A los cuarenta años subió al trono el primogénito de Carlos III después de veintiséis años de matrimonio con su prima, María Luisa de Parma. María Luisa era simple y llanamente una desvergonzada. Muy avanzado el climaterio, sin dientes y ausente de belleza, corría tras los jovenzuelos, como cualquier buscona. A la apostura y juventud debieron honores y riquezas muchos mozalbetes de su época, entre ellos Manuel Godoy, Príncipe de la Paz. Era Manuel Godoy un modesto hidalgo extremeño de diecisiete años cuando lo conocieron Carlos y María Luisa en el palacio real. Desde el primer momento se estableció una íntima y doble sospecha amistad entre el apuesto joven y aquella pareja que bordeaba la cuarentena. Tres años más tarde cuando los egregios amigos de Manuel, como lo llamaba con singular cadencia Carlos IV, subieron al trono de San Fernando, el cuerno de la fortuna se vertió sobre el hidalgo extremeño. Entre los tantos títulos que se le concedieron Estaban: el de Grande de España, duque de Alcudia y Comendador Mayor de Santiago, aparte muchos otros, además de prebendas en jerarquía y en metálico. Como es de suponer, toda España y toda Europa murmuraban de la real pareja y del amiguito que tan bien servía al rey como a la reina.
Carlos IV era manso y candoroso de carácter, por no llamarlo más que apocado, imbécil. Su físico era el vivo reflejo de su espíritu —como lo podemos ver en los retratos que nos ha legado Goya—Tenía los ojos grandes, de asustado mirar y la frente huida, la nariz larga y gruesa, inclinada sobre una boca estrecha, la barbilla recogida, la tez sonrosada y bajo el peluquín empolvado, la sonrisa bonachona y un aire esencialmente pacífico. Era de muy escaso entendimiento —dice Ballesteros— y de una bondad rayana en la estulticia. Era débil, irresoluto, sin voluntad. No gobernó nunca y siempre fue gobernado con vilipendio, tanto por su mujer, la frívola y autoritaria María Luisa, como por su público amante, Manuel Godoy.
María Luisa era fea, pero de una fealdad viva, centelleante, casi atrayente. Su cara rebosaba avidez, violencia e inteligencia.
En 1794 estalló la guerra con Francia; después de sonadas derrotas de los españoles se llegó a la paz de Basilea (1795). Con ella, España cedía a Francia sus derechos sobre Santo Domingo. Este vergonzoso armisticio concertado y dirigido por Godoy, le mereció el título de Príncipe de la Paz. Un año más tarde concerta otro tratado mediante el cual España presta su flota a Francia, dándose la extraña humorada, como observa Ballesteros, de que Carlos IV se convierte en Gran Almirante los regicidas de su primo Luis XVI. España monárquica y Francia revolucionaria, combaten contra Inglaterra. La ascendencia de París sobre Madrid es cada vez más acentuada. La vergüenza es general en el reino.
En 1799, el golpe de estado del 10 de noviembre eleva a la cumbre del poder al victorioso caudillo Napoleón Bonaparte, el cual ostenta el título de Primer Cónsul. Napoleón apremia tanto a España, como el Directorio. Entre las cosas que pide a Carlos IV, es que declare la guerra a Portugal, lo cual acepta el Borbón, a pesar de ser su hija la esposa del heredero lusitano. Godoy es nombrado Generalísimo de las tropas enviadas al reino portugués. Esta guerra llamada de las Naranjas fue una mascarada trágico-cómica, que fue aumentando el descontento contra la Real Familia.
Se conspira contra Godoy. Capitanea la conjura el Príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII. Los cómplices son descubiertos. El Príncipe abandona a sus amigos. Lleno de temor le escribe a su padre:
"Señor, papá mío:
He delinquido, he faltado a su Majestad, como rey y como padre; pero me arrepiento y ofrezco a Su Majestad la obediencia. Nada debía hacer sin noticias de Su Majestad, pero fui sorprendido. He delatado a los culpables y pido a Su Majestad que me perdone por haberle mentido la otra noche, permitiéndole besar sus a reales pies a su reconocido hijo. Signado, Fernando".
El vástago real fue perdonado. Sus cómplices condenados a muerte.
No sería ni la primera ni la última vez que Fernando VII se mostrase arrojado y cobarde, voluble y traidor.
La causa de la conjura estaba terriblemente justificada. El pérfido Godoy había llegado por tratado de Fontainebleau a un pacto con Napoleón, mediante el cual se permitía el paso de los ejércitos franceses por el territorio español a fin de invadir y castigar al reino de Portugal.
Murat, el lugarteniente de Napoleón, con un ejército de cuarenta mil hombres, comenzaba a atravesar a España. La indignación popular estalla. Los cortesanos le echan en cara a Carlos IV su deshonor. El pueblo se amotina. Entra sediento de venganza en el palacete que habita el Príncipe de la Paz en Aranjuez y lo destroza todo. Carlos IV por fin reacciona y destituye a su ministro.
No ha terminado, sin embargo, el drama más vergonzoso que recuerdan los anales hispanos —como señala Ballesteros—. Apenas comienza.
Las cosas llegaron al extremo, cuando en 1793, triunfante y amenazadora la revolución francesa, Carlos IV y su mujer, decidieron sustituir al hábil político del Conde Aranda, primer ministro en ese tiempo, por aquel jovencito de veinticinco años, quien no tenía más mérito que la gallardía y el ser amante de la reina de España.
María Luisa, además de Godoy, tuvo muchos amantes, entre ellos a un neogranadino llamado Manuel Mallo, quien pasó su juventud en Caracas y era íntimo amigo de Esteban Palacios, el tío del Libertador.
Sobre este Manuel Mallo y su egregia amante, se cuenta la siguiente anécdota, que como dice Augusto Mijares, vale por varios volúmenes: "Encontrándose asomados al balcón del palacio real Carlos IV, María Luisa y Godoy, acertó a pasar en ese instante el apuesto hispanoamericano luciendo un hermoso caballo. De pronto el rey preguntó: "Manuel, ¿quién es ese Mallo? Cada día lo veo con un nuevo coche y nuevos caballos. ¿De dónde saca tanto dinero? Majestad, contestó Godoy, Mallo no tiene un ochavo; pero sabe que está mantenido por una vieja fea que roba a su marido para enriquecer a su amante.
El rey, reventando la risa, dijo a la reina que estaba presente: ¿Qué dices a esto Luisa?
Carlos, respondió la reina, ya sabes que Manuel siempre está de broma.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!