La incurable necedad

Me gustaría ser de los que no desean que a Peña Nieto le salgan las cosas tan mal; no me agrada que sus sonoros fracasos se traduzcan en mayor sufrimiento para la gente. Lo malo es que, aún queriendo que le vaya mejor, el propio Peña se especializa en meter la pata una vez sí y la otra también. A quién se le ocurre –me pregunto- apuntalar a la debilitada Secretaría de Gobernación con un par de pilotes podridos que, más que soportar, arrastran. Me refiero a los nombramientos de los subsecretarios de Población, Migración y Asuntos Religiosos, Humberto Roque Villanueva, y de Prevención y Participación Ciudadana, Arturo Escobar y Vega. Del primero sólo se recuerda por su alegre figura ante la aprobación del incremento al IVA, consignada para la historia como la "roqueseñal", por la que sodomizó virtualmente a todo el pueblo mexicano; fuera de eso sólo queda recordarlo como el "brother" de Ernesto Zedillo, nada más. Del dizque ecologista Arturo Escobar sólo se le conoce como el "güero" de la maleta del millón de pesos y de sus triquiñuelas al frente del partido "muerde" y sus recurrentes violaciones a la ley; así paga el PRI a sus compinches. No pues sí, de esta manera el gobierno de Peña va a dar el estirón en estos tres años que vienen, seguro que el desfiladero le quedará más cerca. Por cierto que todavía hoy trato de encontrar la lógica política de los cambios efectuados en el gabinete, ha de ser muy picuda porque no me alcanza el cacumen para entenderla; hasta ahora lo único relevante que encontré es un preocupante talante xenofóbico: redujo en un 60% la presencia libanesa en el gabinete; de cinco que eran ya sólo quedan dos. (Salen Chuayfett, Murillo Karam y Guerra Abud, quedan Meade y Joaquín; a lo mejor es cosa del lobby sionista).

Lo cierto es que cada vez es menor la esperanza de que pudiera registrarse algún cambio, aunque fuese mínimo, en el modo de gobierno de Peña Nieto. Resultan inútiles los esfuerzos por elaborar propuestas de cambio, en tanto que vayan dirigidas a los únicos que realmente pueden producir los cambios, por lo menos en el corto plazo. Se hace indispensable que la intelectualidad volcada a formular tales propuestas se aboque de lleno a formular la propuesta de todas las propuestas: la del cómo lograr la toma del poder para, entonces, cambiar las cosas. La vía armada está clausurada desde hace ya tiempo; la electoral ha demostrado su ineficacia desde que en 1988 Salinas se robó la elección; la movilización popular no acaba de concebirse como instrumento eficaz, en tanto que no exista la capacidad para realizar un paro nacional y poner al país de cabeza. Quisiera no ser fatalista pero no le hallo la cuadratura al círculo.

Con las noticias recientes se me antoja pensar en la posibilidad de que, nuevamente, el cambio nos venga de fuera, como ha sido nuestra lamentable historia. Qué tal que en los Estados Unidos progresara la candidatura del "socialista" Sanders y se encumbrara en la presidencia; o que los laboristas británicos radicalizados a la izquierda que llevaron a Corbyn al liderazgo del partido, logren hacerlo Primer Ministro; o que Podemos triunfara en España; o que las maniobras de las oligarquías sudamericanas fracasen en sus esfuerzos golpistas y resurjan con más fuerza los gobiernos progresistas. Bueno, si todo eso fuese realidad, pudiera ser que nos arrastre en los nuevos aires del cambio. Tal vez sean sueños guajiros, pero es significativo que, de una u otra manera, los pueblos se calientan, se manifiestan, se organizan y presionan; aunque también las derechas oligárquicas reaccionan y se radicalizan, sea para proteger lo que tienen o para recuperar lo perdido. La dialéctica de la historia señala que ya va siendo la hora de los pueblos; ojalá sea sin guerras.

Entre tanto, se cumplieron 205 años del inicio de la Guerra de Independencia y hubo celebración. Con fuegos de artificio, bandas y mariachis recordamos al Padre Hidalgo y su Grito de Dolores. Imagínese usted, amable lector, de qué tamaño tendrá que ser la fiesta el día que la tal guerra culmine y se logre la famosa independencia. Tal vez algún día…



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Gerardo Fernández Casanova


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