"A los tutsis les llamábamos escarabajos o serpientes, y eran nuestros enemigos. No decíamos ir a matar, sino a trabajar. Ir al trabajo era el sinónimo que usábamos a menudo para animar a la gente a asesinar".
Valerie Bemeliki, locutora que trabajó en la programación de la radio Mil Colinas, hoy pagando condena de cárcel a perpetuidad.
El odio inducido a través de la radio y la tv llevó al asesinato de casi un millón de tutsis en Ruanda
Sobre ese genocidio ocurrido en Ruanda en 1994, hace un poco más de 20 años, el cual dejó el trágico saldo de casi un millón de personas bárbaramente asesinadas en las calles de su capital, Kigali, en apenas cinco meses (1), entre abril y julio de ese año, es bien importante traerlo a la memoria de nuestros pueblos para que esos eventos de tanta atrocidad no vuelvan a repetirse en el mundo, aun cuando, como dice ese dicho no alejado de la verdad, que el hombre es el único animal que se tropieza una y mil veces con la misma piedra, ya sabemos que eso de advertirle cualquier tipo de peligro, por más horroroso que pudiera ser, es como pedirle "peras al horno", parafraseando a un político de nuestra oposición, pero esa realidad irracional, sin duda alguna, no puede, bajo ningún respecto, arredrarnos y hacernos abandonar la prédica de seguir diciendo, cada día con mayor fuerza e insistencia, que tenemos la obligación ineludible, contra viento y marea, de impedir que tragedias como esas se puedan reeditar ni aquí, ni en ninguna otra parte del mundo …
Es por ello que nos ha parece bien importante reproducir íntegramente el relato que de esos eventos ocurridos en ese minúsculo país africano, con apenas 26.338 km2., a mediados de la década de los años noventa del pasado siglo XX escribió el periodista del diario Panorama de Maracaibo, Juan Pablo Crespo (2), bajo el título "Ruanda y la radio del odio", el cual fue divulgado en su edición del 9 de febrero de 2015 (los textos subrayados son de la versión que hemos copiado de la Internet):
He aquí el contenido de ese trabajo:
"¿Ya mataste a tu tutsi?". Aunque cueste creerlo, este era uno de tantos mensaje que a través de la radio se difundieron hace casi 20 años en Ruanda para que la mayoría de la etnia hutu aplastara a la minoritaria tutsi. Aquellos meses de 1994, terminaron con más de 800 mil muertos y en consecuencia con uno de los genocidios más violentos que se conozcan.
El caso del país centroafricano es uno de los ejemplos más emblemáticos de cómo los medios pueden exacerbar el odio más brutal. También es referencia del abuso del poder y de la histórica indiferencia internacional con la que gran parte del mundo ha tratado a este empobrecido continente.
Hotel Ruanda, "Sometimes in april", "Shootings dogs" y Fosa común en Ruanda son alguna de las películas basadas en aquella "limpieza étnica" que todavía es estudiada, analizada y repudiada en el planeta.
Aunque la llama del desprecio comenzó a engendrarse mucho antes, la chispa de la masacre se registró el 3 de abril de 1994, cuando el avión en el que viajaba el presidente-dictador Juvenal Habyarimana se estrelló sobre Kigali, la capital ruandesa, luego de aparentemente ser impactado por un misil. Habyarimana, un militar de la etnia hutu, había tomado el poder en 1973 tras un golpe de estado que derrocó a su primo.
El exministro de la Defensa llegó a concentrar todo el poder. En 1991, su gobierno apretó las tuercas de la represión para aplacar a los opositores que tras regresar a Ruanda, desde el exilio, habían iniciado una ofensiva para tumbar al régimen, organizados en el Frente Patriótico Ruandés (FPR).
Con este ambiente se produjo la muerte de Habyarimana. La autoría del derribo de su avión todavía no está clara. Lo cierto es que tras este hecho la violencia se desbordó hasta el punto que los asesinados pasaron de los 800 mil.
En esta estrategia encajó la estación de radio privada Mil colinas, apodada la radio del odio, al trasmitir de manera impune mensajes racistas y de instigación al asesinato. "¡Maten a esas cucarachas!", "¡maten a esas serpientes, que nadie quede vivo!", "¡hay que derribar más árboles, aún no hemos derribado suficientes!", repetían una y otra vez a lo largo de la programación. Paralelamente, se alentó a los hutu a asegurarse de que los niños tutsi también fueran blanco de los ataques.
"Esos mensajes deliberadamente concebidos y transmitidos consiguieron eco para alentar y profundizar las diferencias étnicas de los pueblos enfrentados, y en esa irracionalidad desbordada y colectiva inocularon en los oídos y en los sentimientos, que luego se convirtieron en acción desenfrenada entre quien se quería imponer sobre su contraparte", explicó el politólogo y periodista Gaspar Velásquez Morillo (3).
Los paramilitares entonces tomaron las carreteras y comenzaron a revisar a cada una de las personas que transitaban. Y como Habyarimana había reestablecido las tarjetas de identificación étnica, no fue difícil distinguir quién era o no un tutsi, que representaban cerca de un 14% de la población, contra un 85% de los hutu. Así que conseguir cadáveres en las vías públicas era algo de todos los días. Con disparos en la cabeza, a machetazos, a fuerza de golpes con palos con clavos o quemados vivos, los tutsi iban cayendo uno tras otro. Los paramilitares y las fuerzas del orden público tenían, además, una lista de personas que debían ser asesinadas. Ni siquiera los hutu que simpatizaban de alguna manera con una reforma se salvaban. O estabas incondicionalmente con el régimen, o no estabas.
