La pesadilla europea

Hubo un tiempo en que, tanto en Canarias como en España, todo el mundo quería ser europeo. Europa se veía como el paradigma de la democracia, de las libertades, de los derechos sociales, de la riqueza. En el caso de Canarias la cosa era ir contra la naturaleza, la geografía y la propia historia, pero ¿quién querría ser africano cuando nuestro continente se nos presentaba como la encarnación del infierno en la Tierra, hundido en el hambre, las enfermedades, las dictaduras monstruosas y las guerras civiles? No, teníamos que ser blancos, ricos, europeos. Si había cosa que mortificaba (y mortifica) a un canario es que lo traten de “moro” o de africano.

Por eso había que negar, contra toda lógica, la evidencia de que somos una colonia, la última colonia del viejo y podrido imperialismo español, “renovado”, de aquella manera, por la dictadura nazi-fascista del general Franco. La cosa llegaba al absurdo de establecer, con la boca chica, que habíamos dejado de ser colonia ¡con el fascismo!

Al contrario que las colonias extractivas, las colonias de servicios se sustentan no en la exportación, sino en la importación. Importamos turistas e importamos todo, para beneficio de una mezquina burguesía intermediaria que vive de los márgenes comerciales que caen de la mesa de las grandes corporaciones colonialistas, sean españolas o europeas. Nadie más interesado en la “españolidad” y la “europeidad” de la colonia que esos cipayos, eternos aspirantes a cabeza de ratón en Canarias y a cola de león de la oligarquía española.

Pero así como esa lumpenburguesía procuraba la importación de toda clase de mercaderías para cobrar su comisión, también procura la importación de las ideas del imperialismo español y europeo. Si de las primeras obtenía su comisioncita, de las segundas obtenía el beneficio del aplastamiento de cualquier posibilidad de revuelta, revoltura o mera quimera de poner en cuestión su negocio. Y la intelectualidad burguesa y pequeñoburguesa de Canarias ha tragado, deglutido y hecho suya esa mercadería.

Como señalaba Marx, “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Y la idea dominante ha sido que Europa era el  “Mercado Común Europeo” –ahora “Unión Europea”– bajo el dominio de lo que se denominó “el eje París-Berlín”, ahora reducido al “eje” del Deutsche Bank alemán.

Cuando esta hauptgedanke está quebrada por la realidad de una Europa en retroceso, que recorta las libertades y los derechos sociales, cada vez más desigual y, sobre todo, en una decadencia de la que difícilmente va a haber vuelta atrás, ¿no sería hora, paisanas y paisanos, de empezar a plantearnos si nos conviene seguir atados en la sentina de un barco que se va a pique? ¿Que igual ni Madrid ni Berlín son nuestro destino?

Pensar con nuestra cabeza, y andar con nuestros pies, o sea.


 



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Teodoro Santana Nelson


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