Argentina —el "alumno modelo" del FMI durante ese período— nos proporciona nuevamente una perspectiva nítida de la mecánica del nuevo orden. Después de que el presidente Alfonsín se viese forzado a dimitir por culpa de la crisis Hiperinflacionaria, su cargo pasó a ser ocupado por Carlos Menen, gobernador peronista de una pequeña provincia que vestía cazadoras de cuero, exhibía unas características patillas de boca de hacha y parecía ser lo suficientemente duro como para hacer frente tanto a la amenaza permanente del ejército como a los acreedores del país. Por fin, tras tantos intentos violentos de erradicación del partido peronista y del movimiento sindicalista, Argentina tenía un presidente que defendido un programa favorable a los sindicatos durante la campaña electoral y había prometido resucitar las políticas económicas nacionalistas de Juan Perón. Aquel fue un momento que compartía muchas de las mismas connotaciones emotivas que la investidura de Paz en Bolivia.
Lo que entonces no se imaginaban los argentinos es hasta qué punto compartirían connotaciones esos dos momentos, pero no por lo que ellos pensaban y deseaban. Tras un año en el cargo, y bajo una intensa presión del FMI, Menem emprendió también el desafiante camino de la "política del vudú". Pese a haber sido elegido como símbolo del partido que se había opuesto a la dictadura. Menem nombró a Domingo Cavallo como su ministro de Economía, con lo que permitió que regresara al poder el máximo responsable de que, en la etapa final del gobierno de la Junta Militar, las grandes empresas hubieran enjugado sus deudas a costa del erario público (todo un regalo de despedida de la dictadura). Su nombramiento fue lo que los economistas llaman "una señal": un indicio inequívoco, en este caso, de que el nuevo gobierno recogería el testigo del experimento corporativista iniciado por la Junta y lo continuaría. La bolsa de Buenos Aires reaccionó con lo que equivalía a una sonora ovación: un repunte súbito de un 30% en el volumen de las contrataciones el mismo día que se anunció el nombre de Cavallo.
Cavallo pidió inmediatamente refuerzos ideológicos y llenó el gobierno y la cúpula de la administración pública del país de antiguos alumnos de Milton Friedman y Arnol Harberger. Casi todos los altos cargos económicos del país fueron ocupados por los de Chicago: el presidente del Banco Central sería Roque Fernández, que había trabajado tanto en el FMI como en el Banco Mundial; el vicepresidente de esa misma entidad sería Pedro Pom, que había trabajado también para el gobierno de la dictadura; el principal asesor del Banco Central sería Pablo Guidotti, que vino directamente de su anterior trabajo en el FMI a las órdenes de otro exprofesor de la Universidad de Chicago, Michael Mussa.
Argentina no era caso único en ese sentido. En 1999, entre los exalumnos internacionales de la Escuela Chicago se contaban más de veinticinco ministros en activo y más de una docena de presidentes de bancos centrales (desde Israel hasta costa Rica), un nivel de influencia extraordinaria para solo departamento universitario. En Argentina, como en tantos otros países, los de Chicago formaron una especie de pinza ideológica en torno al Gobierno electo: una parte del grupo apretaba desde dentro y la otra ejercía su propia presión desde Washington. Así, por ejemplo, las delegaciones que el FMI enviaba a Buenos Aires solían estar encabezadas por Claudio Loser, el conocido Chicago Boy argentino, lo que significaba que, cuando se reunía con el ministro de Economía y con las autoridades del Banco Central, los encuentros distaban mucho de ser momentos de negociación confrontada y consistían, más bien, en agradables discusiones entre amigos y antiguos compañeros de clase en Chicago que, además, habían trabajado recientemente (o aún trabajan) en la calle 19 de Washington. En Argentina, se publicó un libro sobre los efectos de esta fraternidad económica global titulado muy acertadamente buenos muchachos, en referencia al clásico del cine mafioso uno de los nuestros, de Martín Scorsese.
