México es un país de características muy especiales, no se parece a ningún otro. Es el primero en el mundo en hacer una revolución social que hizo conocer con Pancho Villa y Emiliano Zapata. Sus aficiones se reparten entre los toros, el beisbol y el fútbol, pero es, además, después de EEUU, el único país donde se juega el fútbol americano. El cine y sus mariachis mostraron su imagen en la región. Su cultura e idiosincrasia han defendido su identidad de la avasallante influencia estadounidense. Tuvo una dictadura de un partido, llamada democracia durante 70 años a base de fraudes electorales. Por todo eso y más, los mexicanos dicen que como México no hay dos. Ojalá pudiera leer La mafia que se apoderó de México (Grijalbo), de Andrés Manuel López Obrador, para que lo conozcan mejor y sepa quiénes son los 30 personajes dueños de ese país.
Debemos agregar que ha tenido lo que se llama “buena prensa”, que ha ocultado sus males, sus trampas, la corrupción, algunos crímenes, y protegido al poder central personificado en sus presidentes.
En ningún otro país latinoamericano ha ocurrido un crimen tan espantoso como el de los 43 estudiantes normalistas.
Los hechos han comenzado a conocerse. El 26 de septiembre partieron de Ayotzinapa, sede de la Escuela Normal Rural, numerosos estudiantes para repudiar el acto del informe del alcalde de Iguala, la policía los reprimió, seis muertos, 4 heridos, y 43 desaparecidos, de quienes no se supo más nada. Los medios nacionales apenas registraron el hecho, e igualmente los servicios internacionales, pero la protesta y la denuncia fueron creciendo. Hasta que se supo que la policía los había entregado a sicarios del cartel Guerreros Unidos, que los asesinaron, incineraron y esparcidos en bolsas hechos polvo.
El gobernador renunció, el alcalde se fugó (detenido en un montaje), y el presidente Peña Nieto permanecía al margen de todo, para lo cual les servían los medios.
La antropóloga Rossana Reguillo resumió: “La masacre condensa el poder oscuro de la narcomáquina, expone como pocas veces las relaciones entre el Estado y el crimen organizado y desnuda la soberbia de un gobierno nacional que se creyó capaz de gestionar el horror sin salpicarse”.
Las oleadas de protestas recorren México. Cada vez se suman más indignados en todo el país. Las agencias se obligaron a ver esos hechos. Hoy es impronosticable el desenlace, pues buena parte del país no quiere aceptar que los 43 fueron muertos, y siguen reclamando que se los devuelvan vivos. Siguen ocultos quienes dieron las órdenes al cartel, y la imbricación del cartel con las autoridades locales y los esfuerzos del poder nacional por silenciarlo y que no salpique al Presidente.
A todas estas, uno se pregunta ¿cuál habría sido el rol de los servicios internacionales de noticias, encabezados por CNN, de los defensores de los derechos humanos, de dependencias de la ONU, de la Cidh y de la Unión Europea si en Venezuela, en condiciones similares, hubiese sido muerto o desaparecido un estudiante, uno solo?.