La semana próxima los estadounidenses elegirán a su nuevo o nueva presidente, entre dos candidatos que registran el mayor porcentaje de repudios en la historia de ese país. Ni a cual irle, ambos muestran una larga cola para ser pisada. Uno es un empresario exitoso y tramposo, en tanto que la otra es una política profesional formada en las entretelas del cabildeo y los negocios. Ninguno ofrece, ni a los norteamericanos ni al mundo (al que supuestamente lideran) una alternativa de cambio afirmativo para un planeta envuelto en conflictos y en plena autodestrucción. Por el contrario, todo anuncia que, cualquiera que sea el resultado de la elección, el cambio, en caso de darse, será para peor.
Los mexicanos, por primera vez en la historia, nos hemos involuntariamente visto involucrados en la campaña electoral. El republicano Trump nos ha calificado como la peor escoria del mundo, que cruzamos la frontera para delinquir y que amenazamos su seguridad nacional; por ello se compromete a levantar un ignominioso muro infranqueable que, además, será pagado por nosotros. Igualmente amenaza con corregir o anular el Tratado de Libre Comercio (TLC), por ser el causante del desempleo y la desindustrialización de los Estados Unidos. Desde luego vetará el Tratado Transpacífico (TPP) en proceso de ratificación.
Por su parte, la demócrata balbucea que revisará tanto el TLC como el TPP, supuestamente en concesión hecha a los postulados de quien fue su adversario en las primarias, Bernie Sanders, quien postuló que ninguno de los tratados crea un comercio libre y justo, sino que sólo es instrumento a favor de los grandes consorcios transnacionales. Por lo demás, la señora Clinton ofrece más de lo mismo en cuanto al carácter imperial de su propuesta.
En México la clase política se rasga las vestiduras; hay nerviosismo extremo, principalmente si la elección la gana Trump a quien invitó y vino a México, solamente para mofarse del presidente y del propio país; una jugada estúpida de Peña Nieto que cimbró a la clase política local. Pero si quien gana es la Clinton el PRI sabe que no contará con su simpatía para sus tropelías, no por ser honesta, sino por el agravio de la invitación a su contrincante; los panistas se frotan las manos por considerarse los beneficiarios del dislate presidencial,
La cúpula económica también suda sus propias calenturas de miedo, hay riesgo de que su mina de oro, el TLC, se venga abajo y con ello sus canonjías y privilegios, particularmente los que se derivan de la sumisión del estado a sus intereses transnacionales, aunque sean simples gatos, de Angora, pero gatos al fin. El responsable de la economía intenta acelerar la ratificación del TPP, ante el riesgo de que quede en letra muerta.
En México somos muchos los detractores de los tratados de libre comercio, lo fuimos antes de su firma por prever sus nefastos efectos, y los confirmamos con los resultados obtenidos. El campo y la industria nacionales fueron devastados por las importaciones; la economía toda padece por las veleidades del dios del mercado y por la ausencia de un estado rector y garante de los intereses del país. Nunca hemos dejado de reclamar la renegociación. Rechazamos una globalización entre desiguales, buscamos un otro mundo solidario.
Hay que entender que el TLC no se trata nada más de una apertura de fronteras, sino de todo un entramado de candados a la soberanía para regirnos por nosotros mismos y de acuerdo a nuestra conveniencia. Apunto sólo dos elementos que son cruciales para nuestro progreso: los subsidios y las compras de gobierno, ambos prohibidos o negativamente acotados por el TLC.
En una economía de desarrollo desigual, los subsidios y el gasto público proveen al ajuste equilibrador; por ejemplo: el campo mexicano, al igual que el de los otros miembros del TLC, requiere de ser subsidiado para garantizar la alimentación de todos los mexicanos de manera sustentable y para retener al campesino en el trabajo digno de la tierra.
El gasto público en infraestructura y en adquisiciones debiera privilegiar a la producción nacional, como forma de dar viabilidad a las inversiones y asegurar los empleos correspondientes. Obligar a la licitación internacional es entregarlo a las empresas externas con mucho mayor capacidad competitiva.
No necesariamente nos haría daño la pérdida de las exportaciones automotrices, las que además no corren peligro por ser las propias transnacionales del ramo las que negocian entre sí, con o sin concesiones de gobierno. Menos daño nos haría el dejar de ver las calles y los anaqueles repletos de artículos importados, muy bonitos, pero inútiles y muy contaminantes.
Por lo que a mí toca pueden hacer del TLC un rollito y guardarlo donde mejor les quepa. No dudaría en que, entre el cierre de la válvula de la migración y la cancelación del TLC, encontremos el arduo camino de la construcción del México Nuevo.