Hizo tres años Enrique Peña Nieto como presidente de México, y México quedó hecho añicos (pedazos resultantes de un todo que se rompe). Ufano y enjundioso, el actor ofrece tres años más de servir a México o, dicho en buen mandarín, de ser vil a México. Es juego de palabras que resulta en estruendosa versión de la realidad nacional: México está roto y el gobierno ha sido el villano autor del rompimiento. No voy a abundar en la enumeración de la retahíla de errores, daños y traiciones del actual gobierno; de ello dan cuenta la mayoría de los articulistas nacionales y extranjeros e, incluso, lo confirman las encuestas todas, hasta las de los propios amigos de Los Pinos. Casi todos coinciden en que el régimen comenzó bien y que muy pronto se le agotó el margen de maniobra, algunos, con extrema benevolencia, se limitan a encontrar en la situación mundial la causa del desastre; otros se refieren a la inercia de viejos lastres que impiden el progreso; muchos atinan a identificar al modelo neoliberal y globalizador como el ingrediente venenoso. Todos coinciden en que existe una severa incapacidad de gobernar en el equipo actualmente en el poder.
Puede que todos tengan razón en alguna medida, pero a mí me parece difícil creer que Peña sea estúpido y que su equipo también lo sea. Me inclino por pensar que es la perversidad la que define la forma de gobernar y la causante de lo que nos pasa. Perversa fue una campaña electoral fincada en la vil compra de votos; perversos tendrían que ser los fines de tal forma de actuar. Dos primeros campanazos espectaculares para iniciar el sexenio: el Pacto por México y el encarcelamiento de Elba Ester Gordillo. Magníficos augurios; el primero abrió la expectativa de contar con una especie de Consejo Económico y Social para que, de manera participativa, se emprendiera la transformación de la realidad. El segundo generó la idea de que se emprendería un combate a los poderes fácticos y a la corrupción. La terrible frustración tardó muy poco en tomar cuerpo. La perversidad se fue manifestando.
El Pacto por México no fue más que la confirmación de la íntima compenetración entre las dos caras de la derecha mexicana (PAN y PRI) y de la corrupción del partido que, entonces todavía, representaba a la izquierda mexicana y que en ello encontró su tumba. Lo que aparecía como capacidad de concertación del presidente, pronto quedó exhibido como su gran capacidad de cooptación, asestando un golpe mortal a la, de por sí maltrecha, institucionalidad del Poder Legislativo. Así, entre tranzas y corruptelas, fueron siendo aprobadas reformas constitucionales que hicieron un trapo sucio de la más importante de las instituciones que es la Constitución Política.
La caída de la Gordillo sólo sirvió para exhibir el garrote, no contra la corrupción y los privilegios, sino contra la posibilidad de ver obstaculizada una reforma educativa que se planeaba de corte represor y privatizador. El Sindicato de Maestros (SNTE) sigue siendo el interlocutor y disfrutando de poderes, aunque ahora plenamente sujetos al dictado del patrón. La Coordinadora de Trabajadores de la Educación (CNTE), único bastión del magisterio nacionalista, quedó convertido en el enemigo a vencer, no el sujeto de derecho con capacidad de contribuir al mejor desempeño de la educación, sino simplemente "el enemigo" y como tal se le trató. Así tenía que ser para lograr imponer una reforma constitucional de corte expresamente laboral, necesaria para dar satisfacción al poder fáctico real, representado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), verdadera internacional del neoliberalismo y la globalización, y del empresariado conservador mexicano. El régimen ha hecho derroche de trampas y mentiras para lograr su nefasto designio, completado ahora por el empleo brutal de la fuerza pública para someter a quienes tienen por vocación la formación de las mentes libres que el país reclama de su juventud.
Un gobierno tramposo, escudado en una parafernálica campaña de propaganda, ha resultado en la total ruptura de la institucionalidad y el estado de derecho y, peor aún, en la plena descomposición del entramado social que hace de un país una nación.
México está hecho añicos y se roban los pedazos para llevarlos como si fueran piezas de museo. Ya no cabe la reparación: habrá que construirlo de nuevo.
¡Qué poca madre!