Democracia cavernaria

Los colombianos le dijeron NO a los acuerdos de paz negociados entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Se echó por la borda un esfuerzo serio de establecer las condiciones para dar por terminada una cruenta guerra iniciada en 1948 tras el artero asesinato de Jorge Eliezer Gaytán, carismático y congruente líder de las fuerzas progresistas, que contaba con el respaldo popular suficiente para asegurar que sería el siguiente presidente de Colombia. Los conservadores de siempre, dueños de la riqueza del país, no lo podían permitir y optaron por la vía del gatillo fácil. A partir de entonces quedó eliminada la alternativa democrática electoral para dirigir los destinos del país, orillando a la población inconforme a tomar las armas como vía de transformación.

Corrijo: no fueron los colombianos sino la muy estrecha mitad de la muy escasa gente que acudió a votar. No obstante, esa escasa mayoría de minorías vuelve, como en el 48, a colocar a la guerra como instrumento para dirimir las diferencias. Los trogloditas imponiendo su salvajismo y la "democracia" formal aceptando sus designios. Francamente, fuimos muchos los sorprendidos por el resultado, principalmente los que los observábamos desde el exterior, ignorantes de la realidad colombiana marcada por los herederos de quienes dieron la espalda al Libertador Bolívar, hoy dispuestos a seguir defendiendo sus privilegios a como dé lugar, sea la guerra interna o la que tanto han procurado hacer en la vecina Venezuela, con el inefable Álvaro Uribe a la cabeza.

Fue claro el voto por el SÍ en las provincias rurales, que son las que han vivido la guerra y aportado los muertos; en tanto que la negación corrió por cuenta de la conservadora clase media urbana, azuzada por el temor a los fantasmas del comunismo y del mismísimo diablo anticlerical representados por las FARC y el chavismo vecino, conforme a la mezquina propaganda opositora. Pero sólo alcanzaron el 18% del electorado, ante una abstención que rebasó el 63% del padrón electoral. Espero que una buena parte del 82% restante se percate del error y encuentre forma de enmendarlo.

Analizado el caso desde el panorama latinoamericano, el resultado del plebiscito concuerda con el incremento del poder conservador que recorre por todo el continente, USA con Trump incluido, con las nuevas dirigencias de Argentina y Brasil como arietes del embate contra Venezuela, Bolivia y Ecuador, todavía en proceso emancipador.

En este esquema me resulta difícil aceptar el tipo de democracia que nos han vendido como panacea. Resulta inoperante cuando, desde la propia oligarquía, se ha condenado a la mayoría de la población a la ignorancia y a la manipulación mediática; cuando una minoría económica y técnicamente poderosa se impone a una mayoría hambrienta y desprotegida; cuando el poder imperial mete la mano en los asuntos internos, siempre del lado de los malos; porque han de saber, amables lectores, que "llegaron los del billete verde y nos tundieron a votos, y es que el impero ayuda a los malos porque no le convienen los buenos".

Así llegaron en México gobiernos espurios, directos como Salinas y Calderón, o derivados como el resto de la caterva tecnocrática y neoliberal que nos ha gobernado los últimos 30 años. Los que juegan a la alternancia bipartidista entre el PRI y el PAN, como fórmula de simulación dizque democrática. Los que han hecho de la corrupción todo un estilo de gobierno, respecto de la cual y con el mayor de los cinismos, Peña Nieto ha retado al que esté libre de culpa para que lance la primera piedra; la respuesta no se hizo esperar y la mayoría alzó la mano exhibiendo la onda que lanzó la piedra que venció al tal Goliat. Ni la vergüenza perdona.

Vivimos momentos de dar la lucha a fondo para, aunque sea con su pinche democracia tramposa, recuperar la fuerza de la iniciativa histórica de los pueblos.



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Gerardo Fernández Casanova


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