La sospechosa tregua que se pactó en Siria entre los EE.UU. y Rusia no deja de ser suspicaz o, mejor dicho, inexplicable a la luz de la narrativa y semántica que se estaban desarrollando sobre el terreno. Los EE.UU. mantenían un trabajo ambiguo de combate y apoyo al terrorismo en la región, pero con el propósito claro de derrocar a Bashar al-Ásad, secundados en la movida por la OTAN, Arabia Saudita, Israel, Qatar y Turquía, entre otros menos preponderantes. Entre todos querían obligar a Siria a aceptar un oleoducto que, aparte de lesionar la soberanía siria, afectaba las medidas de presión rusas sobre Occidente en momentos en que estuvo aquejada por las sanciones.
De hecho estos países le impusieron una ruta de contrabando de petróleo a Siria al no aceptar el oleoducto, contrabando procedente de la industria terrorista en la región. Siria fue ocupada y al-Assad casi depuesto.
La intervención rusa con su aviación casi que recupera por entero a la Siria sitiada en pocos meses, dando dos tremendos golpes al bando contrario, a los EE.UU. y OTAN. El primero de ellos fue el haber utilizado la misma construcción conceptual terrorista fabricada por Occidente para entrar en la guerra, conceptuación que los aliados usaban a capricho para actuar con patente de corso en el área; el segundo, fue desenmascarar la farsa del terrorismo en la región: sólo no eran terroristas los terroristas que intentaban defenestrar al presidente sirio, siendo el restante amplio espectro del terror (Arabia Saudita, Turquía, etc.) actores que preparaban disimuladas condiciones de caos. Al descubierto quedó el papel de apoyo de los EE.UU., Francia, Inglaterra, entre otros tantos. Una farsa internacional que descolocaba el discurso de los EE.UU. sobre sus verdaderas acciones e intenciones en el Medio Oriente. Los EE.UU. quedaron paralizados por el efecto ruso, no atinando a ciencia cierta qué hacer con su Daesh, su perro de guerra turco y su mascota monárquica saudita.
Pero de pronto ocurre que los colosales adversarios entre los telones de fondo deciden pactar una tregua para Siria, hecho aparentemente inexplicable a la luz de lo logrado por Rusia sobre el terreno: la casi erradicación de las partidas terroristas del territorio sirio. Es claro que con la tregua, que contempla ayuda humanitaria y tiempo (de rearme), quienes se favorecerán serán los grupos irregulares fortaleciéndose en sus posiciones y logrando tiempo de coordinación para defensa y ataque. Los EE.UU., por su parte, quienes sostienen aún que Bashar al-Ásad debe irse, se benefician mutando su perfil de co-terrorista en la región hacia uno de pacificador, además de adecentar sus deterioradas huestes del terror en combate (Turquía, Daesh, Arabia Saudita, células de Al Qaeda).
Lo espectacular del acuerdo de tregua, es decir, del convenio ruso-estadounidense, fue que el ejército ruso entregara a los EE.UU. los mapas de bombardeo que llevaban sobre Siria en contra de los terroristas. Ello pone a pensar lo impensable, ya en las alturas del discurso de alto poder: la concesión rusa de detenerse poco antes de liberar a Siria hasta la misma frontera turca, complicada con los kurdos, además de ofrecer la data de trabajo en el sector, tiene que haberse hecho sobre la base de una lógica concesión por parte de los EE.UU. para Rusia. Y ya se sabe que la mejor concesión que puede recibir el oso polar es una presa de caza llamada Turquía, pendiente de una severa respuesta rusa por el capítulo del avión derribado recientemente.
Como se desarrollaban los hechos en Siria con la presencia triunfadora de Rusia, fotografiándose Putin como el defensor mundial antiterrorista, perdiendo a Siria definitivamente, padeciendo la evidencia infecta, visceral y terrorífica de Erdogan, así como el papel nada cristalino de Arabia Saudita, los beneficios para los EE.UU. prácticamente se reducían a cero, por el contrario recibiendo puntos negativos. Logró el objetivo de cuasi incendiar el Medio Oriente, pero sin su papel de gran beneficiado, recogedor de leños, pescador en río revuelto.
De modo que para explicar la aparentemente ilógica actitud rusa de conciliar con el enemigo hay que entender la concesión dicha: se le restará el apoyo incondicional a Turquía, país descaradamente coadyuvante del terrorismo, en nada adecuado tanto para la OTAN como para los EE.UU. Además, es claro para Europa ─y así lo habrá hecho saber a fuerza de quejas─ que Turquía maneja el chantaje de enviarles refugiados de guerra a sus países. Turquía es miembro de la OTAN y obliga a su defensa en caso de ser atacado, pero a un país terrorista, con culpas expiatorias de terrorismo endilgadas vía discurso, podría no concitar legales defensas.
Por lo demás, en lo que atañe a Arabia Saudita, en la garra de los EE.UU. a título de aliado desde la segunda guerra mundial, se trata de otro país al que le llega la hora de la desgracia. En breve es posible su desmoronamiento, según problemas internos que desaprueban su dirección, desmoronamiento a sucederse, lógicamente, bajo la rectora tutela y beneficio de los EE.UU., quienes recogerán el fruto de reformularla para enderezarla hacia futuras controversias. Su yacimiento de petróleo es inestimable y, mientras funja como abaratador de precios petroleros dentro de la OPEP o se ofrezca como fuente directa para tomar los barriles, será un aliado imprescindible en tanto modelo político manejable.
Blog del autor: Animal político