Napoleón Gómez Urrutia, el exiliado cuan perseguido líder del Sindicato Minero, sigue ganando batallas en la guerra que le ha declarado Germán Larrea, el dueño del Grupo México y de importantes consorcios mineros, que sigue generando muerte y miseria a su paso. Gómez Urrutia obtiene la nacionalidad canadiense sin perder la mexicana, con lo que su extradición es poco menos que imposible. Larrea sufre diarrea y hace un berrinche. Es tal el encono del patrón contra el dirigente sindical que lo ha engrandecido; hoy Gómez Urrutia alcanza el status de perseguido político por un régimen al servicio de los patrones y recibe la solidaridad del sindicalismo internacional y de los mineros mexicanos que lo reeligen aún estando en el exilio: lo persiguió Fox, Calderón continuó con saña y, por lo hasta ahora visto, Peña Nieto sigue el mismo libreto.
El colmo de la prepotencia y la irresponsabilidad del empresario (corrijo: empresario es el que emprende, éste es un simple patrón por herencia) se refiere al nulo respeto por la vida de los trabajadores mineros: 67 murieron por negligencia en Pasta de Conchos; como por la naturaleza: 40 mil metros cúbicos de agua contaminada con minerales y ácido sulfúrico derramados al Río Sonora. Protegido por el gobierno, el verdadero delincuente goza de plena impunidad.
El caso, más allá de ser un pleito entre particulares, es significativo del estado de cosas imperante en el país: el aparato de gobierno puesto al servicio de las empresas y contra los trabajadores y sus organismos sindicales. La república deja de existir para ceder el lugar a una organización mercantil propiedad de un número limitado de accionistas, el gobierno cumple las funciones gerenciales y la población es la mano de obra cuando tiene empleo, de lo contrario sólo engrosa el ejército de los prescindibles, para los que no existe un estado solidario que ofrezca salud o educación. Justamente de eso se trata en el modelo neoliberal; para eso han servido las llamadas reformas estructurales. Siguen engañando con la promesa de que así se podrá generar bienestar para la población y, lo malo, hay quienes les creen. Larrea y su impunidad irresponsable no es más que párvulo comparado con el poder que ahora recuperan las grandes transnacionales del petróleo y la energía, de quienes sólo se puede esperar cualquier cantidad de atropellos en aras de asegurar su utilidad, con un gobierno obsecuente que dice que las controlará.
Pero el olvido nos envenena; ya comienza la feria de la propaganda con miras al proceso electoral del próximo año. Por lo pronto Peña Nieto se lanza a una campaña de recuperación de imagen concediendo entrevistas a conductores de programas televisivos de entretenimiento para amas de casa. Ofrece explicaciones sobre el enorme significado de las reformas emprendidas, respecto de las que sus entrevistadores levantan las cejas con sentido admirativo, con efecto directo en la mentalidad de su clientela. Peña Nieto se cura en salud por aquello de que a la Suprema Corte se le ocurriera autorizar la consulta pública promovida por las izquierdas.
Por cierto, mis amigos me objetan mi abstinencia en materia de promover firmas para la petición de la consulta y me veo precisado a explicar mis razones: 1) Más del 60% del electorado votó en el 2012 contra el proyecto de la izquierda, con todo y compra de votos, sin que exista algún indicio válido para suponer alguna variación; 2) Carente de reglamentación, la consulta sería una feria de propaganda a favor de las reformas, sin limitación alguna; 3) Todo se presenta para que la consulta resulte ser una legitimación de la política neoliberal entreguista, con lo que la izquierda se quedaría sin banderas. Ahora bien, si lamentablemente la Corte diera la autorización, entonces estaría yo obligado a dar mi mayor esfuerzo para buscar el NO como respuesta.
Me surge otro cuestionamiento al respecto: convocar a la consulta sobre la reforma energética podría significar que todas las otras reformas que han agraviado a la población son aceptadas. Si de consulta se trata tendría que abarcar a todo el andamiaje neoliberal: pensiones, laboral, telecomunicaciones, etc.
Insisto en que los dirigentes y los intelectuales de izquierda tendrán que realizar el mayor esfuerzo de imaginación creativa para sacarnos del marasmo en que hemos caído.
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