DE JERICÓ A GAZA. LOS HOLOCAUSTOS
Gerardo Fernández Casanova
No comprendo cómo es que la humanidad, que ha llegado a la luna y ha desentrañado los secretos de la naturaleza, no haya podido domeñar a la barbarie. Las imágenes de lo que sucede en Gaza, ese ínfimo reducto palestino, no hablan mas que de la estupidez que sienta sus reales en el actuar animal del hombre; que aún hay un largo trecho de la evolución para eliminar los todavía vivos instintos asesinos antediluvianos, frecuentemente amparados en “mandatos divinos” y con ayudas del mismo origen, sobretodo en tratándose de exterminar pueblos enteros.
Exterminar le ordenó su dios a Josué y, para apoyarlo, detuvo el curso del rio Jordán y hasta el del sol y la luna; derribó murallas y le pasó información de inteligencia, de manera de no dejar a nadie con vida; hombres, mujeres y niños fueron pasados a cuchillo, según consigna la Biblia en la parte que igual respetan judíos, cristianos e islámicos, las tres religiones monoteístas de la historia, cada una de las cuales considera al propio dios como único y se han masacrado en aras de tal exclusividad. Moisés, el padre común, recibió el oráculo de ser el pueblo elegido, merecedor de la mejor tierra, y la orden de borrar de su faz a los otros. Igual mandato recibió Mahoma para exterminar a los infieles, o sea a los diferentes. Sólo Jesús transmitió el llamado al amor y a la paz dictado por su dios, carácter que pronto sería olvidado por sus seguidores que blandieron la espada para imponer su credo. Las tres religiones pelearon entre ellas y contra otros infieles como, por ejemplo, los pobladores originales de lo que hoy es América, o los africanos exterminados por la vía de la esclavitud y los mismos judíos gaseados por los nazis.
Las guerras llamadas “santas” siguen vigentes y no sólo por el fundamentalismo islámico, el mismo estatus tiene el combate de las naciones del mundo occidental cristiano contra el comunismo ateo y, en general, contra todo aquello que se oponga al “destino manifiesto” por el que su dios confiere a los Estados Unidos la responsabilidad de gobernar al mundo, incluidos el genocidio de la juventud latinoamericana, la guerra de Vietnam y todo un largo listado de atropellos dirigidos desde Washington, siempre en defensa de sus sacrosantos y cínicos intereses solapados en un mandato divino.
No soy ateo. Creo en la existencia de un ser supremo hacedor del universo. Pero no puedo dar crédito a un dios excluyente e intolerante hasta el genocidio. No puedo aceptar un libro sagrado que da cuenta del mandato divino para matar y exterminar pueblos enteros ajenos a su paternidad, ni en aquellos tiempos ni ahora. Tampoco acepto la persecución y el holocausto del pueblo judío; ni la guerra santa del Islam contra los que le son infieles o las cruzadas cristianas o la santa inquisición católica. Para acabar pronto, rechazo la violencia y la guerra, cualesquiera sean los motivos que la provocan, sean religiosos o de simple poder; siempre me parecerán ajenas a la justicia.
No obstante, respeto las creencias de los demás y a sus dioses, excepto la que está hoy en boga y respecto de la cual me acuso de acercarme a la intolerancia. Rechazo al dios del mercado y a sus ídolos de oro, a sus sacerdotes y feligreses que, en sus prácticas litúrgicas, emplean armas de destrucción masiva para imponer sus designios al resto de la humanidad; que, por ejemplo, determinan el bloqueo económico a todo un pueblo por el simple pecado de ser independientes; o que someten a países enteros mediante la provocación de endeudamientos excesivos e impagables para, a la vuelta de la esquina, forzar negociaciones que imponen modelos económicos esclavizadores; que se apoderan de las riquezas naturales de las naciones sometidas para alimentar su voracidad consumista; que matan por hambre sin tener que lanzar un solo misil. Son verdaderos criminales sus sacerdotes y, peor aún, sus acólitos encaramados en los gobiernos de los países sometidos.
La del oro y el mercado es, además, una religión omnigenocida que está destruyendo a la naturaleza y a la viabilidad del género humano. Es una religión suicida en la que hasta los que la disfrutan se verán afectados de muerte.
¿Hasta cuándo el hombre seguirá atentando contra el hombre?