Abrumado por los conflictos e incapaz para procesarlos, el régimen de Peña Nieto muestra una acelerada y anticipada descomposición con tufo de putrefacción. La designación del dirigente del PRI desde la oficina de la presidencia, realizada con absoluto desaseo, es una clara expresión de la debacle en que ha caído el grupo en el poder. La renuncia de Beltrones, según parece, le tomó por sorpresa y tardó más de dos semanas en reaccionar e improvisar una fórmula sin sentido con efectos devastadores sobre lo que se supone es el basamento político del régimen. Pareciera que el cansancio de Murillo contagió a Peña, al grado de anticipar una nueva alternancia en 2018. No me preocupa el PRI, incluso me alegra su desventura, sino que el caso muestra la suerte de todo el país: un gobierno acabado anticipadamente que, ante la incapacidad de gobernar, ejerce el poder de manera autoritaria y mandona. Los priístas rezongan pero obedecen, el resto de la sociedad no tiene por qué hacerlo, aunque no son muchos los que reivindican tal condición.
Entre los que no están dispuestos a obedecer, a menos que sea a sus dictados, está el sector empresarial con peso suficiente para que sus objeciones sean de inmediato atendidas, sea para vetar leyes o para implantar políticas; son sus representantes quienes verdaderamente mandan y lo hacen en atención a sus muy particulares intereses. Exigen vetar la ley anticorrupción en los ítems que no les gustan y, de inmediato se les concede; exigen la solución del conflicto magisterial por la vía represiva y se les atiende con atingencia. Detentan el verdadero poder.
El magisterio tampoco está dispuesto a obedecer, pero para los tecnócratas no son materia de atención. Osorio Chong hace como que dialoga con los maestros disidentes y Aurelio Nuño se niega rotundamente y prefiere la comodidad de dialogar con la dirigencia del sindicato oficialista, el SNTE. Dada la descomposición pudiera ser que cada quien juegue su juego, ambos en competencia con miras a suceder a su cansado jefe. El problema es que en esa forma de operar el asunto de la educación pública no va a encontrar solución y veremos escalar la violencia de las protestas, cada vez más acompañadas por la sociedad.
Es de lamentarse que en otros agravios perpetrados por el actual régimen no se hubiese registrado la movilización opositora. Pasó la reforma energética y sólo alcanzamos a balbucear protestas y demandas de consulta popular, sin más enjundia que la permitida por las buenas costumbres. La semana pasada vi, por primera vez, una gasolinera de marca transnacional en San Juan del Río, Qro., Akron para ser precisos, anunciando la expedición de gasolina importada. Confieso que sentí deseos de incendiarla, más aún cuando me percaté del desenfado con que se anunciaba y el beneplácito de los consumidores.
La violencia continúa y se incrementa sin que se aplique mayor eficacia del régimen para eliminarla. La economía resiente su peor desempeño en décadas y no se ven medidas que puedan mejorarla, por el contrario, se mantiene a rajatabla el modelo que lo propicia. Se oyen los lamentos por doquier y las mentadas también.
Peña Nieto registra, en el cuarto año de gobierno, la más baja calificación de desempeño que cualquiera de sus antecesores en el último. Sería suficiente para exigir la revocación del mandato; por algo se defienden como gatos panza arriba para negar tal posibilidad a la ciudadanía.
Comparto la propuesta que hizo López Obrador a Peña Nieto. Es hora de que, por el bien del país entero, se configurara un gabinete de transición para cubrir el tiempo que le resta a la administración de Peña Nieto, de manera de detener el proceso de deterioro del gobierno y del país. Desde luego que para el destinatario es una propuesta inaceptable, entonces pasemos de la propuesta a la exigencia y tomemos las calles para demandarlo, sumando a todos los movimientos sociales agraviados. No podemos esperar con los brazos cruzados a que el paso inexorable del tiempo saque al buey de la barranca.