¡El shock se gasta!

En Rusia muchos consideran la era de Putin como una reacción similar contra la era de las terapias de shock. Con decenas de millones de pueblo empobrecidos todavía excluidos de los beneficios del rápido crecimiento económico, a los políticos les resulta sencillo provocar la ira de la opinión del pueblo contra los hechos de principios de los años noventa, que frecuentemente se presentan como una conspiración internacional diseñada para hacer hincar la rodilla al imperio soviético y para poner a Rusia "bajo control extranjero". Aunque las acciones legales de Putin contra varios oligarcas han sido en su mayor parte simbólicas —hay una nueva casta de "oligarcas estatales" creciendo alrededor del Kremlin—, el recuerdo del caos de los años noventa ha hecho que muchos rusos estén agradecidos a Putin por restaurar el orden, a pesar de que un número cada vez mayor de periodistas y otros críticos mueren en circunstancias misteriosas y de que la policía secreta disfruta de lo que parece total impunidad.

Con el socialismo todavía muy asociado con las décadas de brutalidades cometidas en su nombre, la ira pública tiene pocas vías de escape que no pasen por el nacionalismo y el protofascismo. Los incidentes de violencia étnica suben un 30% cada año y en 2006 se denunciaban casi a diario. El eslogan "Rusia para los rusos" tiene el apoyo de casi el 60% del pueblo. "Las autoridades son plenamente conscientes de que su política social y económica no está consiguiendo ofrecer condiciones de vida aceptables a la mayoría del pueblo", dijo Yuri Vdovin, un activista antifascista. Y, sin embargo, "todos los fracasos en ese sentido son supuestamente debidos a la presencia de otras personas cuya religión, color de piel o herencia étnica no es la correcta".

Es una amarga ironía que cuando se recetó la terapia de shock para Rusia y Europa oriental sus dolorosos efectos se justificaran como la única forma de evitar que se repitieran las condiciones que en Alemania de Weimar habían servido de caldo de cultivo para el surgimiento del nazismo. La exclusión despreocupada de decenas de millones de personas producto de las políticas de los ideológicos del libre mercado ha llevado a una situación explosiva aterradoramente similar: un pueblo orgulloso que siente humillado por fuerzas extranjeras y que busca recuperar el orgullo nacional cargando contra los colectivos más débiles que hay en su seno.

En América Latina, el primer laboratorio de la Escuela de Chicago, la reacción ha tomado una forma mucho más esperanzadora. No está dirigida contra los débiles o vulnerables sino que apunta directamente contra la ideología que es la base de la exclusión económica. Y a diferencia de la situación en Rusia y en Europa oriental, existe un irreprimible entusiasmo por probar ideas que fueron subvertidas en el pasado.

A pesar de la afirmación de la administración Bush de que el siglo XX terminó con una "victoria decisiva el libre mercado sobre toda forma de socialismo, muchos países latinoamericanos comprenden perfectamente bien que lo que había fallado en Europa oriental y partes de Asia era el comunismo dictatorial. El socialismo democrático, entender a través de elecciones libres sino también las empresas y tierras dirigidas de forma democrática, había funcionado en muchas regiones, desde Escandinavia hasta la pujante e históricas económica de cooperativas de la región de Emilia-Romagna en Italia. Lo que Allende trató de llevar a Chile entre 1970 y 1973 fue una versión de esta combinación de democracia y socialismo. Gorbachov tenía un enfoque similar, aunque menos radical, para convertir a la Unión Soviética en un "faro del socialismo" en la líneas del modelo escandinavo. El Freedom Charter de Sudáfrica, el sueño que impulsó la larga lucha por la liberación, fue otra versión de esta misma tercera vía: no comunismo de Estado, sino mercados que consistían con la nacionalización de bancos y minas, utilizando el dinero que éstos daban para construir barrios residenciales dignos y buenas escuelas. Era una democracia tanto económica como política. Los trabajadores que fundaron Solidaridad en 1980 se comprometieron no luchar contra el socialismo, sino por el socialismo, para que los trabajadores al final obtuvieran el derecho a dirigir tanto su país como sus lugares de trabajo de forma democrática. (Chávez, siempre Chávez).

