Con la mendacidad que le es característica Peña Nieto y la caterva de tecnócratas neoliberales que le acompañan nos recetan su acostumbrada cantaleta de la solidez de la economía mexicana, en virtud de la cual no hay motivos de alarma derivada de la elección de Trump en USA. Esperan que el troglodita se vea imposibilitado de llevar a efecto sus amenazas de campaña una vez alojado en la Casa Blanca, dada la fuerza de las instituciones de ese país. Es posible que, en alguna medida, así sea.
No obstante, Trump cuenta con la mayoría republicana en ambas cámaras y, además, dispone de un amplio margen de libertad para gobernar mediante decretos. Por ejemplo, con la mano en la cintura (pose muy frecuente en el futuro presidente) puede cancelar el régimen de maquila y con ello dejar en la calle a casi un millón de trabajadores en la zona fronteriza. Con la misma postura puede intensificar la persecución y deportación de millones de trabajadores migrantes indocumentados, así como establecer obstáculos arancelarios y no arancelarios a las importaciones de manufacturas, aún antes de modificar o anular el TLC. Con eso tiene para destruir la economía mexicana.
Por lo pronto, no creo que haya inversionistas extranjeros que apuesten un peso en el México "maravilloso" de Peña Nieto. Tales inversiones se dan por dos motivos: la abundancia de mano de obra barata y la cercanía al mercado norteamericano; el riesgo sería superlativo ante las amenazas del magnate convertido en presidente. De ser así, la depreciación del peso será incontenible, más aún si se le agrega la reducción de las remesas de los migrantes y los bajos precios del petróleo. Así, entre migrantes indocumentados y desplazados por la reducción de exportaciones, la masa de desempleados se incrementaría a niveles incontrolables.
Por la vía alimentaria, brutalmente dependiente de las importaciones provenientes de USA, nos puede colocar de rodillas para pagarle su dichoso muro y más también. Basta una orden ejecutiva simple para embargar las ventas de alimentos a México para que suframos por hambre. No se diga de las frecuentes advertencias para no viajar a México por motivos de inseguridad, con igual efecto devastador sobre la disponibilidad de divisas, el valor de la moneda mexicana y el desempleo.
Este panorama se presenta en la peor de las condiciones posibles, con un gobierno fracasado, carente de la legitimidad y el respaldo popular indispensables para afrontar tormentas de tal envergadura. Podrá Peña Nieto decir misa y encomendarse a todos los santos del calendario y a la mismísima Señora de Guadalupe, que no bastarán para sacar el buey de la barranca. Estoy de acuerdo que es importante evitar el pánico, pero esto no se logra con engaños, sino asumiendo planes alternos viables, los que brillan por su ausencia en la mentalidad tecnocrática acostumbrada a gobernar por la receta del FMI y del Banco Mundial.
Lo que queda claro es que la globalización financierista y comercial ya murió, tanto en USA como en Europa, con anuncios de una súbita recomposición del proteccionismo en los grandes mercados y una despedida a los proyectos de economías emergentes fincados en la exportación. Lo oscuro es el carácter del nuevo orden mundial, con avisos nada agradables; entre afanes supremacistas y xenófobos, con nacionalismos al estilo de Hitler, el mundo será cada vez más inseguro. Lo que tanto se advertía como riesgo hoy es una realidad.
De ahí que la única seguridad que nos queda es la que nos puedan brindar las fuerzas de la economía doméstica; nosotros mismos produciendo y consumiendo lo que producimos; la economía volcada nuevamente a ser el soporte de la justicia social. Se sufrirá durante un tiempo –ojalá breve- pero podremos salir adelante si se antepone el patriotismo en el quehacer tanto público como privado; ya no es cosa de si estoy o no de acuerdo, es cosa que no queda de otra. Además me alegro de que, al fin, podamos percatarnos de la realidad: "Sólo el pueblo puede salvar al pueblo".