"¡Yo odio a estos hutus/estos hutus deshutizados que han renunciado a su identidad/que andan ciegos como imbéciles/que pueden ser conducidos a matar y que, te lo juro, matan a otros hutus!", decía parte de una canción interpretada por el cantante Simon Bikindi. Su interpretación se emitía de manera continua durante los días del genocidio, de poco más de tres meses.
New York Times publicó un trabajo en 2002 que en parte decía: "En Ruanda, donde nadie lee la prensa, ni tiene televisión, la radio es la reina. Según declaraciones de testigos, muchos de los asesinos cantaban canciones de Bikindi mientras apaleaban hasta la muerte a miles de tutsis, con machetes repartidos por el Gobierno y bates caseros tachonados de clavos".
Valerie Bemeliki, una de las seis locutoras que trabajó en la programación de la radio Mil colinas, quien fue condenada a cadena perpetua, llegó a declarar: "A los tutsis les llamábamos escarabajos o serpientes, y eran nuestros enemigos. No decíamos ir a matar, sino a trabajar. Ir al trabajo era el sinónimo que usábamos a menudo para animar a la gente a asesinar". Durante su juicio, reconoció su culpa y pidió perdón.
Ruanda es un pequeño país ubicado en el centro de África y situado en una región conocida como los grandes lagos. Su maltrecha economía y pobreza pueden observarse en cada rincón. Primero, fue un protectorado alemán desde 1899 hasta 1916. Luego de finalizada la primera Guerra Mundial, quedó bajo mandato de la Liga de Naciones y después pasó a manos de la ONU, bajo la administración belga en ambos casos. Los trabajos forzados fueron practicados y la educación era limitada. Para 1961, con el respaldo belga, los hutu tomaron el poder, desplazando a la monarquía tutsi. La República de Ruanda fue declarada. La independencia fue reconocida oficialmente en junio de 1962.
Para 1964, más de la mitad de los tutsi había huido del país. Los tiempos complicados continuaron hasta que Habyarimana dio el golpe de estado que lo llevó al poder en 1973. El dictador se aseguró en sus 20 años de mandato de controlar la agenda informativa de los pocos medios de comunicación que existían, en su mayoría públicos. Nadie, o casi nadie, se atrevía a cuestionar o llevarle la contraria al Gobierno.
Radio Ruanda, emisora pública y de gran penetración, fue otra de las utilizadas para difundir los mensajes de odio y violencia. La manipulación fue tal que esta y otras radios se dieron a la tarea de emitir informaciones falsas para debilitar los Acuerdos de Arusha, que buscaban un acuerdo entre el Gobierno y los tutsi. Periodista que no cumplía la orden, le enseñaban la puerta de salida.
El profesor y periodista José Monsalve, ha dicho que "se desató una campaña orgánica para tratar de inducir a la población contra los tutsi, ocasionando un martirologio espeluznante de muerte. En este caso, la inducción mediática operó como un arma de guerra logrando el genocidio".
La televisión pública también estaba a los pies del régimen, aunque con limitada penetración porque pocos eran los afortunados que podían comprar un televisor. La prensa escrita no era muy diferente, las publicaciones públicas eran también la voz del Gobierno. Tal es el caso de Kangura, utilizado para insultar a los tutsi. En esta plataforma extremista se publicaron los "10 mandamientos o leyes hutu", elaborados para discriminar y eliminar a los tutsi. Expertos los han comparado con lo que sucedió en la época de Hitler con las leyes de Nüremberg.
En los aproximadamente 100 días que duró la masacre contada a partir del 3 de abril de 1994, las heridas sociales y psicológicas fueron más que profundas. Así por ejemplo, Ruanda terminó para la fecha con más de 200 mil niños huérfanos y viudas. Al día, 8.000 personas perdieron la vida a machetazos. Unos 5.000 ciudadanos quedaron mutilados. Gran parte de las mujeres que sobrevivieron fueron violadas e infectadas con el HIV. Estimaciones de las Naciones Unidas indican que un 75% de la etnia tutsi fue esterminada.
Los religiosos igualmente fueron víctima de las persecuciones. Mucho de los asesinados cayeron en las iglesias o conventos, donde acudieron muchos tutsi para esconderse.
Pero tras la masacre, llegó la justicia. El Tribunal Internacional de Ruanda persiguió y castigó a los responsables del genocidio, en cumplimiento de la Convención Sobre la Prevención y el Castigo del Crimen del Genocidio. Esto contribuyó al proceso de reconciliación nacional. Con el paso de los años, el Tribunal ordenó la detención de más de 500 personas. Entre estos, el director del Grupo Radio y Televisión Mil Colinas, Ferdinand Nahimana; su fundador, Jean Bosco Barayagwiza, y el jefe de redacción de la revista Kangura, Hassan Ngeze.
En 2010, el exeditor del periódico Kamarampaka, Bernard Hategekimana, fue condenado por un tribunal popular a cadena perpetua tras ser declarado culpable de incitación, a través de su diario y de la radio, al genocidio.
La masacre de Ruanda si bien fue una herida para la humanidad, también fue una lección para los genocidas."
(1) El genocidio de Ruanda: 800.000 muertos en cinco meses - ABC.es
(3) Nota incluida por nosotros: Instigación al odio por Capriles y el caso Ruanda - Por: Gaspar ...