Peña Nieto sigue sin entender. Pasan los días y no se vislumbra cambio alguno en el gobierno. Cada discurso agrega nuevas causas de descontento en la población. México vive la más severa crisis desde el fin del conflicto armado de la Revolución. Crisis económica y crisis política son una combinación explosiva. Los efectos sobre la sociedad provocan un escalamiento incontrolable de la inconformidad que, a su vez, acrecienta el deterioro de la economía sin que se registre capacidad política del régimen para procesarlos. Es una gran falla de la constitución la carencia de instrumentos para resolver tal estado de cosas; debiera poder convocarse a un referéndum para la revocación o la confirmación del mandato otorgado en 2012. No existe una hoja de ruta a seguir.
Desde la sociedad se registra un alud de propuestas y exigencias, una de ellas, acompañada por personalidades de gran respetabilidad, plantea la necesidad de convocar a un congreso constituyente; otras reclaman el cambio del modelo económico; también se exige la recuperación del territorio nacional entregado a la depredación de las mineras, entre muchas otras. Pero todas son demandas dirigidas al régimen; son pedidos a Santa Claus o a los Santos Reyes; Peña y su gobierno ya no son interlocutores válidos: perdieron la credibilidad de manera absoluta. No sólo eso, en el régimen no existe la voluntad ni tampoco la capacidad para atender y procesar el reclamo ciudadano; la sordera y la represión son las únicas respuestas.
En este estado de las cosas, sólo la renuncia de Peña Nieto pudiera oxigenar al régimen, por lo menos por un poco más de tiempo. Para que tal suceda se requeriría una escalada mayor de la protesta popular hasta provocar la parálisis del país: un paro nacional, por un lado, y por el otro, que dentro del PRI y de quienes verdaderamente mandan entiendan que, por su bien, es preferible cambiar de caballo, antes de arriesgar una debacle electoral a mediados de año. Estoy cierto de que algo de esto se mueve en los entretelones del poder, aunque sería una medida extrema poco fácil de adoptar.
En el escenario de que tal renuncia no suceda, ni que se diera un golpe de timón que resultara creíble, la sociedad tiene el recurso de las elecciones de cambio de la cámara de diputados, en términos de convertir el descontento contra el régimen en una avalancha de votos en su contra que modificara radicalmente la correlación de fuerzas en esa instancia. No es tampoco sencillo lograrlo; el desprestigio del sistema incluye, de manera preponderante al propio sistema electoral, los partidos políticos y los diputados. Se corre el riesgo de que quienes, de buena o de mala fe, promueven la anulación del voto, logren su objetivo. Los que lo hacen por la buena, suponen que al régimen le causará estragos la ilegitimidad por una insuficiente votación; si a los poderosos no les preocupa el fraude ni la compra de votos, la abstención les hará los mandados. Pero los que lo hacen por la mala, lograrían apuntalar al régimen con un respaldo relativamente mayoritario.
En la inexistencia del mecanismo institucional de revocación del mandato, las elecciones intermedias son un medio válido para expresar el rechazo social al gobernante o, de lo contrario, su respaldo. En esta circunstancia lógica, la ruta del cambio afirmativo pasa necesariamente por una expresión contundente de rechazo al PRI en las próximas elecciones, con votos válidos a favor del partido que postule con veracidad la necesidad del cambio de régimen. Desde mi punto de vista, la única opción de cambio está representada por MORENA, sin importar si sus candidatos a diputados son o dejan de ser bonitos o carismáticos. En la cámara votan los partidos no los personajes, aquí y en China.
Mis lectores no me dejarán mentir; me manifesté claramente contra la idea del partido; advertí las broncas que hoy se viven por la selección de candidatos y el sometimiento a las reglas del juego manejadas por el Instituto Nacional Electoral y del Tribunal, siempre cargadas al servicio del poder. Nunca adiviné el grado de deterioro que alcanzaría el gobierno de Peña Nieto; supuse que en estas elecciones, en que el nuevo partido tiene que jugarla solo, el resultado sería una apabullante victoria priísta. La realidad ha modificado radicalmente mi supuesto; hoy es viable una elección contundente a favor de MORENA, independientemente de la manera de que logre salir del conflicto de la selección de candidatos.
Me sorprende López Obrador; de alguna manera las fichas se le acomodan para ser el único factor de cambio real. Parece ser que su hoja de ruta es atinada. Así es la historia, más vale seguirle la huella.