Ya no queda esencia del amor de ayer –canta Manzanero en su famosa No- y se puede aplicar al momento político mexicano. Las encuestas de opinión formuladas para medir el grado de aceptación o rechazo al presidente apuntan, con tendencia creciente, al NO a Peña Nieto, por las mismas razones que la canción aduce: “porque tus mentiras me tienen cansado”. Pero no sólo eso; significa también que en el embrollo de tanto engaño y tanta provocación, la violencia toma carta de naturalidad. Los grupos sociales agraviados se resisten primero y, ante la ineficacia, entran en desesperación y adoptan formas de expresión violentas, a lo que el régimen responde con mayor violencia. La institucionalidad, rota desde la mendacidad de quien dice gobernar, resulta incapaz para procesar los conflictos por la vía pacífica. Es más, esa costumbre autoritaria de matriz netamente priísta, es la principal y primera expresión de la violencia; la sociedad sólo actúa en consecuencia. Muchos años de resistencia han acumulado agravios y frustraciones, con masacres y cooptaciones, que hoy desbordan los cauces de la política de la palabra para inundar el llano de la fuerza bruta. Ayotzinapa no es más que la gota que derramó el vaso y que, por su dramatismo, devino en suma de todas las protestas. La pésima actuación gubernamental en la atención del caso agregó, por si hiciera falta, muestras adicionales de la irracionalidad y la falsedad estúpida de la supuesta autoridad, con el consiguiente agravamiento del conflicto.
La “verdad histórica” anunciada por el que fuera cansado procurador de justicia, pronto se mostró como otra mentira, también histórica. Para colmo, el autodestructivo Peña Nieto reemplaza a Murillo Karam con una “simpática” personera de los intereses de Televisa, carente de la más mínima experiencia en la materia, de manera que resulta de inmediato rebasada por los acontecimientos y ni su proclividad telenovelera le sirven para salir del atolladero. Peor le va al desgastado oriental que atiende los asuntos de la gobernación, apuntalado por un par de fichas quemadas, de entrada cancelados por su propia historia como operadores en el procesamiento de conflictos: ellos mismos son materia de nuevo conflicto.
Se cumple un año de la acción brutal contra los normalistas de Ayotzinapa y la capacidad de convocatoria, nacional y mundial, aumenta. No hay cansancio en la exigencia. A cada mentira descubierta aumenta el encabronamiento. No son sólo los padres de los estudiantes desaparecidos, es un muy amplio sector social el que se suma a la movilización aportando sus propias exigencias y convirtiendo el caso en un boquete enorme en la pirámide de abusos y mentiras del gobierno. Este jueves los padres de los desaparecidos serán recibidos por Peña Nieto; no abrigo esperanza alguna de cambio en la actitud del presidente; en todo caso, el evento tratará de servir para difundir la foto en la prensa y dar pie a los corifeos para alabar al burro. Nada más.
Por naturaleza no soy partidario de la violencia; sé que en ella llevamos la de perder. Es claro que en el recetario de gobierno recomendado por la CIA, la violencia social resulta funcional al terrorismo de estado, aísla a quienes protestan y confina a la seguridad domiciliaria a la mayoría. No en balde se invierten recursos cuantiosos en el desarrollo de la tecnología anti motines y de guerra sicológica en esa tristemente célebre agencia del Tío Sam. Si a ello se suman los efectos de una batería de agentes de la desinformación, ahora en plena competencia para ver quién es mejor panegirista del régimen, aplicados a una población de suyo conservadora y miedosa, ofrecen el nada halagador panorama de tiranía aceptada, aunque sea a regañadientes.
Insisto en mi tantas veces formulada propuesta a quienes tienen capacidad y obligación de pensar, los intelectuales progresistas, para que aporten su inteligencia a encontrar las formas idóneas de hacer frente a esta miserable realidad. Por favor.