México: El dos de octubre no se olvida. Los demás tampoco

A la memoria del congruente Raúl Álvarez Garín

¡Claro que no puede ser olvidada la masacre perpetrada por el ejército sobre los estudiantes de México el dos de octubre de 1968! Recordarla no sólo es asunto de quienes participaron en el movimiento estudiantil sino, principalmente, por nuevas generaciones de mujeres y hombres que luchan por la democracia, la justicia y la libertad. Es un emblema; simboliza el rechazo al imperio de la fuerza bruta por sobre la inteligencia; del ejercicio espurio del poder contra el afán democrático. No se puede olvidar y seguirá siendo la libre expresión de una voluntad reprimida.

Posiblemente la marcha que hoy se realiza sea la más concurrida en muchos años (escribo hoy día primero para su publicación mañana día dos); es mayúscula la multiplicación de agravios. Faltarían días al calendario para conmemorar aniversarios de tantos atropellos como el régimen prianista ha cometido contra la población y los que se van acumulando. La memoria social es flaca y cada nuevo agravio hace olvidar al anterior: el envenenamiento colectivo provocado por Germán Larrea en Sonora deja las páginas de los periódicos para dar paso al ajusticiamiento sumario de 22 supuestos delincuentes a manos del ejército en Tlatlaya para, a su vez, ceder el espacio a la asesina represión policial de estudiantes en Iguala, Guerrero. Así se va haciendo y deshaciendo la historia en beneficio de esa amnesia que lleva a la gente a volver a votar por lo mismo que antes los agravió. Pero de tanto contenido el saco tendrá que reventar algún día que, por cierto, parece acercarse cada vez más.

Peña Nieto generó la expectativa de una mayor inteligencia y eficacia en el combate a la violencia. A casi dos años de gobierno la realidad lo desmiente de manera brutal. Al igual que su ignominioso antecesor se volcó sobre Michoacán y también se le ha enredado la pita. Ante la debilidad del gobernador optó por imponer un comisionado en calidad de gobernador alterno, con severo daño a la institucionalidad. Atendiendo a su asesor colombiano propició el paramilitarismo de las autodefensas, supuestamente para combatir al cártel de los Caballeros Templarios y, de paso, para desvirtuar a las policías comunitarias de los pueblos; pronto se vieron revueltos entre criminales infiltrados como autodefensas, por un lado, y auténticos luchadores por la seguridad de sus familias y comunidades; a la fecha no queda claro quiénes son quienes. A un año y medio de iniciado tal combate, el líder del cártel sigue tan campante golpeando al régimen con un arsenal de videos, hábilmente dosificados para paulatinamente exhibir a funcionarios y periodistas para su procesamiento judicial por ocultamiento. Entre tanto la violencia se recrudece y la autoridad se desvanece.
Ante las masacres de Tlatlaya e Iguala la respuesta oficial es simple: se trata de soldados o de policías que actuaron por su cuenta, ambos en desacato de las instrucciones superiores. ¡Vaya pues! De modo que son puras coincidencias ¡Que se lo crea su abuela! Alguien mece esa cuna con fines aviesos, sea para amedrentar a la población ante posibles brotes del descontento o para acomodar las fuerzas políticas dentro del propio régimen; incluso cabe la posibilidad de intereses externos en busca de la radicalización de posiciones.

Pero hay otros atentados que no ocupan las páginas rojas de la prensa, sino las de blanco y negro. La debacle económica y el desempleo son más letales que las armas de los peores criminales: matan por hambre. La llamada reforma fiscal se ensaña sobre los pequeños negocios y fulmina a la economía popular, con su secuela de miseria. El robo y entrega al extranjero de los recursos del patrimonio nacional hace las veces de una invasión devastadora, que también produce miseria.

Para acabarla de amolar a la directora del Politécnico se le ocurre imponer reformas inaceptables y provoca una vigorosa movilización estudiantil, justo en vísperas del 2 de octubre. Bienvenido el error que hace renacer el espíritu de la lucha juvenil. Enhorabuena a la rebeldía estudiantil.




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Gerardo Fernández Casanova


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