Hay cifras. ¿Necesidad hay de mostrarlas? Desde la implementación del Plan Colombia, impuesto para combatir el narcotráfico, éste ha aumentado. De modo que el mismo se traduce al presente, según lineamientos constitutivos esbozados, en una estafa.
¿A menos que el Plan Colombia no haya sido implementado para lo que se supone fue? ¿Entonces?
Es la verdad que se sabe, la más pura. El Departamento de Estado de los EE.UU. jamás ha reunido méritos para inducir a la creencia de que ayudó a Colombia (y se ayudó a sí mismo) con el susodicho plan por una humanitaria causa: por su parte, salvar a sus ciudadanos del consumo de estupefacientes y, por el otro, ayudar a otro pueblo contra la vileza de vivir del cultivo psicotrópico. Demasiado hermoso.
Medio planeta sabe que los EE.UU., sin piedad, han experimentado con su propio pueblo, con sus soldados, con sus funcionarios. Es una casta transnacional, reptiliana casi (como es costumbre hoy definir al mal), esclava de su delirante pasión por el poder y la hegemonía. Menos se puede creer que haya sido movida de buena voluntad para ayudar a otros, a Colombia. ¡Por favor!...
¿Entonces qué? ¿Y el Plan Colombia para qué? Simple respuesta: para fomentar la producción de drogas, generar caos y justificaciones de su presencia militar, invadir al país pendejo que se creyó el cuento de la ayuda y montarle un montón de bases militares en su seno con el real objetivo de perfilar su poder hacia una conflagración futura con China en el Pacífico, la nueva potencia, y señorear por otro siglo más a la actual esquiva América Latina.
Los EE.UU. desprecian profundamente a los pueblos. Su dirigencia, como se dijo, no parece humana en tanto humanista, entregada a la baja pasión de la guerra y el disfrute de ver correr ríos sanguinolentos. Combaten a los pueblos utilizando contra ellos el recurso mismo que suelen esgrimir a título de ayuda, como la droga. Sacan beneficio económico de su tráfico, fomentándolo, y con ello financian el costo de permanecer invasores y en guerra en tierra ajena. Ya se vio con el famoso capitulo Irán-Contras; ya se sabe que usufructúan con el opio en Afganistán; se sabe que en México han hecho su agosto vendiéndoles armas a los cárteles de la droga mientras por otro lado se visten de gala para promocionarse como adalides en contra de los mismos, “ayudando” a México, México tan lejos de dios y tan cerca del gringo.
Véase si no hay razón. Tan cierto es el asunto de la guerra con China y el establecimiento de una base militar en su contra hacia el Pacífico que ya la pobre Colombia anda engolosinada con ser el pequeño Israel de América Latina, miembro de una OTAN latinoamericana, sede central de una eventual Alianza del Pacífico. ¡Vaya tontos! El día aclara. El Plan Colombia hoy pare una Alianza del Pacífico, que en nada tiene que ver con narcotráfico, siendo desde un principio concebido como un instrumento para combatirlo. ¿Piensan en esto los colombianos? ¿Así han sido engañados desde su dirigencia política?
El futuro de Colombia, ya con siete bases militares estadounidenses en su seno, es la guerra. Ya entre la garra del halcón está, como las famosa suerte echada de Julio César. No vale de mucho debatirse y mover las patitas en el aire, expidiendo lastimeras plumas: es un pajarillo atrapado. La cortedad política de su dirigencia o sus ambiciones rocambolescas de volver a ser una colonia en pleno siglo XXI no le han permitido ver a Colombia que es utilizada vilmente por el poder imperial para sus propósitos, ajenos a ninguna droga o guerra contra la guerrilla. ¡Mirad, pueblo, por favor! ¡Qué conversaciones de paz contra la guerrilla ni que Plan Colombia contra el narcotráfico! Ambos eventos, guerra y narcotráfico, son los ingredientes necesarios para justificar la presencia de factores exógenos de guerra en el país, como las bases militares, por mencionar el puntal tremendo. A menos que en el país ocurra un terremoto que vuelque las instituciones y la vileza de una dirigencia sin alma, la paz en Colombia no es plausible.