El año 1989 ha sido considerado la frontera de dos épocas. ¡Ocurrieron tantos acontecimientos en él! Finalizó con ese cambio telúrico que fueron los cascotes del Muro de Berlín, mientras se filmaba en directo, para que lo viera todo el mundo, el derrumbamiento, país a país, pieza a pieza (como el propio muro) del comunismo real y el monopolio del capitalismo como único sistema superviviente. Pero antes había acabado la aventura militar de la Unión Soviética en Afganistán (su propio Vietnam), había tenido lugar la revuelta de los estudiantes en China, con aquella fotografía que competiría en espectacularidad con las de Berlín, de un estudiante en la plaza de Tiananmen deteniendo una columna de tanques con su cuerpo; Estados Unidos (terrorista) había invadido Panamá y había depuesto y apresado al general Manuel Antonio Noriega, antiguo aliado suyo; el líder serbio Slobodan Milosevic había empezado a encender las mechas de la espantosa guerra de Yugoslavia; se produjo el fin de la más cruel dictadura pinochetista y el democristiano Patricio Aylwin entró por fin en el Palacio de la Moneda cerrando el paréntesis del fascismo militar. Se vislumbraba el principio del fin del Apartheid en Sudáfrica cundo el afrikáner Frederick W. de Klerk ganó las elecciones en Sudáfrica y abrió las puertas para la llegada de Nelson Mandela, quizá el hombre más importante del siglo XX…
Así pues, en ese año mágico se produjo una aceleración insospechada de la historia que terminó el 9 de noviembre con un big bang: la caída del Muro, 155 kilómetros de hormigón y alambradas, el símbolo por excelencia de la Guerra Fría y del Telón de Acero. Cincuenta y dos años después de la noche de los cristales rotos, el pogromo de los nazis contra los judíos, dos siglos después de la toma de la Bastilla con la que se inició la Revolución francesa, caía esta frontera que separaba a los alemanes y símbolo de las diferencias entre el Primer y el Segundo Mundo. Un Muro peculiar.
José María Martí Font, escribe en su libro Después del muro. Alemania y Europa 25 años más tarde:
Hay muchos otros muros en el mundo, pero sólo uno en la historia fue construido por un gobierno contra su propio pueblo. Todos los demás han sido construidos contra los que llegan de fuera, desde los romanos en Gran Bretaña cuando hicieron el muro de Adriano hasta los norteamericanos para impedir la llegada de inmigrantes. Ésta es la gran diferencia entre el Muro de Berlín y los demás: éste era para mantener dentro a los querían salir.
En este mismo libro, su prologuista, Josep Ramoneda, sentencia: "La gran paradoja del Muro de Berlín es que termina como empezó. Se construyó porque la gente quería irse y se destruyó porque la gente seguía queriendo irse. No ha servido nada más que para la crueldad y para la infamia".
—Muchos analistas han subrayado el hecho de que, en lo que se refiere a la autoestima occidental y capitalista, 1989 fue el año perfecto: parecía triunfar de modo definitivo la libertad individual de mercado, y el rival ideológico era derrotado sin apenas esfuerzos ni sangre.
Aquel año de 1989 tuvo su símbolo el "Jano", el dios romano con dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, lo que enfatiza una naturaleza dual. Por una parte, inaugura una etapa caracterizada por el final de la Guerra Fría, aquel enfrentamiento político, económico, social, cultural, deportivo, etcétera, nada soterrado, iniciado al finalizar la Segunda Guerra Mundial, lo que a priori poseía un efecto positivo, de enterramiento de rivalidades; pero por otra, provocó el debilitamiento del Estado de Bienestar y de aquella especie de revolución pasiva dentro del capitalismo que significó añadir el apellido "social" a la economía de mercado.
Así, el año 1989 abrió la puerta a un nueva versión de capitalismo, mucho más agresiva, que ha tenido su apogeo en la primera década del siglo XXI ha sido tan larga, profunda y compleja de entender que sacudió los cimientos del orden económico internacional y, sobre todo, puso patas arriba las certezas del establishment citado, que habían sido hegemónicas en forma de revolución conservadora durante las últimas décadas.
La Alemania unificada devendrá en una potencia política y asumirá, queriéndolo o sin querer, su papel de líder de la Unión Europea. Según cálculos de la Universidad Libre de Berlín, que cita en su libro Martí Font, la reunificación costó alrededor de dos billones de euros a los alemanes y al resto de los europeos. Esa cifra incluye todas las transferencias financieras destinadas a los antiguos territorios de Alemania del Este en forma de programas de incentivos económicos, traspasos para equilibrar el nivel de vida, fondos de cohesión y subvenciones europeas, y el llamado "impuesto de solidaridad", implantado en 19990, que suponía el 5,5% del impuesto sobre la renta que han pagado los contribuyentes alemanes. Ha habido coincidencia en que la reunificación ha sido un éxito en términos políticos, económicos y sociales. Un diplomático anónimo comenta: "La jefatura del Gobierno y la del Estado están en manos de dos personas del este. Si nos hubieran dicho hace veinticinco años que Alemania tendría estos dos cargos ocupados por ossies, ¿se lo hubiera creído alguien? Imposible".
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!