial y tomaron la decisión de comerciar entre ellos empleando sus propias monedas, con lo que evitan la onerosa triangulación con el dólar y la ominosa dominación de su emisor. También deciden la creación de su propio banco de desarrollo para apuntalar sus proyectos, sin la injerencista intervención del Banco Mundial, y un fondo común de reservas independiente del Fondo Monetario Internacional. No es poca cosa: se trata de un serio empujón en el proceso de acabar con el dominio pretendidamente unipolar de Washington y con la globalización neoliberal impuesta por los organismos a su servicio.
Para el resto del mundo resulta ser noticia grata, no necesariamente porque tales países sean diferentes en sus afanes de dominio, sino porque rompe con el monopolio del poder mundial, ya antes mermado por la vigencia de la Unión Europea. Para la enorme mayoría de países pobres la noticia significa que contarán con una posibilidad real de negociación con los ricos, ya no sometidos al interés unilateral yanqui. Para China el grupo representa una vía de consolidación de su liderazgo económico y de seguridad en el suministro de materias primas; en tanto que para Rusia significa un indispensable acompañamiento en el liderazgo político enfrentado a los Estados Unidos.
El caso de Brasil amerita detenerse a analizar. Tal vez uno de los mayores aportes del gobierno de Lula da Silva fue la ampliación de los grados de libertad de su economía, anteriormente abrumadoramente dependiente de los Estados Unidos y rígidamente intervenida por el FMI, imposibilitada para emprender proyectos de desarrollo adecuados al interés nacional. Brasil se abrió al comercio con China y con otros países del sur y redujo la preponderancia del norteamericano que resultaba asfixiante. En la convergencia con la irrupción de los gobiernos progresistas y nacionalistas de Sudamérica paró en seco la instauración del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) que implicaba la total entrega al interés gringo. Al poco tiempo saldó la deuda con el FMI y quedó liberado de la intervención en su administración hacendaria, lo que le permitió sortear las crisis con instrumentos de política económica dinamizadores de la inversión y el consumo, a diferencia de la consabida receta de austeridad en perjuicio del bienestar social aplicada por el FMI. Actuar de esta manera generó incrementos significativos del PIB y una reducción record en el nivel de la pobreza. Brasil pasó del lugar 13 al 7 entre las más grandes economías del mundo y vigoriza el proyecto de la integración emancipadora de Nuestra América.
Es obvio que Brasil está resultando una piedra en el zapato de Barack Obama que ve decaer su influencia en lo que considera su patio trasero, no obstante la sutileza con que se desempeña la diplomacia carioca, la que supo acomodarse entre la estridencia chavista y la obsecuencia prianista para asumir el natural liderazgo latinoamericano. Obama se está aplicando con esmero a destroncar el proyecto brasileño, alentando a la oligarquía opositora y a la prensa tradicionalmente pro yanqui para tratar de desprestigiar al régimen de Dilma Rouseff y tratar de evitar su reelección. Sin desconocer causas válidas en las protestas sociales por el desmedido gasto del Mundial y la corrupción que lo acompañó, no deja de ser notoria la mano de la consabida embajada en su promoción, financiamiento y enorme publicidad. Muy obvias las referencias constantes de comentaristas deportivos de TV, generalmente ajenos a preocupaciones de índole social, en las que señalaban con índice de fuego las carencias sociales, incluso los inefables comentaristas mexicanos se dieron el lujo de compararlas con un México pujante y rico imaginado por el guionista de su trama.
Qué cerca pudiéramos estar de Brasil si entendiéramos nuestra real lejanía de los Estados Unidos. El ser vecinos no sólo no nos hermana sino que nos confronta de continuo.