No tengo una colección de grandes héroes. Nunca me han fascinado los íconos contemporáneos, los hombres guerreros que suelen terminar en afiches que diluyen sus ambivalencias. Tampoco me gusta el hecho de que los héroes casi siempre son hombres con casaca o boina milica, u hombres "emprendedores" que se han llenado los bolsillos a nuestra costa y a los que reverenciamos por haberse hecho millonarios a la vista de las revistas sociales.
Sin embargo, reconozco mi fascinación por las heroínas y los héroes pequeños, esos que en los diminutos recodos de la microhistoria se atrincheran para defender la vida de los suyos, de la vida que habita su territorio… Lo hacen sin buscar portadas y a sabiendas de que esa posición vertical en defensa de la vida solo les va a traer problemas en su vida cotidiana, para ellos y ellas, y para sus familias y amigos. Latinoamérica está repleta de esos pequeños héroes que solo cabalgan a lomos de la dignidad, que son tan imperfectos como usted y como yo pero que, a diferencia nuestra, dedican buena parte de su vida al bien común. Son, como dice el motor de mi alma, los contrapesos que evitan que este mundo de locos se termine de ir al carajo.
Veo una y otra vez la intervención de Ligia Arreaga en un cabildo abierto celebrado en Darién. Diminuta en lo físico, de formas suaves y ojos cansados, Ligia denuncia cómo se está desangrando la Laguna de Matusagaratí, las amenazas para la vida en un Darién acosado por los depredadores económicos con la anuencia (o, como mínimo, la omisión irresponsable) de las autoridades. Recuerdo perfectamente la primera vez que supe de esta mujer. Fue en diciembre de 2009, cuando recibió serias amenazas contra su vida por las denuncias que ya hacía desde Radio Voz Sin Fronteras. En ese entonces, yo vivía cerca de varios héroes y heroínas de la vida: mis hermanas naso que tanto me enseñaron, los compañeros y compañeras ngäbe que defendían el territorio a pesar de las balas de caucho, algunas de las personas que desde Santiago, David o ciudad de Panamá se organizaban para resistir los embates de los poderes económicos y políticos contra la naturaleza y sus defensores.
No conozco en persona a Ligia Arreaga, pero sé que, como muchos de esos otros héroes anónimos, es tierra que camina (como definiera a los seres humanos el indígena kolla Fernando Huanacuni). Ligia se sabe parte indisoluble de la madre tierra y de su comunidad y sabe que la defensa de los derechos humanos es inseparable de la defensa del ambiente. Quizá por eso es una amenaza… y porque es mujer… y porque no se deja sobornar… y porque es diminuta en lo físico, porque tiene formas suaves y ojos cansados. Claro, y porque es la coordinadora de la Alianza por un mejor Darién (Amedar) y desde esa posición periférica en el parqué político del planeta, denuncia y denuncia sin cansancio el despojo planificado que está ocurriendo en la provincia más rica en biodiversidad del país.
Ahora, tras los voraces incendios que consumieron una parte de la zona de influencia de la Laguna de Matusagaratí, Amedar ha empujado al Ministerio del Ambiente a poner en marcha el proceso para declarar esta zona como área protegida y eso ha incrementado las tensiones en la zona con depredadores (como la más que sospechosa empresa AGSE Panamá y otros colonos sin límite). Y esas tensiones están poniendo de nuevo en riesgo la vida de quien defiende la vida.
No soy el único que está preocupado por la seguridad y la vida de Ligia Arreaga (Mujer Destacada del Año 2015 designada por la Defensoría del Pueblo). Panamá no se puede permitir más mártires en la defensa de la vida, sino que debe escucharlos y cuidarlos. Sabemos, por experiencias propias en este país de posibilidades, que las lideresas y líderes en la defensa de los territorios son frágiles. No porque lo sean ellos y ellas, sino porque en la periferia de la opinión pública y de la historia la vida valen menos y los despojadores saben que el coste del hostigamiento y las amenazas es menor en su cuenta de resultados.
Hoy quiero hacer un llamado en defensa de la seguridad y el derecho a defender la vida de Ligia Arreaga y de otras como ella. Hoy quiero poner el foco en las personas que son verdaderas patriotas y a las que todas y todos deberíamos proteger con todas nuestras energías. No es Ligia la única persona en riesgo, pero ella, como lo era Berta Cáceres, en Honduras, representa un símbolo irrenunciable de la dignidad de un país, de esa que no suele visitar los salones de la Asamblea Nacional ni los cocteles con arreglos florales del Palacio de las Garzas.
Que la vida siga respirando, que Ligia siga siendo tierra que camina, que siga siendo mujer enraizada en su comunidad y en su territorio.