El sucio secreto de la era neoliberal es que estas jamás fueron derrotadas en el campo de batalla de las ideas ni tampoco fueron abandonadas por los pueblos en las elecciones. Fueron expulsadas a base de shock aplicado en momentos políticos clave. Cuando la resistencia fue numantina, fueron derrotadas mediante el uso de la violencia: aplastadas por los tanques de Pinochet y Yeltsin. En otras ocasiones simplemente fueron traicionadas a través de la que John Williamson denominó la "política vudú": como hizo el presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro con el equipo secreto de economistas al que recurrió después de las elecciones (y el secuestro generalizado de líderes sindicalistas); el abandono en reuniones a puerta cerrada del Freedom Charter a favor del plan económico secreto de Thabo Mbeki; o los exhaustos afiliados de Solidaridad rindiéndose ante la terapia de shock económico después de las elecciones a cambio de una vía de salida. Precisamente porque el sueño de igualdad económica es muy popular y, por tanto, muy difícil de derrotar en una lucha justa, es por lo que se adoptó en un principio la doctrina del shock.

Chile y Argentina están dirigidos por políticos que se definen a sí mismos como contrarios a los experimentos hechos en sus países por la Escuela Chicago, a pesar de que sigue siendo objeto de intenso debate hasta qué punto son capaces de ofrecer una alternativa auténtica. Simbólicamente, sin embargo, se trata de una victoria. Varios de los miembros del gobierno del presidente argentino, Néstor Kirchner, incluido el propio Kirchner, fueron encarcelados durante la dictadura. El 24 de marzo de 2006, trigésimo aniversario del golpe de 1976, Kirchner se dirigió a los manifestante en la Plaza de Mayo, donde las madres de los desparecidos se reunían en sus vigilias semanales. "Hemos vuelto", les dijo, refiriéndose a la generación que había sido aterrorizada en los años setenta. En la gran multitud, dijo, estaban "los rostros de los treinta mil compañeros desaparecidos que hoy vuelven a esta plaza". La presidenta chilena, Michelle Bachelet, fue una de las miles de víctimas del reinado del terror de Pinochet. En 1975 ella y su madre fueron encarceladas y torturadas en Villa Grimaldi, conocida por sus cubículos de aislamiento de madera, tan pequeños que los prisioneros tenían que estar en cuclillas. Su padre, un oficial del ejército, se negó a participar en el golpe y fue asesinado por los hombres de Pinochet.

En diciembre de 2006, un mes después de la muerte de Friedman, los líderes de América Latina se reunieron en una cumbre histórica en Bolivia, celebrada en la ciudad de Cochabamba, donde un alzamiento popular contra la privatización del agua había obligado a Bechtel a abandonar el país hacía ya algunos años. Morales empezó el acto con una promesa de cerrar "Las venas abiertas de América Latina". Era una referencia al libro Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, una narración lírica del violento saqueo que había convertido a un continente rico en uno pobre. El libro fue publicado en 1971, dos años antes de que Allende fuera derrocado por tratar de cerrar esas venas abiertas nacionalizando las minas de cobre de su país. Ese acontecimiento dio paso a una nueva era de feroz saqueo, durante la cual las infraestructuras construidas por los movimientos desarrollistas del continente fueron saqueadas, desmanteladas y vendidas.

Los latinoamericanos de hoy están retomando el proyecto que fue brutalmente interrumpido hace tantos años. Muchas de las políticas que plantean nos resultan familiares: nacionalización de sectores clave de la economía, reforma agraria, grandes inversiones en educación, alfabetización y sanidad. No son ideas revolucionarias, pero en su visión sin complejos de un gobierno que quiere ayudar a alcanzar la igualdad son ciertamente una refutación de la afirmación que Friedman hizo en 1975 a Pinochet respecto a que "el principal error, en nuestra opinión, fue […] creer que era posible hacer el bien con el dinero de otros".

De todas las diferencias, la más sorprendente es la aguda consciencia de que es necesario protegerse de los shocks del pasado: los golpes, los terapeutas del shock imperialista, los torturadores formados en Estados Unidos, así como también del shock de las deudas y de las devaluaciones de los años ochenta y noventa.

Este enfoque de red es lo que permitió a Chávez sobrevivir al intento de golpe de Estado de 2002: cuando su revolución se vio amenazada, sus seguidores bajaron en masa de los barrios pobres que rodean a Caracas para exigir su vuelta al poder, un tipo de movilización popular que no sucedió nunca jamás desde la Independencia.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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