Si los EE.UU. buscan la división y la guerra como mecanismo de control sobre los pueblos suramericanos, no puede haber paz en Colombia. Es cuento viejo del repertorio en la usanza imperial. Es Nicolás Maquiavelo susurrando al oído del emperador sus recomendaciones belicistas.
Siete bases militares norteamericanas hacen “vida” sobre su tierra, de la manera más cómoda y permisible posible, bajo inmunidad, en impunidad no sólo contra el pueblo colombiano, sino contra el continente completo. En lo pequeño, aparentemente en actos insignificantes, para apuntar un detalle de lodo indigno nacional, los soldados gringos violan a las neogranadinas sin reconvención alguna; en lo grande, conspiran contra la unidad suramericana, contra Venezuela, su petróleo y revolución, contra el agua entre las fronteras guaraníes, contra los cuantiosos metales preciosos y no tanto dispersos en la geografía. Contra la unidad.
Desde hace meses se reúnen las partes en conflicto en Cuba para pactar la paz, guerrilleros unos, el Estado colombiano el otro. Ha rodado bastante la historia desde Gaitán para llegar ello, al enclave de la conversación, al cambio de estrategia, a los necesarios reconocimientos: no ha sido posible la concreción de la ansiada revolución en Colombia; por el contrario, la derecha del país se ha hecho más fuerte, vendiéndose inclusive para lograrlo, vendiendo el país a los estadounidenses sin importarle un carajo. Asunto complicado. Hora de cambiar la táctica de las armas de fuego por otra modalidad. Hacer como hizo Hugo Chávez en Venezuela: utilizar los recursos convencionales de la civilización y la política para vencer al enemigo; utilizar sus propias armas y discursos, su mismo caldo de cultivo: democracia, elecciones, organización del pueblo, voto.
El Estado colombiano va a las conversaciones en Cuba a regañadientes. No quiere la paz porque sabe que se cae. Primero porque entraría en conflicto con sus mentores, los gringos, quienes se esfuerzan por no permitirla (a la paz); segundo, porque sabe que Colombia, ya inoculada como Chile en su tiempo por el virus redentor del socialismo, no tardeará en retomar el camino de la liberación, cosa insoportable para el que explota y domeña, intolerable visión de un pueblo organizándose cívicamente para el combate electoral, en células sociales, en debates, en vez de seguir sumido en el fango selvático e inútil de la guerra que, contrario a lo esperado, fortalece al contrincante. Es lo que viene.
Juan Manuel Santos no manda en el país, mandan los gringos. Va a las reuniones con ínfulas de mandatario cuando es mandado. No quiere la paz; no puede concederla ni firmarla. Es el gran mentiroso, como cualquier presidente de la derecha que vaya, como por antonomasia lo es Álvaro Uribe Vélez y su mesnada paramilitarista.
¿Prueba? La razón, la lógica. ¿Prueba de hecho? Como el Estado colombiano no quiere la paz, busca boicotearla, haciendo cínicamente la guerra mientras delante del espejo propala otra cosa. Vea: avanzó filas militares contra la guerrilla y, como ésta se defendió, en el acto gritó “guerra”, violación, ruptura de negociaciones, de palabras. El hecho de que se hable de paz no comporta perder la vida para convencer a nadie, y menos si ese nadie busca eliminarte físicamente. Nobeliana estupidez. El Estado colombiano provoca, pues, y boicotea, y no tan a la calladita.
Pero es el camino. La guerrilla colombiana lo ha comprendido. El camino es Hugo Chávez, el socialismo, la organización de la gente, la revolución bolivariana, la lucha bajo la forma misma del enemigo (su “democracia”), el camino a elecciones, el voto, que es expresión del corazón justo inalienable. Nadie te lo compra, se lo ganan.
Hay que deponer las armas y regresar a la polis, tragándose un poco la sensación de pérdida inicial. La lucha es con la gente en las barriadas, con ideas, con posicionamiento. ¿No lo cree? Pues mire como la guerrilla obligó al gobierno a asistir a conversaciones de paz cuando, sustancialmente, no lo desea. Para ser más exactos, dígase que fue la opinión pública. Por allí se encuentra la clave. Y así como está obligado el gobierno a hablar de paz, poco a poco, conciencia a conciencia, forma a forma, voto a voto, tendrá que perder espacio contra una mayoría ganada sobre el plano de la inteligencia política. El pueblo colombiano reúne condiciones para la invitación socialista.
En Colombia se ha instituido un ecosistema de poder sobre un factor único de la cadena alimentaria: la guerrilla. Tal es excusa, argumento, razón, necesidad, pábulo para la preponderancia del formato de poder en el país. Mientras exista se justificará el paramilitarismo, el uso de la fuerza, las humillaciones, las bases gringas, el abuso, toda acción que sacuda la sacralidad del espíritu y la nacionalidad neogranadina. Se vive hoy en aldea global, prácticamente; otras estrategias existen, ahora en mundo tan pequeño, para obligar a los poderosos al cambio.