La tortura como metáfora

La tortura, o por utilizar el lenguaje de la CIA, los "interrogatorios coercitivos", es un conjunto de técnicas diseñadas para colocar al prisionero en un estado de profunda desorientación y shock, con el fin de obligarle a hacer concesiones contra su voluntad. La lógica que anima el método se describe en dos manuales de la CIA que fueron desclasificados a finales de los años noventa. En ellos se explica que la forma adecuada para quebrar "las fuentes que se resisten a cooperar" consiste en crear una ruptura violenta entre los prisioneros y su capacidad para explicarse y entender el mundo que les rodea. Primero, se priva de cualquiera alimentación de los sentidos (con capuchas, tapones para los oídos, cadenas y aislamiento total), luego el cuerpo es bonbardeado con una estimulación arrolladora (luces estroboscópica, música a toda potencia, palizas y descargas eléctricas). En esta etapa, se "prepara el terreno" y el objetivo es provocar una especie de huracán mental: los prisioneros caen en un estado de regresión y de terror tal que no pueden pensar racionalmente ni proteger sus intereses. En ese estado de shock, la mayoría de los prisioneros entregan a sus interrogadores todo lo que éstos desean: información, confesiones de culpabilidad, la renuncia a sus anteriores creencias. Uno de los manuales de la CIA ofrece una explicación particularmente breve, de animación suspendida, una especie de shock o parálisis psicológica. Esto se debe a una experiencia traumática o subtraumática que hace estallar, por así decirlo, el mundo que al individuo le es familiar, así como su propia imagen dentro de ese mundo. Los interrogadores experimentados saben reconocer ese momento de ruptura y saben también que en ese intervalo la fuente se mostrará más abierta a las sugerencias, y es más probable que coopere, que durante la etapa anterior al shock.

La doctrina del shock reproduce este proceso paso a paso, en su intento de lograr a escala masiva lo que la tortura obtiene en un individuo en la sala de interrogatorios. El ejemplo más claro fue el shock del 11 de septiembre, día en el cuál para millones de personas el "mundo que les era familiar" estalló en mil pedazos, y dio paso a un período de profunda desorientación y regresión que la administración Bush supo explotar con pericia. De repente, nos encontramos viviendo en una especie de año cero, en el cuál todo lo que sabíamos podía desecharse despectivamente con la etiqueta de "antes del 11-S". Aunque la historia jamás había sido nuestro fuerte, Estados Unidos se había convertido en una tabla rasa, una verdadera "página en blanco" sobre la cual se podían "escribir las palabras más nuevas y más hermosas", como Mao le decía a su pueblo. Un nuevo ejército de especialistas se materializó rápidamente para escribir nuevas y hermosas palabras sobre el tapiz receptivo de nuestra conciencia postraumática: "choque de civilizaciones", grabaron. "eje del mal", "fascismo islámico", "seguridad nacional". Con el mundo preocupado y absorto por las nuevas y mortíferas guerras culturales, la administración Bush pudo lograr lo que antes del 11 de septiembre apenas soñado: librar guerras privadas en el extranjero y construir un conglomerado empresarial de seguridad en territorio estadounidense.

Así funciona la doctrina del shock: el desastre original —llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, tsunami o huracán— lleva al pueblo de un país a un estado de shock colectivo. Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de los pueblos tanto como la música a toda potencia y las lluvias de golpes someten a los prisioneros en sus celdas. Como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, los pueblos en estado de shock a menudo, renuncian a valores que de otro modo defenderían con entereza. Jamar Perry y sus compañeros de evacuación en el refugio de Baton Rouge tuvieron que sacrificar los pisos de protección oficial y las escuelas públicas. Después del tsunami, los pescadores de Sri Lanka tenían que abandonar su valiosa tierra frente al mar y cederla a los constructores de hoteles. Los iraquíes, sí todo iba según lo planeado, tenían que caer en tal estado de shock que cederían el control de sus reservas petrolíferas, sus compañías estatales, y toda su soberanía nacional al ejército estadunidense y sus bases militares y zonas verdes.

Los creyentes de la doctrina del shock están convencidos de que solamente una gran ruptura —como una inundación, una guerra o un ataque terrorista— puede generar el tipo de tapiz en blanco, limpio y amplio que ansían. En esos períodos maleables, cuando no tenemos un norte psicológico y estamos físicamente exiliados de nuestros hogares, los artistas de lo real sumergen sus manos en la materia dócil y dan principio a su labor de remodelación del mundo.

—Naomi Klein: Profesora y periodista.

—"Os exprimiremos hasta la saciedad, y luego os llevaremos con nuestra propia esencia".

George Orwell.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

 



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Manuel Taibo


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