México: La irremediable necedad de la ilusión

Comienza un nuevo año, ocasión propicia para formular buenos deseos y para acopiar entusiasmos para lograrlos. Deseos dedicados a los amigos y los familiares, al prójimo pues, pero también al lejano, como quien dice “urbi et orbi”. Mi mayor y mejor deseo es que, en un mundo aturdido por el tronar de los cañones o por las crisis de la economía, la razón y el amor tomen el lugar preponderante del que nunca debieron haber sido expulsados. Lo anhelo para todos los hombres y las mujeres del mundo, pero de manera especial a los niños a quienes tocará vivir lo que resulte, sea la destrucción por la barbarie o la construcción por el progreso y la justicia. Son abismales los desequilibrios en el desorden mundial; la concentración de poder y riqueza entre naciones y dentro de ellas apunta a rompimientos, primero sueltos o diferenciados, pero que luego estallarán al unísono. Muestra de ello son las cada día más voluminosas corrientes migratorias que inundan a Europa y a Norteamérica; las expresiones de fanatismo religioso e ideológico con su peligrosa carga de terror y, en general, las muestras del encono genocida. La gravedad de la situación obliga al entusiasmo y al coraje de todos los pueblos del mundo movilizados en defensa de la humanidad.

Pero la defensa de la humanidad tiene que comenzar por la proximidad, por el prójimo a nuestro real alcance. Radico en Morelos desde hace 40 años, concretamente en Cuernavaca su capital, y he sido testigo del deterioro del entorno social de los 15 últimos. He sufrido en carne propia la violencia del secuestro, episodio superado más por mi iluso entusiasmo que por convicción objetiva; sigo mi vida sin hacer caso del terror. Pero la terca realidad sigue ahí con los malandrines haciendo de las suyas.

El artero asesinato de Gisela Mota a escasas horas de haber rendido protesta y tomado posesión del cargo de Presidenta Municipal de Temixco, municipio conurbado de la capital, causa la indignación de la sociedad entera, mayor aún cuando se entera uno de que la hoy occisa era mujer comprometida con la justicia y luchadora por la seguridad de su pueblo, perredista formada en las comunidades eclesiales de base, surgidas de la teología de la liberación e impulsadas por el obispo Méndez Arceo, ajena a las componendas que han destruido la esencia progresista del PRD. Expreso mis condolencias a su familia y mi indignación sumada a la de la mayoría de los morelenses, sin importar colores ni banderas partidistas.

El acontecimiento viene a agravar la de por sí turbia realidad política en la entidad, en la que el gobernador Graco Ramírez se ha visto incapaz de cumplir su promesa de paz y seguridad para la población, así como de convocar a la suma de voluntades en torno a su proyecto. Esto se vio reflejado en el resultado de las elecciones para alcaldes y diputados locales, muy contrarios al PRD, partido del gobernador, con especial crudeza en el caso de Cuernavaca en que la gente optó por elegir a Cuauhtémoc Blanco, famoso ex futbolista pero infame político, postulado por el Partido Social Demócrata, de registro local y de propiedad familiar, de dudosa fama pública. Como quien dice: ni a cual irle.

Hoy el conflicto se refiere a la estrategia de combate al crimen basada en el “mando único” de las policías, que reemplaza a las fuerzas municipales del orden, que siendo de carácter nacional ha sido asumida por el gobierno del estado como su principal instrumento, sin que sus resultados hayan modificado el esquema de la inseguridad imperante o, al menos, su percepción social. El alcalde de Cuernavaca opta por romper con el mando único y exige contar con su propio cuerpo de policía, aduciendo que así se lo reclamaron sus votantes. El gobernador revira imponiendo el instrumento por decreto y desarma a los agentes asignados a la capital. Manejado el tema como confrontación política partidista no tiene visos de solución, menos ante la sospecha de intereses vinculados al crimen; no hay análisis ni debate racional; los ciudadanos quedamos en condición de simples espectadores de un teatro infernal, mientras que desde los palcos del crimen organizado sólo se escuchan sonoras carcajadas.

Pero soy un redomado y terco iluso. Tendremos que cambiar, desde la ciudadanía, esta insoportable realidad.




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Gerardo Fernández Casanova


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