En la antigüedad, cuando las guerras se hacían cuerpo a cuerpo, los ejércitos empleaban humaredas para esconder sus movimientos y propiciar ataques sorpresivos. El mismo instrumento táctico sigue siendo usado en algunas guerras actuales, especialmente las que se libran entre una sociedad insatisfecha y su gobierno opresor, sólo que ahora la humareda es virtual y la aplican los gobiernos para distraer la atención pública, mediante informaciones relativamente escandalosas e intrascendentes, para esconder asuntos de verdadera gravedad que sean incómodos al gobernante. En México se cuenta con una de las más acabadas tecnologías aplicables en materia de cortinas de humo. Un ejemplo calientito recién salido del horno: la Marina estuvo a un pelo de recapturar al famoso Chapo Guzmán, incluso se pudo saber que el sujeto resultó herido, según el ultra rápido análisis de ADN aplicado a huellas de sangre dejadas por el huidizo personaje; noticieros y periódicos dedican tiempo y espacio a la "gran noticia", en tanto que pasa a nivel secundario o menor el tema del video de la celda del penal de "alta seguridad" al momento en que se dio el escape del mismo Chapo, que había sido mostrada al público sin el correspondiente audio; por una filtración (obviamente interesada) un noticiero de tv exhibió el mismo video pero ahora con sonido; el efecto es demoledor: el ruido del taladro que rompió el piso era audible al grado de provocar la protesta de los ocupantes de las celdas vecinas, cuyo sueño vióse interrumpido por tan desapacible estruendo; entre otras perlas que denotan la estupidez o la complicidad de las autoridades carcelarias. Al caso se le tendió una densa cortina de humo.
El asunto es aún más grave: el secretario de Gobernación había afirmado ante la Comisión Bicameral de Seguridad, bajo protesta de decir verdad, que el video en cuestión carecía de audio. El funcionario quedó exhibido no sólo de mentiroso sino también de perjuro ante la evidencia hecha pública, actitud merecedora, por lo menos, de defenestración. Como es obvio, en un régimen en que la mentira es el instrumento favorito de gobierno, el que mintió y fue exhibido sigue tan campante como si nada hubiera pasado. Es una burla que destruye lo poco que queda de un supuesto estado de derecho republicano.
En otro orden de ideas, pero en mismo tenor del desprestigio de la institucionalidad, la Cámara de Diputados votó la reducción del 50% al gravamen especial a las bebidas edulcoradas (léase Coca Cola) exhibiendo la eficacia del cabildeo (maiceo, moche, mordida o dádiva) de la industria refresquera sobre una dizque representación politiquera. Por su parte, el Senado aprobó la ley que regula el derecho de réplica en los medios de comunicación. Menudo fiasco: si el ofendido tiene suerte de que la justicia federal le dé la razón habrán pasado, si bien le va, unos seis meses, durante los cuales la calumnia ya habrá rendido los frutos buscados por el calumniador.
Pero, así las cosas, resulta que una nueva encuesta realizada por el INEGI indica que más del 70% de la población adulta manifiesta estar satisfecha de la vida que lleva. Vaya usted a saber si la respuesta afirmativa de los encuestados (que no quieren verse encuerados) obedezca a un cierto amor propio o a un franco masoquismo, pero la conversación cotidiana, en casi todos los niveles de la sociedad, versa sobre la pinche vida que nos impone el, también pinche, gobierno. Como quien dice: ante un extraño, los jodidos son otros, sólo a los pendejos les va mal. Cosas de la sicología del mexicano.
Una buena, para terminar. Los canadienses se pusieron las pilas y eligieron un gobernante echado hacia la izquierda que ofrece acabar con el modelo neoliberal; anuncia impuestos a los ricos y restablecimiento del estado de bienestar, con inversiones prioritarias en salud y educación. Por su parte, los demócratas gringos ven con preocupación el creciente respaldo popular al senador Sanders, que se autocalifica de socialista, y que hizo sudar la gota gorda a la Hillary Clinton en el último debate. Capaz que nos encontramos ante la posibilidad de que los pueblos agraviados por el neoliberalismo feroz dan el manotazo y asumen su papel soberano. A lo mejor hasta pudiéramos imitarlos.