Los miembros de esta fraternidad coincidían de forma entusiasta en cuanto a lo que había que hacer con la economía de Argentina y en cómo sacarlo adelante. El Plan Cavallo, como se daría en conocer todo aquel compendio, se fundamentaba sobre el mismo astuto truco de empaquetado en lote que habían perfeccionado el Banco Mundial, el FMI: aprovechar el caos y la desesperación de una crisis de hiperinflación de la misión de rescate. Así que, para estabilizar el sistema monetario, Cavallo introdujo de inmediato recortes considerables del gasto público y recuperó el peso argentino como moneda nacional, pero vinculado al dólar estadounidense. En el plazo de un año, la inflación se había reducido hasta situarse en el 17,5% anual e, incluso, quedar prácticamente reducido a cero unos pocos años después. Esa parte del "paquete" solucionó la crisis monetaria desbocada, pero "difuminó" la otra mitad del programa.
Pese a su dedicado esfuerzo por complacer a los inversores extranjeros, la dictadura argentina había dejado amplios y apetecible pedazos de la economía en manos estatales, desde sus aerolíneas de bandera hasta las impresionantes reservas petrolíferas de la Patagonía. Para Cavallo y sus Chicago Boys, la revolución sólo se había completado a medias, por lo que estaban decididos a aprovechar la crisis económica para terminar su labor.
A principios de los años noventa, el Estado argentino vendió la riqueza del país tan rápida y totalmente que la obra sobrepasó con mucho la realizada en Chile una década antes. En 1994, ya se había vendido el 9% de las empresas estatales a compañías privadas como Citibank, Bank Boston, las francesas Suez y Vivendi, o las españolas Repsol y Telefónica. Antes de realizar aquellas ventas, Menem y Cavallo habían prestados un valioso servicio a los dueños: habían despedido a unos 700.000 trabajadores (siempre según los propios cálculos de Cavallo, pues hay quien cifra los despidos en un número mucho mayor). Sólo en la Petrolera Nacional y durante la era Menem, 27.000 empleados perdieron su empleo. Como admirador de Jeffrey Sachs que era, Cavallo llamó a su proceso "terapia de shock". Menem tenía una expresión aún más brutal para referirse a él: en un país traumatizado todavía por el reciente historial de torturas masivas, lo denominó "cirugía mayor sin anestesia".
En enero de 2006, mucho después de que Cavallo y Menem hubiesen dejado sus respectivos cargos, los argentinos se enteraron de una sorprendente noticia. Al parecer, el Plan Cavallo no había sido para nada idea del propio Cavallo ni del FMI: el programa de terapia de shock al que fue sometida Argentina a principios de los años noventa fue redactado íntegramente en secreto por J. M. Morgan y Citibank, dos de los principales acreedores privados del país. Con motivo de una demanda Judicial contra el gobierno argentino, el renombrado historiador Alejandro Olmos Gaona descubrió un asombroso documento de 1.400 páginas elaborado por los dos Bancos estadounidenses para Cavallo en el que "se detallan las políticas que el gobierno argentino aplicaría a partir de 1992 (como, por ejemplo), la privación de las empresas de servicios y suministros público, la reforma de la ley laboral, la privatización del sistema de pensiones. Todo aparece allí expuesto con gran minuciosidad. Solemos creer que el plan económico aplicado a partir de 1992 fue de Cavallo, pero no fue así".
Años después, Cavallo lo explicó. "La época de la hiperinflación fue terrible para el pueblo con bajos ingresos y escasos ahorros, porque veían como, en apenas unas horas unos días, sus salarios quedaban reducidos a nada por culpa de los incrementos de precios, que se producían a una velocidad de vértigo, (lo mismo hoy en Venezuela). Así que el pueblo le pedía al gobierno (igual el pueblo de Venezuela) que, por favor, hicieran algo. Y si el gobierno traía un buen plan de estabilización, era también el momento oportuno para acompañarlo de otras reformas. Las más importantes estaban relacionadas con la apertura de la economía y el proceso de desregulación y privatización. Pero el único modo de poner en práctica todas esas reformas en aquel momento era aprovechando la situación creada por la hiperinflación, porque el pueblo estaba listo para aceptar cambios drásticos a fin de eliminar la hiperinflación y regresar a la normalidad".
—Los argentinos ya tienen el segundo Menem; el mafioso (calabrés) Macri y su combo.
—La profesora: Naomi Klein.
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